Hacía poco tiempo que Trunks del Futuro Alternativo había perdido a su maestro, Gohan, un padre para él, ya que Vegeta y los demás guerreros Z habían muerto a manos de los androides cuando era sólo un bebe.
El ahora adolescente había logrado conseguir ser un super sayayin, al tener el cuerpo inerte de su segundo padre en sus brazos, ahora había logrado conseguir un gran poder, pero no el necesario para destruir a los asesinos de su maestro, por eso debía seguir entrenando, lo que lo desesperaba.
— Debo destruirlos, ellos mataron a Gohan, y a papá, debo vengarlos — le explicó a su madre, cuando lo encontró mirando al cielo, una noche.
— Para eso debes ser más fuerte, sigue así hijo, se que lo lograrás — le alentó Bulma, lo abrazó y le dio un beso en la frente.
— Gracias mamá.
En ese momento vieron algo que pensaron era un meteorito, pero en realidad era la nave de un viajero que llegaba al planeta, era un ser bajo de ropas extrañas llamado Hoi, con una cajita de música entre sus manos, escondió su nave con cuidado y se encaminó a saltos a la ciudad más cercana.
Al otro día, anocheciendo, la parte de abajo de un monstruo destruyó una ciudad en el lado sur del planeta. Al otro día la científica le contó en el desayuno a su hijo lo ocurrido.
— Trunks, algo extraño apareció, fue una locura, los sobrevivientes dicen que fueron unas piernas que arrasaron el lugar.
— ¿Unas piernas? — deben estar bromeando.
— Sí, unas piernas gigantes.
— ¿Están seguros que no fueron los androides?
— No eran ellos, la gente incluso tomó una fotografía y me la enviaron, pero no se me ocurre que pueda ser esto.
Era una imagen borrosa.
— ¿Será otro androide?
— No lo creo, además desapareció en unos segundos, nadie sabe de donde vino y a donde fue.
Unos días después, cerca de donde estaban los androides apareció la cajita de música que trajo el hombre de fuera de la Tierra, con una nota que decía:
"A pesar de poder destruir este mundo, ustedes no pueden hacer funcionar esta caja".
Los androides se miraron, pensando si era cierto, o si sería algún truco de los humanos.
— ... que tontería — dijo la rubia y dejó caer el objeto y el papel al suelo.
Pero el moreno quedó pensativo, y no se movió de ese lugar, siguió mirando la nota en el piso.
— Ya empezamos — la mujer miró molesta a su hermano. Lo conocía demasiado bien, sabía que no se irían hasta que él hiciera funcionar la cajita, lo vio tratar de darle cuerda, y cómo no se movía la llave.
— No se puede — se notaba que trataba con mucha fuerza.
— Debe estar oxidado, o puede que si se abra haya algún explosivo dentro.
— ¿A qué le temes? Estos humanos no pueden hacernos nada.
El de pelo negro usó toda su fuerza y no pudo hacer nada, ahora lo consideraba una cuestión de honor.
— Ayúdame — pidió molesto.
— Que necio eres.
Cómo la androide quería irse decidió ayudarlo, la rubia tomó la manilla y ayudó a su hermano, cuando lo abrieron vieron que un fuerte viento se hizo presente, en ese momento los atacó un grupo de humanos que al verlos distraídos por el objeto musical intentaron destruirlos.
— Te dije que era una trampa, vamos.
Los seres se fueron a luchar contra los hombres, por eso no vieron al joven con la ocarina que apareció en el lugar, mirando asombrado a todos lados. En ese momento Hoi, el brujo saltó frente al del mohicano.
— Dame a Hildegarn — exigió el anciano.
— ¿En dónde estamos? — el recién llegado estaba muy confundido.
— No importa, quiero que me des a Hildegarn ahora.
— No, si lo dejo suelto puede destruir este mundo.
— ¿Qué te importa? No estamos en tu planeta — sonrió maligno.
— No te lo daré — respondió firme el joven.
El del mohicano trato de usar su espada contra el pequeño hombre, pero éste salto como liebre y se puso fuera de su alcance.
— En algún momento te dormirás, no podrás estar atento todo el día, y entonces será mi momento ja ja ja.
El joven de la ocarina buscó donde esconderse al escuchar ruidos de batalla cerca, necesitaba saber dónde estaba, qué ocurría allí, y sobre todo dónde estaba su hermano, recordó la sonrisa de confianza del pequeño cuando ambos fueron encerrados en las cajas de música.
Unos días después, cerca de donde Trunks y su madre estaban escondidos apareció la parte de arriba de un monstruo tipo insectoide, que derrumbó varios edificios que todavía quedaban de pie.
El semi sayayin salió a proteger a los sobrevivientes, pero antes que pudiera hacer nada, una melodiosa melodía empezó a sonar, y el ser gigante desesperado desapareció en una niebla.
Cuando estaba ya algo asentado el humo de la destrucción, Trunks vio a un hombre que desaparecía a lo lejos, con una extraña ocarina en sus manos. Iba a seguirlo, pero debió ir a ayudar a varios humanos que habían quedado atrapados entre unos escombros.
Esto se repitió cada dos o tres días, hasta que por fin el hijo de Vegeta pudo seguir al del mohicano, lo encontró sentado en un tronco, mirando una fogata que había hecho. Se veía tan pensativo que si no fuera por la respiración, se hubiera podido decir que era una estatua.
— ¿Quien eres y por qué me seguiste? — preguntó el hombre sobre saltando al adolescente.
— Te vi recién, cuando... cuando... — el semi sayayin tartamudeaba, algo en el otro lo ponía nervioso.
— Cuando el monstruo estaba.
— Desapareció cuando tocaste la ocarina — lo miró inquisitivo.
— Es mejor para ti que te alejes de mí — siguió concentrado en sus pensamientos.
El jovencito se relajó, el hombre no parecía peligroso, tenía una infinita tristeza y melancolía en su voz.
— Mejor vete a tu casa.
Le dio la espalda. Si Trunks hubiera querido lo habría atacado, luego de un tiempo en que ambos no se movieron, el semi sayayin se fue lentamente con su madre.