Casi trece años han pasado del nacimiento del niño que vivió. Su nombre era Tthor y se encontraba ahora muy lejos de su lugar natal. Vivía junto a su madre, su abuelo materno, su tía y sus primas en una vieja casa en el camino Viper Tive. Lo único que quedaba de aquel pasado era la presencia de su madre: Ellysa Vin. Ella había criado al pequeño muy bien, pese a las pobres condiciones en las que se hallaban. Cada noche, Ellysa agradecía en silencio, que aquellos enemigos estaban desaparecidos, aunque otra clase de enemigos convivían con ella y su hijo en aquella casa de Viper Tive Rd.
Los días allí eran oscuros, rutinarios y con poco prospecto de cambio. Ellysa y su hijo lo toleraban porque no tenían adonde ir. Ante las preguntas de Tthor sobre su padre y su familia, Ellysa solo se limitaba a responder: “no me quieren porque soy extranjera.” Y se alejaba para evitar que Tthor la viera llorar. El niño tenía que contentarse con saber que su padre había muerto el mismo día de su nacimiento. Y que portaba un apellido que no era el suyo sino producto de un sorteo; pues así se resolvían los casos en los que un niño no tuviera un padre que lo reconociera. Así que al mes de nacido el azar dictaminó que fuera Tthor Prayer. Podía haber sido peor, como le decía siempre su madre.
Esa mañana, en la que nuestra historia continúa, había amanecido gris, pesada y el tiempo, como Atenea P. U. Vin, parecía estar de muy mal humor.
Atenea, hermana de Ellysa, era una mujer bastante difícil de tratar, con el rostro a menudo fruncido como si estuviera oliendo permanentemente un olor a huevos podridos. Era una mujer entrada en los cuarentas, con el rostro desfigurado de tantas cirugías, los labios pintados de un rojo fuerte y llevaba un alto peinado de salón, lo que la hacía parecer una jirafa desgarbada y sin gracia. A veces le parecía a Tthor que su prisma Lesly iba a seguir su camino sin ningún problema, ya que usaba su maquillaje y hasta su ropa. Tenía un tono de voz fuerte lo que daba la impresión de siempre estar gritando.
El abuelo de Tthor, en cambio, no levantaba su voz para nada. Por el contrario, hablaba muy poco y parecía estar viviendo , la mayor parte del tiempo, en otro mundo. Pasaba horas enteras en la biblioteca, con sus ojos clavados en el fuego de la chimenea, que siempre estaba encendida aún en pleno verano pues por alguna causa que Tthor no lograba comprender, en Viper Tive Rd. siempre hacía frío. El abuelo no caminaba por sus propios medios y parecía que hasta le costaba respirar.
Tthor también pasaba bastante tiempo allí, con él. No por los libros que poblaban los estantes, pues tenía prohibido leerlos, sino porque era uno de los pocos lugares de la casa en el que había un ambiente tranquilo.
Cada tarde, sobre todo las de lluvia y frío, Tthor se refugiaba allí, en un pequeño sillón lateral, casi en la penumbra, abrazado fuertemente a su “tesoro”. Su “tesoro”, como él solía llamarlo, era una pequeña caja rectangular con forma de cofre, con un acabado metálico y una tela roja que la cubría por dentro y que se dejaba ver por pequeñas aberturas. Tenía una diminuta cerradura que se abría con una llave oxidada que colgaba del cuello de Tthor, desde el momento mismo en el que lo había recibido como regalo en su cumpleaños número once.
Cada vez que abría la caja, sus ojos marrones claros destellaban y su rostro se iluminaba como si fuese la primera vez que veía su contenido: una pequeña piedra veteada, un pieza de tela deshilachada, desteñida y con algunas manchas, un trozo de roca, lisa y verde, con un equis con gancho marcada a fuego y una pequeña copa de plata cincelada con bordes afilados.
Una sensación muy rara, poderosa, se adueñaba de su cuerpo delgado y pequeño. Tthor no entendía lo que veía. Esos objetos que guardaba esa caja no tenían sentido para él. Pero al rozarlos con sus dedos; no podía evitar sentirse nervioso, incluso ansioso. El joven atribuía esas sensaciones a su padre. Tthor sabía que esa caja había sido suya y era lo único que tenía de él. Por eso era su “tesoro”. Era lo más importante para él en el mundo. Y cuidaba esa caja con una fuerza cuyo origen no sabía explicar. Su madre lo observaba y, en silencio, entendía sus sentimientos. Confiaba en que a la hora adecuada, Tthor estaría preparado para comprender la verdad. Aunque secretamente elevaba plegarias suplicando que ésa hora no llegase nunca.
Ahora, llovía a cántaros. Tthor se había refugiado en el sillón pequeño de la biblioteca, medio oculto, detrás de un gran mueble antiguo, deseando que su prima Lesly no lo encontrara. Lesly Yudd Duré era la hija de Atenea. Era un par de años mayor que Tthor, tan mandona como su madre y parecía tener un único objetivo en su vida: hacerlos sentir a sus primos lo más miserables posible. Sus brazos pesados y su altura sin dudas la ayudaban. Resultaba bastante intimidante para Wilgenyna , la prima más pequeña del clan.
Tthor suspiró y cerró la caja, justo cuando nítidas voces le llegaron desde la puerta del salón. Medio agazapado, vislumbró a su tía y a su prima entrando un carrito, llevando un juego de té de plata y unas tostadas de pan integral. Una compotera con frutas glaseadas y un plato cargado con frutos rojos completaban la comida.
Pero antes de llegar hasta donde estaba el abuelo, Atenea tomó la compotera y el plato de finos manjares y se los dio a su hija, haciéndole una seña de silencio, mientras estiraba su cuello arrugado y abriendo sus ojos de forma exagerada, para cerciorarse de que nadie las veía. Lesly desapareció por el hall con su botín robado. Atenea empujó el carrito hasta donde estaba el abuelo. Volvió a mirar hacia la puerta entreabierta para confirmar que estaba sola, frunció el ceño, más de lo habitual y le dijo a su padrastro:
-Aquí tienes el té…viejo.-tomó la taza y se la acercó a los labios pero el abuelo parecía no haberse dado cuenta de la presencia de ella y siguió con su vista clavada en el fuego.