No había avanzado más de cien metros cuando sintió una presencia detrás suyo. Y entonces recordó la persecución de aquel mediodía y que su cumpleaños aún no acababa. Sin mirar hacia atrás, dobló en la esquina y caminó lo más rápido que pudo. Pero aún sentía pasos detrás suyo por lo que optó por tomar su atajo secreto a Viper Tive.
Desde la casa de la señora Nogg hasta Viper Tive habían unos tres kilómetros. Pero yendo por el camino del río vallado la distancia se acortaba bastante. El río rodeaba el corazón de la ciudad por el norte y se hacía subterráneo en un camino empedrado ascendente. Estaba flanqueado por espesos árboles perennes, de troncos gruesos, algunos naturalmente ahuecados donde Tthor parecía encajar a la perfección, cuando corría allí a esconderse de la banda del colegio.
Siempre estaba desierto por aquellos lugares y esa tarde no era la excepción. Apuró más el paso cuando divisó el río. Era magnífico ver correr el agua límpida, brillando a intervalos cortos. Y sus rayos osaban pasar las ramas de los abedules que allí se alzaban aunque gozaban de una vida muy corta. Sería por eso que el río les regalaba el saludo de algún que otro pez, que saltaba del agua y se zambullía, más tarde de cabeza, con un brillo en los ojos que parecía decir: ¡te atrapé!.
Tthor pasaba tardes enteras allí, refugiado en los troncos, pelando castañas de cajú, feliz por el silencio, la paz y con su piel a salvo de los rayos dañinos de Febo, que allí parecía más benevolente que en otros lugares. A veces lo acompañaba Wilgenyna, quien se acurrucaba junto a él en el tronco más viejo y le recitaba historias de épocas y personajes ya casi olvidados.
Y a veces, muy pocas, le cantaba poemas épicos con una voz tan dulce y melodiosa que parecía sobrenatural y Tthor se sentía extasiado en cuerpo y mente y hasta parecía curarle cualquier herida, incluso las más profundas del alma. Y eran historias conmovedoras, de héroes, doncellas, animales fantásticos y castillos embrujados. Historias de amor y de guerra, historias tristes y salvajes pero siempre con un final feliz.
Aunque Tthor sospechaba que esos finales eran inventados por la niña porque parecían demasiado perfectos. El bien siempre triunfaba sobre el mal. Y Tthor sabía, porque lo había aprendido desde pequeño, que no siempre eso era así. Pero igual se dejaba llevar por el canto de Wilgenyna y por un momento, creía… Y más cuando recordaba cómo lo miraba , mostrándole en sus ojos una sabiduría tan profunda que no parecía pertenecer al cuerpito tan joven en el que ellos brillaban.
Se oyó un crujido de ramas a lo lejos y Tthor volvió de sus recuerdos de un golpe. Miró hacia atrás, recién cuando se sintió seguro cerca del árbol más alto. No había nadie. Se percibió menos tenso. Y pensó que quizá era sólo el viento quien lo venía siguiendo. Se metió en el tronco hueco y clavó sus ojos, casi inconcientemente, en el río caudaloso.
Si bien estaba más tranquilo, no lograba relajarse del todo. Claramente no había nadie pero Tthor se sentía de alguna forma observado. Echó un vistazo otra vez y al no encontrar a nadie volvió a recostarse contra el tronco y trató de serenarse. “¿Cómo era ese poema que cantaba Wilgenyna cuando el sol se ocultaba al atardecer?” –pensó.
“Ni los desiertos más profundos,
Ni las tormentas más aterradoras,
Ni mil azotes de vientos fuertes,
Harán que me aleje de ti.”
Tthor creyó oír unos pasos que se acercaban por detrás de unas matas silvestres. Cerró los ojos, temblando y siguió cantando mentalmente la canción:
“Y tomaré tu mano
Y te llevaré al lugar
Donde todo comenzó una vez
Y donde nuestras quimeras
Podrán renacer.”
Como no recordaba las líneas siguientes pensó en cantar esa parte otra vez pero un ruido más fuerte, esta vez desde el otro lado del grupo de abetos, lo puso en alerta. Comenzó a sudar, notó cómo las manos le temblaban y la boca se le secaba. El corazón le hacía presión en el pecho y de tanto latir le temblaba la mitad del cuerpo.
Otro ruido- claramente eran pisadas- lo obligó a abrir los ojos y mirar hacia afuera. No tuvo que salirse demasiado del hueco del árbol. Los vio claramente. Venían hacia él y desde todas direcciones. Era la banda completa del colegio que lo había seguido hasta allí. Después de todo, no se habían dado por vencidos. Y Tthor sospechó que lo habían esperado escondidos hasta que él salió de la casa de la señora Nogg.
Entre los dos chicos más fornidos que venían directo hacia él, Tthor pudo ver un espacio que llevaba hacia el río. El sol todavía estaba alto y las heridas de su piel aún no habían cicatrizado del todo. La distancia era considerable.
Tthor no los veía pero sabía que detrás suyo estaban otros tres integrantes de la banda, bastante cerca, teniendo en cuenta las risas que se aproximaban. El muchacho no lograba pensar con claridad. Siempre, en esos momentos, sentía las piernas congeladas, un frío penetrante que le recorría la espalda y un temblor en todo el cuerpo, poco desarrollado para su edad, que se hacía más fuerte a medida que se veía rodeado por sus enemigos.
“¿Quién sabe que habrán planeado este año?”- pensó Tthor.
Y aquel no era precisamente el mejor lugar para verse rodeado: una franja de unos treinta metros de largo de tierra pantanosa, llena de pequeños esteros y estanques semi-ocultos por juncos altos, gruesos y silvestres que nacían allí y seguían la línea costera hasta río abajo. Podía salir corriendo hasta el lado de las toscas pero seguro habían dejado allí al más pequeño de la banda. Éste no tenía fuerza para golpear como los otros por eso lo usaban de “campana” cuando decidían atacar a alguien indefenso. Y si sólo fuera por su tamaño, Tthor no le tendría tanta aprehensión. Era lo que éste tenía como arma lo que hacía que el muchacho prefiriera evitarlo: una cerbatana hecha a medida con doble tubo de salida lo que la hacía doblemente dolorosa.