Tthor abrió los ojos y miró a su alrededor, un poco desconcertado. No recordaba dónde estaba ni qué día era. Tenía en la mente un revoltijo de imágenes y personajes desconocidos cuyos nombres se le mezclaban. Estaba muy cómodo. El colchón sobre el que se encontraba era tan mullido y suave y los cobertores que lo envolvían lo hacían sentir tan calentito que tuvo que obligarse a ponerse de pie y recorrer la habitación.
Caminó descalzo hacia una ventana oval y, antes de mirar hacia fuera, recorrió con la vista el dormitorio. Era un cuarto amplio, con una cama alta con dosel, una pequeña mesita de tres patas con una jarra azul sobre una fuente, junto a la pared y un candelabros con velas a medio consumir. En el centro del lugar había una alfombra esponjosa y más allá una salamandra con gordos leños crepitando. Se acercó instintivamente a ella y calentó sus manos.
Le agradó la semi-oscuridad del lugar y agradeció que la luz del sol solo pudiera atravesar débilmente las pesadas cortinas del ventanal que se alzaba frente a él. Así, con las manos tibias, comenzó a recordar. Primero, le vino a la memoria el baño caliente que había disfrutado en una bañadera de madera. Luego, recordó los rostros de las personas que lo habían recibido, las palabras severas de su madre y las de aliento de su nuevo amigo Murk. Sintió náuseas al rememorar el largo y accidentado viaje y , al revivir las lágrimas de despedida de Wilgenyna, se le vino el alma a los pies. Le dolía todo el cuerpo. Sintió, de repente, que había vivido un año completo en los últimos dos días.
Volvió a la cama a paso lento, aún sumido en sus pensamientos y comenzó, sin muchas ganas, a vestirse. No se dio cuenta de que su ropa estaba limpia y seca. Buscaba uno de sus zapatos cuando alguien golpeó a la puerta y entró. Era Rémona, la joven que había conocido la noche anterior. Tenía el cabello peinado en una larga trenza blanca, grandes y brillantes ojos almendras y llevaba unos aros que a Tthor le parecieron rabanitos colorados.
- Creo que esto es tuyo…- dijo Rémona, entregándole una pequeña caja.
Tthor la asió con fuerza, la abrió y suspiró aliviado al ver que su contenido estaba intacto: las dos piedras y el pequeño cáliz estaban allí. Volvió a cerrarla y se colgó la cadena con la pequeña llave en el cuello.
Rémona sonrió complacida.
- ¿Qué hora es?- preguntó Tthor desconcertado.
- Casi las diez…¿Tienes hambre?
Ahora que la joven lo mencionaba, Tthor se dio cuenta de que su estómago estaba vacío. Hacía mucho que había comido. Asintió, terminó de calzarse y la siguió hacia el ala este de la abadía.
El lugar era enorme. Había pasillos y puertas de todos los tamaños por todos lados. Tthor contó más de treinta escaleras mientras avanzaban, algunas rectas, otras en forma de caracol, que subían, que bajaban, con amplios rellanos o que daban a pequeñas puertas en las que no habría cabido ni siquiera un niño pequeño y otras tan altas en las que hubiera pasado con total facilidad hasta el hombre más alto del mundo. Rémona miraba al muchacho y sonreía ante cada gesto de sorpresa.
- En Warghost hay doscientas cuarenta y una escaleras, aunque la mitad de ellas están sumergidas.
- ¿Sumergidas?
- La abadía tiene cinco niveles pero dos de ellos quedaron debajo del agua, la cual subió hace casi medio siglo. Se perdieron la mitad del puerto, las casas bajas del pueblo y…muchos habitantes de Meaghdose.
- Eso es…muy triste.- balbuceó Tthor sin estar muy seguro de qué decir, al ver que los ojos de la joven se habían humedecido.
- Sí, bueno, pasó hace mucho tiempo. Por aquí, Tthor. Apréndete el camino a la cocina. Así, cada vez que tengas hambre, puedes venir. Siempre está abierta.
Bajaron por unas escaleras de madera y pasaron por una gran puerta ovalada. La cocina era un lugar amplio, iluminado por varias ventanas sin cortinas. Había varias estufas y antiguas cocinas Waterloo encendidas con marmitas humeantes y una gran salamandra en un rincón. Cuatro largas mesas estaban puestas paralelas entre sí en el centro de la habitación. Cada una de ellas rebosaba de utensilios y fuentes con extraños vegetales blancos cortados de diversas formas. Cientos de sartenes, ollas y ramilletes de albahaca, laurel, ruda y anís colgaban de maderos que parecían flotar sobre las mesas. Sobre una repisa cercana, Tthor notó cuatro grandes frascos de vidrio, llenos hasta arriba y tapados con telas. Cada uno tenía un cartel que revelaba su contenido: vino, agua, leche y miel.
Cinco mujeres con delantales blancos y rojos y cofias en sus cabezas se movían de aquí para allá, cortando vegetales, moliendo especias en morteros de piedra y lavando utensilios en una pileta llena hasta rebosar de agua con jabón. Ninguna de las mujeres pareció prestarles atención.
- Tengo que irme.-dijo Rémona, mirando un antiguo reloj que colgaba cerca de la puerta más pequeña.- Tu madre está con la mía.¿La recuerdas? La conociste anoche. Come lo que quieras.
- ¿Y luego…?
- Luego…haz lo que quieras. Yo estoy un poco ocupada para hacerte compañía pero sé que encontrarás algo qué hacer. Este lugar es grande…
Rémona caminó hacia una puerta cercana y, antes de retirarse, le dijo:
- Si te pierdes, solo grita, alguien te oirá. Y recuerda, no desciendas demasiado pues está todo inundado.- y, saludándolo con su mano, lo dejó allí, en medio de la cocina, con cara de asombro, con mucho hambre y cientos de preguntas por hacer.
-Será un día interesante.- se dijo a sí mismo y se dejó caer en un banco de madera.
Esperó unos minutos a que alguna de las cocineras lo mirara o le hablara pero nadie lo hizo, así que se acercó a una de ellas, la que tenía más cerca, quien en ese momento pelaba un ave grande con un cuchillo de un tamaño, según pensó Tthor, bastante intimidante.
- Di…disculpe, se…señora…
El animal parecía mirarlo ahora, con la cabeza colgando.