Tthor Prayer y la paila de Orffelios

14 - una Navidad especial

- Tthor, te presento a Creta.

El muchacho quedó fascinado con el enorme árbol que se erguía frente a él. Tenía un tronco inusualmente grueso y nudoso que parecía cargar , con serenidad, centenares de ramas vestidas de hojas verdes y plateadas, que se estiraban hasta más allá de las nubes bajas. Y allí reparó en que era el mismo árbol que había visto desde la ventana del tercer piso, el día anterior.

- ¡Es majestuoso!- balbuceó Tthor mientras acariciaba distraídamente el tronco marrón.- ¿Por qué tiene una de sus ramas secas?

- Uno de los tantos misterios de Meaghdose.- dijo Noel- Lleva tanto tiempo así que ya nadie lo recuerda.

- Bueno, en realidad, no mucho tiempo.- reflexionó Darius mientras observaba la rama con su único ojo entreabierto.- Lo bueno es que el resto parece estar bien.

Minutos más tarde y con un Tthor que dejaba el árbol de mala gana, tomaron el camino lateral que llevaba a la abadía.

Noel se encaminó hacia el lado contrario, con un saludo de su mano y un alegre: “¡hasta pronto!”

- ¡Nos veremos en la cena de Navidad!- le dijo Darius.

- ¿Tendremos una cena de Navidad?- preguntó Tthor mientras seguía a Darius por un estrecho sendero ascendente.

- Es una tradición en Warghost, fecha que coincide con el natalicio de Orffelios. Se hace una elegante cena y se invita a gente común del pueblo. Esa noche todos somos iguales.

A Tthor le gustó mucho enterarse de esa tradición.

Darius lo miró y le dijo:

- Bien, tu nariz ya está volviendo a su tamaño original. Para esta noche estarás completamente curado. Mantente lejos de los “accidentes”, ¿sí?

Tthor sonrió, sintiendo que sus mejillas se enrojecían levemente. A paso tranquilo, tomaron por un recodo y avanzaron por un pequeño puente de piedra. A unos metros, Tthor se deleitó con una doble línea de altos abetos rectos y verdes. Más allá, un campo de lavandas y girasoles perfumaban el camino. Parecían erguirse orgullosos por estar allí desafiando al frío.

Siguiendo las indicaciones de Darius, al llegar a la abadía, trató de pasar desapercibido y no meterse en líos, mientras la fortaleza se preparaba para el gran banquete. Desde la entrada principal por donde había accedido hasta su dormitorio, vio que los adornos- flores secas, velas largas y cortas, coronas de muérdago, pequeñas figuras de barro cocido de animales raros con caras humanoides, colmillos y cuernos- ya estaban por todos lados. Con desgano, entró a su habitación y se sentó en el borde de la cama. Con un suspiro, recorrió con la vista todo el lugar hasta que se animó un poco al ver el libro que Murk le había obsequiado.

- Este es un buen momento para leerlo detenidamente.- pensó, pues hasta ahora solo lo había ojeado. 

Se incorporó, lo tomó con ambas manos e instintivamente abrió en la imagen de la abadía. Trató de ubicar su habitación. Si mal no recordaba, estaba en la parte baja de una de las torres, cerca de los calabozos. 

Se recostó en la amplia cama, boca arriba, con la cabeza apoyada en varias almohadas y abrió el libro en la primera página. Allí leyó:

“ La fundación de Meaghdose se remonta a mil años en el pasado, con el asentamiento en el valle de un grupo de peregrinos de desconocida procedencia: los Vanir y los Asís, bajo el sabio reinado de Orffelios primero y luego de Uquara Asís y…Tthor…”

Tthor se sorprendió al leer su nombre allí. Pero cuando volvió su mirada al texto, se dio cuenta de que no había leído su nombre sino que lo había escuchado. Y allí estaba de nuevo:

- ¡Tthor…! 

Era una voz metálica, con eco, suave pero clara.

-¡Tthor…!

Se levantó con sigilo, abrió la puerta y miró a ambos lados. El pasillo estaba desierto y cuando iba a volver a su cama, lo escuchó otra vez, ahora más claro y más cercano. Sin vacilar, siguió la voz. Avanzó hasta cruzar una pequeña puerta de metal, bajó unas escaleras de piedra y atravesó un umbral enmarcado en bronce bruñido.

Anduvo así por más de diez minutos. No le preocupaba dónde estaba, solo sentía una irrefrenable curiosidad por saber quién lo llamaba. No conocía aquel lugar pero no le importaba. Y solo se detuvo cuando llegó al rellano en el que aquellos tres fascinantes cuadros lo habían cautivado en su primer día en Warghost. 

Pese a que afuera, la luz diurna, blanca y suave se desplegaba por todos lados, aquel pasillo del tercer piso siempre estaba bastante oscuro.

Tthor se estremeció. Aún así decidió continuar. Sin pensarlo, se puso a murmurar aquella canción que su querida prima Wilgenyna le había enseñado:

                                          “Y tomaré tu mano

                                            Y Te llevaré a ese lugar

                                          Donde todo comenzó una vez

                                          Y donde nuestras quimeras

                                           Podrán renacer…” 

Se detuvo ante el primer cuadro y fijó su vista en los ojos inyectados de sangre de la cabra. Miró luego la serpiente-dragón, en la segunda pintura y la recorrió con la mirada, muy lento, como buscando algo. Y mientras repetía mentalmente la canción, observó al león que volaba en el tercer cuadro. Se mordió el labio inferior, en señal de desorientación y, distraídamente, se asomó por la ventana.

La piedra de Kabanor se erguía en la claridad del día, girando rítmicamente sobre la fuente de agua. Arriba, la torre del reloj reinaba majestuosa y los estandartes de color grana y dorado ondeaban a penas con la brisa suave que venía del frío mar del sur. 

Justo cuando iba a volver su mirada a los tres cuadros, un haz de luz muy brillante y móvil llamó su atención. No sabía porqué pero estaba seguro de que debía seguirlo. 

Descendió con rapidez la escalera caracol y llegó hasta la piedra de Kabanor, en el patio interno. Miró el fondo de la fuente que la contenía, tratando de divisar nuevamente la luz blanca que había visto titilar allí desde la ventana. El agua era clara y el fondo se veía sin dificultad pero la luz no estaba. Levantó la vista hacia la piedra que giraba en contra de la agujas del reloj. El sonido del agua brotando de ella embelezó a Tthor durante unos segundos, hasta que una luz blanca lo trajo de sus pensamientos.




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