Tthor Prayer y la paila de Orffelios

24- una mentira piadosa

La noticia de la gravedad de Tthor se había regado como pólvora entre el personal que trabajaba en Warghost. Las cocineras pasaban las mañanas haciendo todo en un silencio sepulcral. Los Blumber se habían recluido en la biblioteca, sentados unos en frente del otro, cerca de la chimenea enorme que ocupaba casi toda una pared completa. A penas hablaban entre ellos. 

Dedalus Blumber sujetaba un libro entre sus manos pero rara vez pasaba la hoja. Sus  ojos se clavaban en las letras dibujadas pero sin leerlas.

Mariamne Llogann de Blumber solía sentarse al borde de una otomana, con el cuerpo rígido. Sostenía siempre una taza de té en su regazo y sus ojos llorosos pasaban nerviosamente de los troncos encendidos a su marido que rara vez le devolvía la mirada.

La madre de Tthor solía pasar las tardes, también en la biblioteca. Pero elegía sentarse a una distancia prudencial de la pareja, en silencio y de brazos cruzados. A veces, se levantaba, le servía un poco más de té a la señora Blumber quien le agradecía en un tono dulce y volvía a su asiento sin decir palabra.

Rémona pasaba las mañanas en su habitación, con la puerta cerrada y por las tardes recorría los jardines fríos de Warghost, cubierta por una capa negra. Caminaba sin rumbo y con la vista pegada al suelo.

Darius deambulaba por los pasillos, nervioso, visiblemente alterado, cumpliendo con sus tareas casi mecánicamente. Y terminaba varias veces al día, parado frente a la puerta cerrada de la habitación de Tthor, sin saber muy bien cómo había llegado hasta allí.

Solo el Profesor Evans estaba autorizado a entrar allí. Por lo que Darius se resignaba parándose cerca de la puerta por largos períodos hasta que recordaba que tenía trabajo por hacer, o se retiraba a descansar unas pocas horas cada noche.

El demonio encerrado en el ático, se mostraba muy triste desde que había recibido la noticia, casi no comía y extrañaba mucho al muchacho. La carne podrida que Darius le llevaba cada mañana comenzaba a amontonarse en el suelo y el olor se hacía cada vez más insoportable, casi tanto como sus lamentaciones. Sus gritos retumbaban día y noche por todo Warghost y cuando no gritaba, se daba de golpes en la frente con su plato verde favorito hasta que no aguantaba más y rompía en llanto. Un llanto agudo y penetrante que alteraba a todos, más de lo que ya estaban.

Lee- Won no se resignaba, como Darius, a quedarse en el pasillo. Sabía que no lo dejarían entrar a verlo, por ser un simple sirviente. Y por eso, no se había tomado el trabajo de pedirle permiso al Profesor Evans. 

Había intentado escabullirse varias veces y en diferentes momentos del día pero siempre se terminaba topando con Persseus Evans, quien parecía salir de entre las mismísimas paredes. Y siempre que lo veía le preguntaba qué  era lo que estaba haciendo allí. Quería saber a dónde iba y de dónde venía. Así que Lee- Won, bastante cansado al tercer día de tener que inventar excusas y dar explicaciones, no salió de la cocina de Warghost. Se la pasó ayudando a su madre, limpiando y pelando varios kilos de papas del aire para la cena de aquel día.

Cuando todo quedó en silencio y la noche borró hasta el último vestigio de luz natural, Lee- Won se escabulló de su dormitorio, detrás de las caballerizas. Rodeó la abadía por el patio trasero, hasta llegar al frente de piedra donde, a unos quince metros de altura, estaba la ventana que pertenecía al dormitorio de Tthor. Con bastante destreza, como si aquella no fuera la primera vez que lo hacía, comenzó a trepar por la pared, utilizando los bordes afilados de las piedras para sujetarse con las manos y usarlos de peldaños para los pies. A medio camino, comenzó a avanzar de forma horizontal y  luego trepó un poco más. 

Llegó al borde de la ventana y se trepó al alfeizar. La abrió y entró sin hacer ruido. La cerró tras de sí para evitar que el viento gélido enfriase la habitación. Caminó a paso sereno hasta la cama donde Tthor parecía dormir plácidamente. La palidez del muchacho y la quietud  de su cuerpo impresionaron mucho a Lee- Won, quien tuvo que hacer un gran esfuerzo para ahogar los sollozos que empezaban a brotar de él. 

   Buscó la mano de Tthor debajo de la manta y la apretó levemente. Se puso de rodillas, cerca de su rostro, con la mano de Tthor contenida con dulzura entre sus manos heladas y lo observó por varios minutos.

- Tienes que ponerte bien.- dijo de repente con voz apenas audible. 

Sintió cómo las lágrimas le empapaban su rostro oscuro, el cual brillaba tenuemente con la luz que salía de la chimenea cercana.

- Tienes muchos lugares por conocer. Aún no hemos recorrido todo Warghost ni mucho menos todo Meaghdose.- la voz de Lee- Won se volvía más ahogada a medida que hablaba- Tthor…, - dijo suplicante, acercándose un poco más al rostro sudoroso de su amigo- no te mueras, por favor. No me hagas esto, yo no sabría qué hacer si tú…

Pero no pudo acabar la frase, pues un ruido lo hizo sobresaltar. Había alguien detrás de la puerta. Lee- Won atinó a esconderse detrás de las pesadas cortinas de la ventana.

La puerta se abrió lentamente y la cara del Profesor Evans apareció, con ojos grandes y brillantes, escudriñando desde la distancia la cama de Tthor, primero y luego toda la habitación. Unos momentos después, cerró la puerta y desapareció por el pasillo sur. Lee- Won salió de su escondite y volvió a arrodillarse cerca del rostro de Tthor. Tomó otra vez su mano caliente y se quedó allí el resto de la noche.

 Al día siguiente, antes de que la abadía despertara, se escabulló por la ventana y bajó rápidamente por la pared, de la misma forma cómo había subido. Se echó a correr por el jardín y entró a la cocina, justo cuando Darius también llegaba. El pequeño hombre lucía ojeroso , pálido y bostezó abiertamente, mientras se acomodaba el parche de la cara. Al ver a Lee- Won esbozó una sonrisa a medias. Aunque se había propuesto parecer fuerte y hasta despreocupado frente a él, no lo lograba. Verlo cabizbajo, con los ojos brillosos y visiblemente cansado, lo ponía más nervioso y más triste. Sabía que Lee- Won estaba sufriendo mucho y se sentía miserable por no poder hacer nada para levantarle el ánimo.




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