Al día siguiente, Darius entró al cuarto de Tthor, acompañado de los primeros rayos de sol y se encontró con una escena que lo cautivó: Rémona estaba sentada en un sillón, cerca de la cama, vencida por el cansancio, envuelta en un sueño pesado y nervioso. Murk sostenía la mano de Tthor mientras su cuerpo se había desplomado, al lado del joven. Tenía el rostro pálido y respiraba con dificultad.
Tthor, a simple vista, seguía igual. Darius se acercó unos pasos y lo observó en silencio. Le pareció ver algo de color en sus mejillas huesudas y sus labios ya no lucían cuarteados y secos. Todo su semblante parecía tener más luz.
Un rayo blanco, brillante lo iluminaba, directo desde la ventana. Darius caminó hasta ella, tratando de no hacer ruido con cada paso sobre el piso crujiente de madera. Acomodó las cortinas y miró hacia fuera, esperando ver a Lee- Won, colgado del alfeizar, como lo había visto la noche anterior, cuando recorría los jardines laterales, en los pocos minutos de descanso que se había ganado esa jornada.
Pero no vio a nadie. Al principio, le extrañó pero luego creyó que, como ya había amanecido, el joven había regresado a su dormitorio, detrás de las caballerizas. Y cuando estaba a punto de cerrar las cortinas, algo en el suelo, a un par de metros del tronco de un viejo manzano, le llamó la atención. Fijó bien la vista en el bulto oscuro que veía. Tardó unos pocos segundos en reconocerlo. Era Lee- Won tirado sobre el pasto amarillento, aparentemente inconsciente.
Darius se tapó la boca para ahogar un grito de sorpresa. Miró a Rémona, primero y luego, a Murk. Pero decidió no perder tiempo en despertarlos. Salió corriendo del dormitorio, a los tropezones; bajó las escaleras, transitó por un largo pasillo y atravesó la puerta trasera que daba al jardín lateral. Corrió los veinte metros que lo separaban del jovencito, a toda velocidad, a pesar de sus cortas piernas. Se dejó caer cerca del muchacho y comenzó a zarandearlo para hacerlo reaccionar. Luego de unos momentos, Lee- Won pareció recobrar el conocimiento.
- ¿Qué? ¿Qué pasó?- balbuceó sentándose y agarrándose la cabeza.
- ¡Te caíste!- le dijo Darius, cerciorándose de que no estuviera herido.
- ¿Me…caíste?- repitió el muchacho, bastante aturdido.
- ¡Tú…te caíste! Son al menos quince metros desde allí arriba.- reflexionó Darius, mirando la ventana del segundo piso.
Lee- Won intentó ponerse de pie, apoyando su espalda en el tronco del manzano.
- Me quedé dormido…- murmuró- Debo de haberme refalado…
- …resbalado…
- Sí, eso. ¿Y yo qué dije?
- Bueno, ¿estás bien? ¿Puedes caminar?
Lee- Won dio un paso hacia delante y pegó un grito desgarrador.
Darius atinó a sujetarlo cuando vio que se desplomaba.
- ¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Qué te pasó?
Lee- Won apoyó con cuidado el pie izquierdo en el suelo. Y, apenas lo hizo, sintió un pinchazo fuerte que le recorrió desde el talón hasta la rodilla. En un impulso se dejó caer, con el rostro transfigurado por el dolor y sin entender demasiado lo que ocurría.
- Espera aquí…Iré por ayuda.- le dijo Darius, consciente de que no podía cargarlo hasta las caballerizas, él sólo.
Lee- Won asintió y acomodó su espalda contra el tronco del árbol que tenía detrás. Darius emprendió el camino hasta la abadía. Llegó a los establos con la intención de encontrar allí a Equs Lileproof. Pero el lugar estaba desierto. Cuando se iba, vio una carretilla a un costado. Se frenó en seco y reflexionó un momento. Pero, en seguida, desechó la idea. No podría levantar semejante peso. Así que, siguiendo un impulso, corrió lo más rápido que pudo de vuelta al dormitorio de Tthor.
Rémona y Murk estaban parados en el pasillo, frente a la puerta abierta, visiblemente alterados. Darius se imaginó que, probablemente, habían estado discutiendo y cuando lo vieron llegar, se callaron. El hombrecito se acercó a ellos, carraspeando, algo avergonzado por haberlos interrumpido. Dio un vistazo fugaz a la cama de Tthor y al verlo aún dormido, dijo:
- Necesito que me ayuden. Lee- Won se ha caído desde la ventana y creo que tiene una pierna rota.
Rémona abrió los ojos sorprendida.
- ¿Dónde está? – preguntó Murk urgido, presto para ayudar.
- ¡Por aquí! ¡Síganme, por favor!
Y a paso presuroso, salieron los tres hacia los jardines laterales.
- ¿¡Todavía sigues aquí!?- le espetó el Profesor Evans a Murk, cuando casi se lo llevó por delante, en la puerta estrecha de servicio de la cocina.
- Profesor…es Lee- Won…se ca…se…lastimó un pie mientras… se trepaba a un manzano.
Darius esperaba que Persseus Evans no se percatara de que no le había dicho toda la verdad.
- ¡Vamos!- ordenó el Profesor Evans, mirando a Murk de reojo.
Cuando llegaron los cuatro al árbol, se encontraron con un Lee- Won morado de frío y con la cara cruzada por el dolor.
Murk lo levantó con ambos brazos, sin hacer el menor esfuerzo, como si cargara un saco de plumas. El Profesor Evans le revisó el pie y luego la pantorrilla y la rodilla, haciendo muecas de desprecio ante cada alarido que el joven daba de dolor.
- No se ha roto nada…Sólo tiene un esguince de tobillo. ¡Llévalo a su dormitorio!- ordenó Evans bastante disgustado, por haber perdido un tiempo considerable, en algo que, según consideraba, no tenía la menor importancia.
Con un Profesor avanzando a paso firme, adelante, y visiblemente enojado, Murk llevando a Lee- Won al lado de Darius y una Rémona ensimismada en sus pensamientos, cerrando filas, se dirigieron a las cuadras y, desde allí, a las habitaciones de los empleados.
Murk depositó a Lee- Won en su cama, la cual no era más que una manta gruesa en el suelo, tendida sobre unos cartones húmedos. Y se encaminó hacia la puerta, mirando con desaprobación la despreciable habitación, con su única ventana con vidrio roto, agujeros en el techo de paja y barro, por donde se colaba la luz del sol y hasta un escuálido ratón que los miraba aterrado desde un rincón.