- ¿Estás seguro de que no necesitas nada?- le preguntó Lee- Won a Tthor, mientras lo acompañaba a su dormitorio, al caer la tarde.
- Sí, tranquilo. Estaré bien.- dijo éste, entrando a su cuarto y desplomándose en la cama suave y blanda- No te quedes ahí, entra…
Lee- Won permanecía de pie en la puerta, con los brazos cruzados detrás de la espalda.
- No, no, gracias…
Tthor lo miró serio.
- Es que…no se nos permite entrar a las habitaciones, a menos que sea para la limpieza.
A veces, Tthor se olvidaba de aquellas reglas tontas, según creía él. No veía a Lee- Won como un sirviente a quien dar órdenes.
- Pero sí…se te permite aceptar un regalo, supongo…
Lee- Won abrió grandes los ojos.
- ¿Un regalo?- preguntó, sorprendido.
Tthor sonrió misteriosamente y le entregó un canopus que había recibido hacía unas horas.
- Me lo envió Wilgenyna…
Lee- Won lo miró sin entender demasiado.
- …Es para ti…
El jovencito tomó la vasija, le retiró la tapa en forma de cabeza y miró, con curiosidad, su interior. Se sonrojó, casi de inmediato.
-Son dos mantas gruesas.- se apresuró a explicar Tthor, mientras lo ayudaba a sacarlas y desenrollarlas- Están usadas porque son las que yo uso en Albión, pero ahora son tuyas. Las necesitas más que yo.
Lee- Won lo miraba conmovido.
- He visto donde duermes… Y pensé en darte algo de aquí…pero creí que te meterías en líos si usabas algo de Warghost, así que le pedí a Wilgenyna que me las mandara.
Lee- Won abrazó a Tthor en un impulso y se quedó abrazándolo por largos minutos sin decir nada.
- Lo único que lamento es el color. Son demasiado llamativas…- rió Tthor.
- A partir de ahora, mi color favorito será el anaranjado. ¡Gracias, Tthor!- fue todo lo que logró balbucear Lee- Won antes de que su voz se quebrara.
- Ve a descansar… Debes estar cansado- le dijo Tthor- Después de mi última aventura sonámbula, de hace tres días, seguramente dormiré como un bebé.
- ¿Te ha hecho trabajar mucho el Profesor Evans hoy?- preguntó Lee- Won, tratando de recuperar la voz.
- Sí…- suspiró Tthor, recordando la desastrosa clase de equitación que había tenido que padecer aquella tarde- Perdí la cuenta de todas las veces que me he caído del pobre caballo. No me gusta tener que subirme a esos animales. Me pongo en su lugar y pienso que no me gustaría que alguien se me subiera encima y me tuviera trotando de aquí para allá todo el día.
Lee- Won lo miraba sonriendo.
- Tienes cada ocurrencia, Tthor- le dijo- pero estoy de acuerdo contigo. Bueno…me voy…¿Sabías que mañana es San Valentín?
Tthor lo miró con curiosidad.
- Donde yo vivo no festejamos San Valentín.
- Lugar raro ése en el que vives…
Lee- Won lo saludó con la mano, cerró la puerta y despareció, en un par de zancadas, escaleras abajo.
A Tthor le dolía todo el cuerpo. Tenía machucones en las piernas y los brazos de tantas caídas. Sólo deseaba acostarse y dormir. Fue hacia la cama, arrastrando los pies, disfrutando todavía la sonrisa de Lee- Won al recibir el regalo. Y como siempre, la pereza lo venció y se acostó sin siquiera ponerse el camisón ni sacarse los zapatos.
Y fue una suerte porque afuera estaba helado y, como no podía ser de otra manera, a media noche, en medio de un ataque de sonambulismo, Tthor se levantó y salió de la habitación rápida pero silenciosamente.
Dejó atrás la abadía, con las manos en los bolsillos, tiritando de frío pero sin despertarse. Pasó por el camino del árbol de Creta y por la casa de la familia con aquel recién nacido que había conocido hacía unos días, el cual ahora dormía calentito y lleno.
Cuando llegó a la calle principal del pueblo, aminoró la marcha y, todavía con las manos en los bolsillos, se puso a silbar una canción. Y de repente, como si se hubiese dado cuenta de la majestuosidad de la luna llena, que brillaba justo encima suyo, se quedó contemplándola en silencio y con una leve sonrisa en los labios.
Unas voces le llegaron desde unos metros adelante:
- ¡Noel! Baja, por favor, te he traído tus chocolates favoritos.
- ¡Vete de aquí!- le gritó la joven desde la ventana del segundo piso de la zapatería.- Vete o llamoa…
- ¿A quién? ¿A la Guardia Civil?- se burló el joven.
Y sus compañeros se echaron a reír.
- Mira, Spike, vete o no te hablaré nunca más en la vida.- amenazó Noel, furiosa.
- ¿Así me tratas? Te he traído choco-telarañas, por el día de San Valentín y tú me desprecias de esa forma. Si no bajas me pondré a cantar…
Y, acto seguido, comenzó a entonar, bastante desafinado, una copla romántica que solían cantar los enamorados, desde hacía más de cien años.
Noel, tratando de contener la risa, desapareció de la vista del grupo y corrió las cortinas.
El joven Spike solo se sabía los primeros versos, así que cuando terminó y vio que estaba cantándole a una ventana cerrada, arrojó la caja de chocolates con bastante violencia en la vereda y le hizo señas a los demás para que lo siguieran.
Desaparecieron, entre risas y bromas, en la primera esquina. Tthor caminó hasta donde había estado Spike y con las manos en los bolsillos, miró hacia la ventana y se puso a tararear la misma canción del joven enamorado. Noel corrió de repente las cortinas y, sin mirar hacia abajo, volcó un balde lleno de agua helada, justo en la cabeza de Tthor.
El joven sintió un frío glacial que lo atravesó hasta los pies y abrió los ojos, grandes como platos, sorprendido y disgustado.
- ¡¿Tthor?! ¿Eres tú?- dijo Noel pálida, desde la ventana.
Tthor se miró la ropa empapada y luego a Noel, sin entender nada de lo que estaba sucediendo. Noel bajó corriendo las escaleras, con una manta gruesa, abrió la puerta del local y se apresuró a cubrirlo.
- Ven, Tthor, entremos…Te dará un resfriado si te quedas así.
El joven, todavía sorprendido, la siguió hasta adentro. Ninguno de los dos notó que en la esquina, un grupo de ojos curiosos seguían la escena desde un par de metros.