Eran las 16:00 de un domingo familiar. Alma tenía mucho que estudiar, pero sus padres decidieron ir a visitar al tío Martín por su cumpleaños. Hacía mucho frío, aun cuando era una tarde hermosa de otoño. Ya habían pasado siete años desde la última vez que Alma vio a su primo Mateo en su fiesta de 15 años. Ella al llegar no sabía si se iba a encontrar de nuevo con su extraño primo, o, Más bien; no sabía qué extraña cosa iba a sentir ella al ver a su primo. Muchas veces, a lo largo de los años que han pasado, Alma no se explicaba a ciencia cierta, lo que le pasaba con Mateo. Ella no podía darle rienda suelta a lo que su cuerpo y mente le dictaban cuando estaba cerca de él. Era un torbellino de sentimientos y culpas encontradas en todo momento. Sentía que había algo en su corazón que cuando veía a su primo, le llenaba por completo, pero que al mismo tiempo negaba por el vínculo que tenía con él.
-¡Hola, hermosa!
-¡Mateo! – Respondió Alma - ¡Pensé que no estarías en el pueblo! Tío Martín me había dicho la última vez que lo vi, hace un tiempo en mi casa, que te habías ido a estudiar a la capital.
-¡Así es, Almita! Pero ya me recibí, soy médico de la República y ahora estoy atendiendo en el hospital del pueblo.
-¡Oh, cuánto me alegro, mi amor! ¡Up, perdón!
-¡No te preocupes! – increpó Mateo.
-¡Es que estoy leyendo…!
-¡No te apures, Almita. Te entiendo! Además, no me molesta en lo absoluto que me hayas dicho eso.
-¡Pero, es que…!
-¡Nada, mi pequeña florecilla silvestre…No hables! No tienes que alegar nada más, adorada criatura.
En ese momento, sus ojos se encontraron de nuevo, se acercaba el ocaso, pero, no estaban solos esta vez. Estaba toda la familia en pleno. Y en ese instante, ellos creyeron que no había nadie alrededor. Era como si estuvieran flotando al sentir que despegaban sus pies del piso, escuchaban los pájaros cantar, el viento soplar, no podían ver el movimiento y toda la gente que estaban a su alrededor. ¡Sí!, no cabía duda que el momento era especial…estaban frente a frente luego de tantos años de no saber ninguno del otro. Pero una brisa muy fría los heló, y deshizo el hechizo en el cual se estaban sumergiendo. Esa brisa helada fue como un mal augurio que anunciaba el error que ambos podrían cometer si seguían embelesados en el ensueño en el que estaban sumergidos.
-¡Cuéntame más de ti! –Le dijo Mateo.
-¡Pues, estoy estudiando leyes!
-¡Wow…Qué bien, pequeña! Y... ¿cuánto te falta para terminar?
-Estoy en el último año, -respondió Alma.
-¡Qué bien, mi vida! –Le contestó Mateo mirándola tierna y orgullosamente.
En ese momento, Mateo la invita a salir a pasear por el jardín. Ya se estaba haciendo de noche, ya quedaban pocos miembros de la familia en la casa del tío Martín, los cuales habían hecho presencia para compartir con él su fecha natal, aprovechando igual para saludar al resto de la familia que tenían cierto tiempo sin coincidir en alguna otra reunión, o simplemente, porque no se habían saludado entre ellos desde hacía tiempo. Y Alma estaba preocupada por el examen que debía rendir al día siguiente en la Universidad, sentía la necesidad de llegar a su casa para estudiar, pero el estar paseando del brazo de su adorado Mateo, le hacía olvidar su deber. Alma era una de las pocas chicas que complementaban el plantel de estudiantes en la única universidad del pueblo. En esa época era muy difícil ver a una mujer estudiando alguna carrera universitaria, pues, no estaba bien visto por la sociedad que la mujer tuviera estudios y que no se dedicara al hogar como lo hacían sus pares, tradicionalmente. Pero esto a Mateo no le importaba, al contrario, se enorgullecía de su Alma. Sabía que era muy inteligente y que sería un desperdicio que ella no llegara a ejercer alguna carrera en pro del avance del país, tal y como él lo hizo.
Paseaban a pasos muy lentos por el jardín y poco a poco se fueron alejando del centro de la reunión familiar. Hablaban gustosamente de sus proyectos y de alguna que otra anécdota universitaria, cuando de repente, en el cielo se vio una estrella fugaz. Ambos la siguieron con la mirada, para luego verla desaparecer de su vista, y en ese instante se encontraron nuevamente mirándose fijamente como lo hicieron más temprano. Estaban acercándose peligrosamente, estaban muy, muy cerca, cuando Mateo delicadamente tomó la cara de Alma y sin mediar sonido o palabra alguna, posó suavemente sus labios a los de ella…Y el cielo se hizo más oscuro, las luces de la casa eran tenues a la par de la que emitían las estrellas esa noche, dando la bienvenida al sublime instante en que Mateo por fin, besó a su Alma. Ella no podía contener el temblor de su cuerpo al sentir tan cerca a su amado, los latidos de su corazón se aceleraban de tal modo que ambos podían escucharlo, o ¿acaso era el corazón de ambos que palpitaba en conjunto con una aceleración anormal, por lo que estaba sucediendo entre ellos en ese momento tan hermoso? Lo cierto es que ninguno de los dos podía despegar sus labios del otro…