Tu amiga, la fea [ella era fea 5]

Capítulo 9

Daysi habló por horas con Enden, debatiendo el tema del libro en aquella sala de estar. La tarde se volvió noche y dos autos se parquearon frente a la vivienda. Los padres de la joven acababan de llegar.

Las voces se hicieron escuchar con rapidez y Enden notó que era hora de marcharse. Al momento de salir de la sala de estar a la antesala, su mirada se chocó con aquellos ojos negros de la señora Eliana.

—Enden —soltó ella con impresión—, ¿visitabas a Daysi?

—Hola, tía —saludó el joven—, sí, hablaba algo con ella.

La señora Eliana tornó su rostro lleno de preocupación, comenzaba a creer que él pudo haber llegado a discutir con su hija.

Daysi acababa de entrar a su habitación, organizaba su bolso para el día siguiente. En su pequeño escritorio había una luz encendida de una lámpara, a su derecha, un pequeño abultado de libretas que ella abría para revisar su contenido. Metía las libretas en el bolso apoyado en la pequeña silla de madera.

La joven escuchó que la puerta de su habitación que se encontraba entreabierta se abrió de golpe. Rápidamente corrió su mirada a ella y encontró a su padre entrando al cuarto.

—Daysi —llamó—, necesitamos hablar.

—¿De qué? —preguntó sin dejar de mirar el interior de una libreta—, estoy ocupada.

El señor posó sus brazos como jaras, dejando sus manos en su cintura, algo que le daba un aire de imponencia. Su mirada se veía seria y algo fruncida.

—En estas vacaciones te irás con los chicos a la finca en la Sierra —informó—, necesitan empleados, así que te irás a trabajar.

Un escalofrío pasó por la nuca de Daysi, acababa de escuchar la frase que tanto temía. Pero no podía enojarse, no cuando necesitaba que sus padres le dieran permiso para ir a la fiesta de Thiago.

—Me lo imaginaba —Daysi volvió su rostro para ver fijamente a su padre—, sabía que ellos harían todo lo posible para que ustedes me enviaran a esa finca.

—Es lo más justo —dijo su padre con seriedad—, tú también necesitas una reprimenda.

Daysi quería gritarle, decirle que nada de lo que ese grupo había dicho era cierto, quería contarle de todas las burlas que ellos le decían cuando estaban en el colegio, pero se guardó su enojo. Era el momento menos indicado para hacer una rabieta, necesitaba a sus padres tranquilos y de buen humor.

—Bien —soltó con tranquilidad.

El señor Elián pestañó dos veces, estaba sorprendido por la calma con la que su hija tomó la noticia. Él se había mentalizado que le hablaría con fuerza a Daysi, estaba seguro que ella gritaría y patalearía para que no la obligaran a irse fuera de la ciudad a trabajar en una finca. Su hija odiaba las fincas y no se le pasaba por la mente que ella aceptara la idea de trabajar, ¡por Dios! Eso era imposible, ella nunca en su vida había lavado un plato.

—Bien —dijo el señor antes de salir del cuarto.

Al momento de Daysi estar sola en su habitación, corrió a lanzarse sobre su cama y mordió con fuerza la almohada, dejó salir un gruñido y apretó con fuerza las sábanas con sus manos.

Al día siguiente, como era de esperarse, aquel grupito no dejaba de mirar a Daysi y soltaban pequeñas risitas. Lo habían logrado, convencieron a todos los padres de ponerse de lado de ellos y enviar a Daysi a aquella horrible finca donde los pondrían a trabajar.

Daysi sabía que esa sería su perdición, ellos le harían la vida imposible en aquel lugar. Debería intentar sobrevivir un mes trabajando y soportando a sus enemigos, y lo peor, lejos de la civilización.

En el descanso, como siempre, se fue a las gradas del coliseo donde comió una bolsa de papas en silencio. No tenía libro para leer, tampoco mente para hacerlo, sólo sabía pensar en la maldita suerte que tenía con aquella familia que le tocó tener.

Dejó salir un suspiro cuando sintió la necesidad de hablar con alguien, pero Alex no estaba, se encontraba sola, sin amigos. Por primera vez se sintió sola, que necesitaba de alguien. Aquel sentimiento agridulce invadió su pecho y las lágrimas quemaron sus ojos.

Daysi quitó los lentes de sus ojos y buscó en su bolso el estuche donde guardaba el pequeño paño para limpiarlos. Mientras pasaba la tela por el vidrio de los lentes, una gota saltó de sus ojos y golpeó su mano derecha.

No soportó más y soltó el llanto en silencio, dejando que sus rizos cubrieran sus ojos. Se regañaba por llorar por algo tonto, por un estúpido grupo que sólo quería hacerle la vida imposible. Deseaba poder tener una nueva vida tranquila, con amigos y ser una chica cualquiera que no recibiera tan malas críticas de las personas.

Enden estaba entrando al coliseo solitario y posó sus ojos en Daysi, estaba ahí, sentada con el cabello cubriendo su rostro. Se detuvo a contemplarla, ¿estaba llorando? Sería incómodo acercarse a ella e incomodarla, tal vez quería estar sola.

Estuvo unos minutos sintiéndose idiota al estar de pie observando a Daysi desde lejos. Después, al sentir sus piernas cansadas, se acercó a las gradas que estaban del lado derecho, ahí mismo donde la joven se encontraba sentada a unos metros de distancia de él.

Recordó que traía unos refrescos de limón en sus manos, dos para ser exactos. Sabía que Daysi se sentaba en el coliseo en los descansos, apartada de las personas. Entendía perfectamente lo que era sentirse excluido de un círculo social y de alguna manera creía que esa era la razón del por qué se estaba sintiendo conectado con Daysi, deseaba ayudarla, decirle que no estaba sola, que él estaría allí para ayudarla. Pero el ser tan cursi con Daysi no funcionaría, estaba seguro que ella lo mandaría a la Conchinchina si llegaba a escuchar esas palabras salidas de su boca, por lo mismo debía intentar actuar con naturalidad.




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