La peor etapa de la soledad es saber que, por más personas que tengas a tu lado, aquella sensación no se va.
Era la hora del almuerzo, Daysi estaba sentada alrededor de la mesa y, para su mala suerte, Enden estaba en frente de ella. El joven no dejaba de observarla y comunicarle con sus ojos que quería hablarle.
—Desde mañana comenzarán sus quehaceres diarios —informó la mujer.
Unos murmullos en contra de la información, emanó. La mujer limpió su garganta y todos volvieron a hacer silencio.
—Las mujeres me ayudarán en la cocina, limpiarán la casa y barrerán el patio, debemos limpiarlo —dijo la mujer—. Los hombres ayudarán en la finca, deben reparar la cerca de la quebrada, Juanjo les dirá qué hacer, ¡ah!, se me olvidaba, también ayudarán a limpiar el patio.
Hasta el rostro de Enden, que era quien tomaba la situación con más calma, se arrugó.
Estefanía soltó un grito.
—El agua está demasiado fría —soltó.
Daysi hizo un puchero y sumergió los platos en el agua de jabón que había en una ponchera negra en el lavaplatos.
—¿Crees que en todo el mes deberemos hacer esto? —inquirió Estefanía.
—No lo sé —respondió—. Esto es demasiado aburrido.
—Terrible —Estefanía dejó salir un suspiro—. Quiero volver a la ciudad.
Se escuchó la voz de la mujer llamando a Daysi. La joven puso los ojos en blancos y caminó fuera de la cocina.
La mujer estaba con los brazos en jarras esperándola en el pasillo cerca de los dormitorios.
—¿Por qué no estás organizando los cuartos? —regañó.
—Estaba llevando los platos a la cocina —respondió la joven.
—Esa no es la tarea que te di —siguió regañando—. Rápido, a los dormitorios. Que todo quede tan limpio como un espejo.
Daysi arrugó el rostro y puso los ojos en blancos.
—¿Me estás haciendo mala cara? —inquirió la mujer con una voz seca y dura.
Daysi no respondió.
—Ahora limpiarás las habitaciones y después irás a barrer todo el patio, sola.
—¿Qué?, ¿por qué?
—Por insolente.
Daysi abrió la boca de la impresión, pero no replicó por miedo a que le pusieran más tareas.
Soltó un gruñido mientras caminaba a los dormitorios. Entró a la habitación donde dormían sus primos junto a Peter y Enden.
Encima de las camas arrugadas estaban las maletas desparramadas. También encontró zapatos regados por el piso y una que otra ropa interior maloliente.
Con el palo de la escoba, recogió la ropa regada y la guardó en una bolsa de basura, la amarró y la echó con el resto de la basura en la parte de atrás de la casa.
Se podría decir que gozó hacerlo, sabía que aquellos chicos se morderían los codos de la rabia al no encontrar su ropa. Pensaba que era la mejor lección para que dejaran de ser tan desorganizados.
Yiret debía organizar la habitación de las mujeres. Ella debía ayudarla un poco. Al abrir la puerta de la habitación, encontró a Yiret sentada en la orilla de la cama donde dormía con los ojos hinchados.
Las sábanas de las camas se veían arrugas, como en un intento torpe de ser ordenadas. Lo bueno era que aquella habitación no estaba tan desorganizada, sólo se veía un poco de polvo en la mesita de noche.
Daysi sabía limpiar habitaciones, su madre desde muy niña le ponía como castigo limpiar las habitaciones de su casa. Así que, a sus dieciséis años era experta arreglando camas y sacudiendo el polvo.
En silencio organizó las camas y con un trapo rojo, húmedo de desinfectante, limpió la mesa de noche y la ventana. Pasó un poco la escoba por el piso, previendo que no hubiera mugre por debajo de las camas y después salió de la habitación.
Comenzaba a sentir lástima por Yiret, desde que habían llegado se escondía en rincones a llorar y nadie sabía el por qué.
Al salir al patio, comenzó a barrer cerca de la casa con la escoba, pero la mujer, que pasaba cerca de allí, se acercó a ella con su típico rostro enfadado.
—Oye, ¿qué estás haciendo? —preguntó con tono de regaño.
—Barriendo —respondió.
—¿Cómo se te ocurre barrer con el cepillo?
—Entonces… ¿con qué lo hago?
—¿Serás bruta? —gruñó—, ¡busca el rastrillo!
—Deje de tratarme mal, —se enfadó Daysi— que yo no soy ninguna bruta. Además, no sé lo que es un rastrillo.
La mujer la fulminó con la mirada, pero Daysi no se intimidó y no desvió sus ojos de ella. Odiaba a esa mujer, los trataba como inferiores, personas inservibles y detestaba a ese tipo de gente.
Al final, la mujer le mostró lo que era un rastrillo. Era parecido a una escoba, que, para sorpresa de la joven, se diferenciaba de la escoba por no tener cerdas y sólo una línea recta en metal.
Fue bastante incómodo barrer con ello, encontrar una forma de dominar aquel objeto. Podía ver algunas mujeres que también trabajaban en la finca reírse de ella a lo lejos, cuchichear mientras la observaban.
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Editado: 22.01.2025