Tu amiga, la fea [ella era fea 5]

Capítulo 20

Daysi acentuó con la cabeza y volvió su mirada al frente. Tenía ganas de llorar, su garganta estaba quemando, pero se prometió no hacerlo. Se estaba sintiendo sumamente humillada, que pisoteaban su dignidad, su autoestima. Sin embargo, eso la estaba ayudando a mantenerse en pie y no llorar, al contrario, sentía la necesidad de salvar su orgullo como mujer.

—Daysi, —llamó Enden— ¿estás enojada por lo que te dije? —Hubo un momento de silencio—. Mira… Daysi, si te digo esto es por tu bien. No me gusta que las personas se burlen de ti, que hagan comentarios ofensivos, te llamen fea y esas cosas.

El interior de Daysi se revolvió. Volteó a ver a Enden y le mostró una sonrisa.

—No te preocupes, —dijo— entiendo lo que dices.

—Amor —Enden dejó salir un suspiro—, quiero que nuestra relación no termine, no quiero que volvamos a tener este tipo de problemas.

Así que para Enden era un problema su físico. Daysi sintió una gran decepción abrazarla, unas ganas inmensas de levantarse de aquella roca y marcharse de aquel lugar muy lejos.

Sabía que no era buena idea quedarse un mes con aquellas personas, no lo soportaría. Debía pensar un plan para volver a la ciudad.

Al volver a la casa, buscó a la señora y fingió estar enferma. Actuar no se le hizo tan difícil, ya que por dentro se sentía mucho peor que los síntomas de una enfermedad común.

Encontró a la mujer en la cocina picando unas verduras con ayuda de Estefanía y otra empleada.

—Señora… —llamó Daysi con voz quebrada y ojos llorosos.

Las tres mujeres voltearon a mirarla, sus rostros en cuestión de segundos se tornaron preocupados.

—Niña, ¿qué te sucede? —preguntó la mujer.

—No me estoy sintiendo bien —respondió Daysi dejando salir el llanto—, me siento muy mal.

—¿Qué te sientes? —inquirió la mujer.

—Con un desaliento en todo el cuerpo, me duele mucho el pecho y la garganta —dejó salir un tosido.

—¿Te duelen las amígdalas? —indagó Estefanía—, ¿te duele al tragar?

—Sí… y mucho.

La mujer le tocó la frente, después un hombro.

—No, pero no tienes fiebre —replicó la mujer.

—Por favor, llamen a mis papás, no me siento nada bien —pidió Daysi—. Quiero que me lleven a la clínica.

—No, pero aquí no hay señal —replicó la mujer—. No preocupemos a tus papás, eso ahorita se te pasa. Ve a acostarte, te vamos a preparar una aromática, de seguro es por el cambio de clima.

Daysi incrementó su llanto mientras caminaba a los dormitorios. No iba a ceder hasta que se fuera de ese lugar. Si era de pasar días enteros tirados en la cama, lo haría, pero no estaría en aquella finca un mes.

Se acostó en la cama y siguió llorando mientras se quejaba. Aquello llamó la atención de todos y en repetidas ocasiones entraron a la habitación para preguntarle cómo se sentía. Aunque, entre más pasaban las horas, Daysi se dio cuenta que sí se estaba sintiendo algo enferma.

En la noche, la señora la despertó para que se tomara una aromática, y al sentarse en la cama sintió que todo su mundo dio vueltas.

Daysi empezó a vomitar en la habitación y, al querer dirigirse al baño, se desplomó en el piso al tambalear sus piernas.

Nada de eso lo tenía planeado, pero, aunque se sentía como en el mismísimo infierno, le aliviaba saber que ahora todos estaban muy preocupados por su estado de salud y, de hecho, un trabajador bajó al pueblo más cercano para llamar a los padres de la chica.

En la mañana, Estefanía ayudó a la joven a empacar todas las cosas, ya que los padres de Daysi en unas horas estarían llegando a recogerla.

Yiret observaba desde el marco de la puerta con los brazos cruzados y un rostro de envidia que no podía disimular. De hecho, la atención que le estaban dando a Daysi era increíble.

En la noche despertaron a los empleados para que corrieran a buscar medicamentos, de hecho, llegaron a llamar a un doctor. Que, para fortuna de Daysi, tuvo problemas para llegar en la noche y llegaría en la mañana, pero para esa hora los padres de la joven ya habrían llegado a recogerla.

No dejaban que la chica se levantara de la cama, todo se lo llevaban allí. Sabían que sus síntomas eran de malestar general, un resfriado común, pero, con todo el drama que había armado Daysi, el nivel de atención estaba por los cielos. Además, cuando los padres de la joven se enteraron que estaba enferma, crearon un gran drama y en ese mismo instante alistaron todo para ir a buscarla.

Enden entró a la habitación trayendo consigo un pequeño pocillo lleno de helado. Era un intento fallido para que Daysi comiera, ya que la joven no aceptaba nada. Lo que intentaron hacerle comer lo había vomitado.

—¿Cómo te sientes? —preguntó sentándose en la cama.

La joven se acomodó en la cama y no respondió palabra alguna. Ahora tenía la excusa perfecta para no hablarle.

—Amor… —Enden pasó una mano por la frente de la joven—, por Dios, estás hirviendo en fiebre.

La mirada de Enden se tornó bastante triste.




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