SEIS

Ahren estaba sentado en el suelo, alrededor de una fogata que los broms habían encendido al caer la noche. Al contrario de cuando arribaron, sobre la isla había descendido un frío que calaba hasta los huesos. Por esto él había accedido a cobijarse con el calor que las llamas desprendían, pero notando cada vez más que esa calidez aunada al cansancio que sentía lo sumergían minuto a minuto en un creciente estupor que por momentos lo adormecía.
En ese estado abrió los ojos para observar una vez más la tienda en la cual Caleb y Haro llevaban horas en reunión junto a sus más allegados.
Volvía a cerrarlos lentamente, mientras apoyaba despacio la cabeza en sus rodillas flexionadas, cuando oyó el sonido áspero del cuero moviéndose, lo que lo llevó a despabilarse mientras observaba las figuras de el capitán con su maestre, y del líder Brom con su segundo saliendo de la tienda.
Caleb le echó una mirada profunda y algo intensa, o por lo menos eso le pareció, y luego bajando la vista caminó hasta su propio asentamiento. En cambio Haro, le dedicó una de sus seductoras sonrisas y avanzó con paso ligero hacia donde él estaba. Al llegar se dejó caer con parsimonia a su lado.
—Deberías dormir conmigo esta noche—fue lo primero que le dijo, y él suspirando lo miró y negó con la cabeza.
—No te das por vencido, ¿no es así?—le contestó algo impacientado.
—Eh, tranquilo—continuó el lobo rojo—No me refería a eso... pero si es lo que tú quieres no pienso oponerme—se rió abiertamente antes de continuar—Decía que este es un lugar peligroso, lleno de criaturas monstruosas y terribles y amenazas escondidas en la oscuridad... que conmigo estarás mas seguro que con ... ¿con quién ibas a dormir?
Algo en el tono misterioso de Haro al relatarle sobre los terrores ocultos a sus ojos en la isla le estremeció la piel. Sabía que en parte era una de sus tretas para quedarse con él a solas y seguir con su incansable acoso, pero no podía negar que había verdad en sus palabras; aquella tierra era conocida por su diversidad de criaturas sobrenaturales .
Aparte de eso... ¿dormiría con Caleb? ¿o éste lo dejaría pernoctar solo y sin vigilancia? Ya no estaban en alta mar donde no tenía escapatoria, y en vista de su posesiva postura anterior se inclinaba por lo primero.
—No lo sé, pero estimo que con Caleb, él siempre me vigila de cerca, en el barco tenía un camarote solo para mi, pero aquí... sí, creo que es lo más probable—le respondió a la vez que pensaba aún en eso.
—Por eso justamente deberías descansar a mi lado, ¿haz visto alguna vez a Caleb dormir?... Ronca, y mucho, también duerme desnudo, créeme me entere de la peor manera—volvió a reír—Eso aparte de otras cosas que no te puedo describir porque le resultarían ofensivas a tu delicadeza.
Sin poder evitarlo Ahren se rió. Haro era una molestia, pero una muy encantadora.
—No te creo nada, sé que lo dices para limitar mis opciones... Ya deberías resignarte a la idea que no me tendrás—le dijo y Haro levantó las cejas fingiendo inocencia—Y no porque yo me crea la gran cosa, sino porque ni mis pensamientos ni mis deseos están en este momento en los deseos de la carne.
—¿Deseos de la carne, dices?, ¿Crees que es solo eso lo que siento por ti?... Me hieres, mi Daleyri—replico el brom rápidamente.
—Dos cosas: sí, creo que solo eso quieres y no tengo duda de ello, y segundo... ¿qué significa eso que me dijiste?—le terminó cuestionando.
—¿Daleyri?—preguntó y Ahren asintió—Pequeña flor en mi idioma natal, eres mi pequeña flor, Ahren y créeme, mi intención no es solo poseer esa tentadora belleza tuya, sino tambien tu corazón.
—¿Mi corazón?—le preguntó Ahren con el ceño fruncido—Pues que pena, porque no pienso dártelo.
—¿Y quien dice que voy a pedírtelo, mi Daleyri?—le inquirió Haro acercándose un poco más a su rostro—Soy un bandido... yo pienso robártelo.
Antes de responder a esa afirmación Ahren soltó una risa incrédula.
—Eres increíble Haro, ¿esas frases rebuscadas suelen funcionarte con las damas?
—El noventa y nueve por ciento de las veces—admitió Haro, y luego rompió en una carcajada sonora.
Una vez más él se unió a sus risas, y al cabo de unos segundos le hizo una nueva pregunta.
—¿Prometes comportarte si accedo? claro esta, si el capitán no aparece para arrastrarme a su tienda.
—Lo prometo, no tocare una sola hebra de ese negrísimo cabello que tienes... pero Ahren, no prometo resistirme si eres tú el que se me lanza encima—argumentó con picardía.
—Bien, prometo entonces hacer mi mayor esfuerzo para resistirme a tu desesperante y gallardo atractivo—le dijo él con un evidente sarcasmo que a su oyente no hizo más que divertirlo.
—Ven, mi exótica rosa del Oriente... déjame protegerte esta noche—le pidió Haro con una voz entre sensual y romántica, a la vez que le extendía la mano al ponerse de pie.
En ese instante algo cambió, algo que él no supo precisar bien, pero que lo alcanzó y lo abrazó, lo ciñó y lo envolvió en un halo imperceptible, pero no por eso menos real. Y Ahren no supo si eran las llamas que danzaban creando sombras en la espesa negrura nocturna, o el sonido dulce y misterioso del laúd que uno de los nativos entonaba, o el misticismo de esa tierra de magia y encanto; hogar de hadas nocturnas y sirenas, pero se sintió hechizado, subyugado por el enigma de los ojos negros del hombre lobo que lo miraba con un intenso deseo desde esa cercana altura, invitándole a rendirse, a dejarse llevar por sus sentidos que intempestivamente parecían vibrar y acoplarse al son de esa fascinante melodía entonada .
Él se levantó despacio y suavemente tomado de su mano, y sin quererlo dejó que un suspiro ansioso brotara de sus labios. Labios que humedeció mientras miraba a Haro.
—Me siento extraño—le confió algo agitado.
—Déjate llevar, mi dulce príncipe—oyó que le decía y él cerró los ojos para perderse en esas sensaciones que lo estaban arrobando. Sintió su cuerpo liviano y etéreo, y a la hierba bajo sus pies como una colchón de plumas que prometía amortiguar los pasos que lo llevarían al delirio que atrevido lo llamaba por su nombre.
Algo no estaba bien. Pero él no tenia fuerzas ni deseos de resistirse a esa acompasada cadencia que lo sumergía en pos de sus deseos. Miles de sonidos se adentraron audaces en su cuerpo, jalándolo con hilos invisibles al igual que una marioneta, pero estos no eran bruscos ni violentos, eran delicados y apacibles, le susurraban al oído y le acariciaban la piel con peticiones envolventes.
Algo no estaba bien. Pero se perdía, se sentía extraviar tras las huellas de voces que lo instaban a no oponer resistencia, a menguar la oposición y acallar la queja.
Sin abrir los ojos articuló una protesta, que no parecía tal, por el tono y la liviandad con la que fue elevada.
—Me sucede algo... no sé qué es... me siento...—murmuró sin poder continuar, pues la exquisita armonía empezaba a ondear por sus piernas, ascendiendo lento por sus muslos, pidiéndole a su intimidad que descubriera el secreto, que lo obsequiara a quien sostenía su mano con  delicadeza.
Su labio tembló y respiró algo alterado, pues esta singular sensación seguía pujando en contra de su control, reclamaba más y más su cordura para que esta cediera en aras de la demencia, a la vez que un ardor vehemente se colaba dentro de él como brasas puestas para avivar una hoguera.
—Haro...yo...—jadeó, y solo recibió un," sígueme" como respuesta.
Abriendo sus parpados caminó tras sus pasos aferrado de su mano. Sabía donde planeaba llevarlo, presentía lo que le haría, presagiaba el final de aquella caminata, pero no podía negarse, los lascivos acordes se lo impedían, podía sentirlos en un ruego candente, en una suplica voluptuosa.
Entró en la tienda que supuso era de Haro, y guiado por él se recostó en el lecho formado de pieles que se sintieron a su tacto tibias y mullidas.
Su acompañante lo miró embelesado, su respiración se notaba errática y su frente perlaba gotas de sudor que parecían destellar entre las tenues luces que los resquicios de luz dejaban llegar hasta allí.
Haro se veía salvaje y dominante, bello e irresistible.
—Eres tan hermoso, Ahren, y las diosas saben lo mucho que te deseo, y lo mucho que he anhelado tenerte así, entregado, dispuesto, rendido—le dijo con una mirada de fuego que lo hizo moverse en el jergón necesitado y expectante. No podía pensar, simplemente no podía.
—Arde—susurró Ahren, alcanzando un atisbo de coherencia a la vez que sus movimientos se hacían inocentemente eróticos a los ojos de aquel que lo devoraba con la mirada.
—¡Por todas las divinidades de las alturas!...Vas a volverme loco—siseó el Brom, recorriendo su cuerpo ondulante—Pero no puedo hacerte esto... no así.
Ahren no entendió a que se refería, a decir verdad su mente no entendía nada, y su cuerpo solo sentía todo, por lo cual no se inmutó o solo lo hizo después, al percibir su nombre dicho en un grito fuera de la tienda, y después un rostro colérico aparecer casi rasgando el cuero que la dividía.




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