SIETE

Caleb abrió los ojos lentamente. La oscuridad en la tienda que le habían provisto denotaba que aún no había amanecido. Gruñó un poco, estirándose. Extrañaba su cama en el drakar, pues esto de yacer en el suelo, aunque fuera sobre un par de pieles gruesas, le era bastante incómodo, pero mayores penurias había sufrido desde que siendo aun adolescente huyó  de su hogar, esta pequeña molestia no le significaba mucho.
Pensando en esto se enderezó a medias para ver como llevaba el príncipe elfo aquella situación temporaria, pero fue grande su sorpresa cuando no lo encontró en aquel improvisado lecho que él mismo le armó, muy cerca del suyo. Se terminó de sentar y recorrió la tienda con la mirada buscando a Ahren; en solo unos segundos lo halló, sentado a unos metros frente a él, pero de espaldas, con sus brazos rodeando sus rodillas, sobre las cuales tenía apoyada su cabeza.
Se extrañó al verlo en tal posición, a tal hora, y luego de la abrumadora noche que había padecido. Solo llevaba una ligera túnica de color gris, la que se había vestido luego de que su vestimenta habitual hubiera quedado empapada. Lo observó por un momento, parecía mecerse suave, muy lentamente, de una tenue manera casi sincronizada. Ese movimiento que hacía, esa delicada oscilación constante de sus hombros, lo hechizó en cierta forma. Se sintió extraño y sintió algo irreal a su entorno, a sí mismo, y al joven al que admiraba en su danza silenciosa.
Suspiró, Caleb no pudo evitarlo, y supo que el joven elfo lo había escuchado, pues inmediatamente cesó en ese vaivén que tanto lo había cautivado.
—¿La oyes?—le preguntó Ahren—Susurra el nombre de cada ser viviente, recompensa la admiración que le ofrecemos cada noche llamándonos,  reconociéndonos a la distancia.
Cale no oía nada, ni tampoco entendía a que se refería Ahren. ¿Quién los llamaba?
—¿Quién?, ¿Quién susurra nuestros nombres?—le preguntó, sintiéndose algo ligero y percibiendo lento el articular de esas palabras.
Ahren rió bajito. Esa risita se le hizo adorable, y a pocas cosas podía nombrar así, casi a nada.
—La luna—le explico él—La luna le cuenta a las constelaciones sobre nosotros, les narra sobre lo que hacemos en la oscuridad. De besos de enamorados reflejados sobre la laguna, de promesas de hermanos que terminan en para siempre y nunca, de soñadores que miran las estrellas como si al hacerlo con suficiente intensidad pudieran comprender su magia... La luna no calla, se deleita en referir a otros astros sobre nuestras pequeñas proezas, ¿La oyes, Caleb?
Caleb no entendía nada y aún seguía sin oír aquello que tenía a el elfo maravillado.
Estaba por responderle sinceramente cuando éste continuó hablándole.
—Esta noche habla de ti, por eso la escuchó atentamente—le dijo, y él frunció el ceño aún más confuso—Dice que como te muestras y como eres realmente, es similar a dos mundos vecinos que fueron hechos de una misma esencia, pero que al crecer, creyéndose independientes, se separaron, pero no tanto como para no verse ni tan cerca como para convertirse en uno nuevamente. Eres un enigma, Caleb... uno que trastorna mi ser, uno al que temo y ansío al mismo tiempo.
Él se quedó sin palabras por un minuto, ¿Qué significaba eso que le decía?o más bien,... ¿Significaba lo que él pensaba?
—Yo no... Ahren, no entiendo, o quizás sí, pero...—decía torpemente, cuando el príncipe lo interrumpió.
—Quieres que hable claro—No era una pregunta—Quieres oírlo, pero como me sucede a mi, le temes a lo que produzca mi exposición... ¿Me temes a mi? No creo... más bien parece que te temes a ti mismo.
A sus misteriosas palabras Ahren le agregó un movimiento; se giró suavemente y lo observó.
Sus ojos de plata lo habían conmovido desde el primer momento, eran demasiado bellos para no prendarse, demasiados profundos para no sentirse desnudo ante ellos, demasiado místicos, al igual que aquel príncipe intocable que parecía, en medio de esa noche extraña, algún ser intangible merodeando traviesamente por aquellas tierras o quizás una seductora ánima que atraía a las insensatas almas para esclavizarlas bajo su encanto.
Su incomparable mirada, una fracción de luna.
Caleb sacudió su cabeza, ¿En qué rayos estaba pensando?, ¿De dónde brotaban aquellos pensamientos románticos? Ahren era solo su rehén, uno que le era urgentemente necesario, pero solo eso, nada más.
—¿Porque lo haz hecho?—le preguntó Ahren, y Caleb estaba seguro de que su rostro mostraría claramente su incomprensión—Sabes que soy casi divino para los míos, que como heredero al trono casi me adoran, que cada día elevan sacrificios de paz en mi nombre en el templo de nuestra diosa... y aún así lo hiciste ¡Que atrevido eres!... que tramposo al tenderme tan ineludible lazo.
Él solo lo observó, sin apartar su mirada en ningún momento de sus iris grisáceos, sin saber qué o cómo responder a lo que el joven decía, pero tal vez comprendiendo, poco a poco.
Ahren se puso en pie, su altura bastante menor a la de él se lo permitía. Se giró por completo y lo miró con profundidad, sus ojos brillaban. Era excepcionalmente bello.
—Es muy difícil, mucho... ¿Serán los hados los del destino los que me ponen a prueba?, ¿ Será mi diosa la que quiere comprobar mi fortaleza? ¿mi fe? Pues, fallaré... Lo sé Caleb, no voy a lograrlo. No si tú me miras así, como ahora, embrujándome con tus pupilas celestes, no si me rodeas como lo hiciste esta noche entre tus brazos fuertes, impregnándome de tu aroma, entibiándome hasta el alma con el contacto de tu piel, voy a fracasar... es posible que no solo ocurra, sino que yo quiera que así sea.
Ni un solo vocablo se le hizo presente. Él solo podía contemplarlo y oír su apasionada queja. Solo eso.
—Te celo—dijo y rió de esa manera que a Caleb le incendiaba las entrañas—Es tonto y lo sé... ¿Es que no te has dado cuenta?
Ahren dijo esto y abrió un poco su túnica, revelándole su cuello, o lo que en el pendía. Al notarlo Caleb se llevó rápidamente la mano al suyo. El príncipe le había quitado su colgante sin que lo notara y ahora lo portaba con orgullo.
No podía creerlo, él tenía los sentidos muy adiestrados, que el elfo se lo quitara sin que lo percibiera le era por demás extraño.
—Dámelo, Ahren, hice una promesa—le pidió con suavidad, pero con firmeza.
—Lo sé, lo sé—le respondió el joven algo apenado, y se volteó nuevamente, indicándole el broche que lo sujetaba a la altura de su nuca.
Caleb se desplazó hasta él en sus rodillas, no podía debido a su altura ponerse en pie así que optó por eso. Aún desde esa posición, con sus largos brazos estirados, ya detrás de Ahren, fácilmente llego a su cuello para desabrocharlo. Lo hacía con torpeza ( pues el perfume de esa piel que traspasaba la fina tela, parecía colársele hasta en los huesos) y justo antes  de  lograrlo el príncipe movió una ficha en el figurado tablero en el que jugaban peligrosamente, y lo venció por completo. El jaque mate más certero.
Ahren dejó caer su túnica y él se quedo ahí, a sus espaldas, perdido en  su  delicada ondulación, cegado por la cremosidad de su piel y embobado por las tentadoras curvas de su redondeado trasero. El colgante cayó al suelo...¡Al demonio con el!... La visión que tenía ante sí era de tal magnificencia que nada más importaba.
Apoyó con suavidad su frente a la altura de su cintura. Aspiró su fragancia, se deleitó en ella, lo sintió estremecerse ante el calor de su aliento.
Ninguno dijo nada. Solo sentían.
Caleb besó los lados de su pequeña cintura; uno, luego el otro. Lo escuchó reír, seguramente su incipiente barba le cosquilleaba. Luego posó sus labios en su espalda baja, ansiaba descender, probarlo todo, colmarse de su piel, no dejar porción sin la huella de sus besos.
—¿Si me entrego a ti me amaras para siempre?, ¿Nunca me dejaras ir?—le preguntó Ahren, con la excitación del momento tiñendo su voz.
Caleb no supo que responder, ni siquiera sabía lo que hacía. Parecía no estar consciente de nada que no fuera Ahren, él ocupaba todo en su mente y también en su cuerpo. 
Ahren se alejó de su tacto, caminó un par de pasos y se giró nuevamente. Nada cubría su piel de porcelana, nada velaba su diáfana hermosura. Su largo cabello negro se ondulaba con una brisa que no existía, pero ese detalle le pareció irrelevante pues todo él era exquisito, esculpido en completa excelencia, de los pies a la cabeza.
Lo vio descender con lentitud hasta quedar tendido en las pieles que Caleb había acomodado para él.
Desde allí lo miró, inquieto, deseoso, expectante. Mordiéndose los labios, cuando el que se los quería morder era él, despejando de su rostro sus hebras azabache cuando el que quería enredarse en ellas hasta sentirlas fundirse con sus manos, no era otro que él mismo.
Entendió porque era intocable, ¿Quién no perecería al sucumbir a esta beldad élfica?, ¿Cómo soportaría un simple mortal el toque de esta criatura mágica? Ahora esas leyes cobraban sentido para él, el que Aren fuera impalpable le pareció casi lógico... ¡Pero, por todas las hadas del bosque! Él siempre las rompía, era un maldito pirata.
Se acercó despacio, como un felino en acecho, sigiloso, decidido a ver perecer en sus fauces a su presa; lo haría morir de placer y en ese arrebato él también sucumbiría.
Llegó hasta Ahren, puso sus manos a los lados de su cuerpo, lo miró con un hambre que superaba con creces la palabra deseo.
El pecho del príncipe se agitaba preso del mismo frenesí, respiraciones cortas, rápidas, y un pedido en sus ojos que cuando se hizo oír derrumbó en Caleb cualquier reserva.
—Entra en mi.
Asintió. Seguro, ansioso.
Apoyó sus manos grandes en sus muslos y le abrió las piernas,  perdiéndose en la apreciación admirada de aquella apretada zona que lo invitaba al interior de su cuerpo.
Apretó sus muslos algo más fuerte, mientras le pedía que repitiera aquello que necesitaba oír de aquellos apetitosos labios.
—Eres mío, Ahren, dime que lo eres.
—Lo soy, lo soy— Fue la ardiente respuesta.
—Lo eres, eres mío Ahren, solo mío, mío—continuó declarando, casi como si evocara una plegaria, como si rogase que así fuera.
-—¡Caleb! ¡Me haces daño! ¡Ya suéltame!—oyó, y aquel cambio en el tono de voz de su elfo le hizo abrir los ojos. ¿Los tenía cerrados?
Al hacerlo vio una escena parecida, pero burlonamente diferente.
Estaba sobre Ahren, pero en vez de sus muslos sujetaba sus hombros con vehemencia. En vez de que éste se entregara dócilmente forcejeaba en sus brazos con aquella expresión de indignación que tan bien le conocía.
1¡Idiota! Suéltame ¿Qué te crees?—volvió a inquirirle con enfado, y él lo soltó al fin, entendiendo.
Había sido un sueño.
¡Rayos! ¿Pero porqué de un tono sexual?... Oh cielos ¿habría dicho alguna estupidez en voz alta?
Lo siguiente que habló Ahren se lo reveló.
—¿Qué fue todo eso?, ¿Qué te sucedió? Parecías un poseso.
Caleb se dejó caer entre las mantas, uno de sus brazos sobre su cara, moría de vergüenza.
—Lo siento—dijo sin atreverse a verlo—No sé que soñé. Debió ser algo relacionado a la guerra, por como te sostenía. Realmente lo siento mucho.
—¿A la guerra?... ¿Y eso le dices a tus oponentes? Eres mío, solo mío, mío.
El rostro de Caleb se tiñó de todos los matices de rojo conocidos. No podía sentirse más apenado.
Sabiendo que esto necesitaba una disculpa mayor dejó el refugio de su brazo  y sentándose miró a su príncipe rezongón, quien también lo miraba con recelo cruzando los brazos.
—Lo siento, de nuevo. Debí decir eso porque... Te necesito muchísimo,  eres muy importante para la estrategia que llevamos. Quise decir, eres mío, nadie podrá arrebatarte de mí hasta que culminemos esta empresa.
El recelo en los ojos de Ahren creció y se mezcló con algo de burla.
—Primero:—le enumeró—Uno no trata de explicar la dinámica de un sueño, es algo inconsciente que no podemos conducir ni manipular. Segundo: Que intentes hacerlo con tanto esmero... es sospechoso, y tercero... Eres un muy mal mentiroso.
Caleb se quedó estático por un momento y luego rompió en una sonora risa. Ya en sus cabales y bien lucido debía reconocer que el elfo le gustaba mucho.
Recordó algo y buscó su colgante; ahí estaba colgando de su cuello y reposando en su pecho donde lo había dejado.
—Ahren, aún me inquieta lo que me dijiste anoche—Cambió de tema, pero había verdad en sus palabras—¿Qué es lo que no puedo ver? Esa pregunta no ha dejado de atosigarme.
Ahren suspiró y rodó los ojos, se sentó mas cómodamente y luego de eso comenzó a responderle.
—No puedo decírtelo. Hay vendas que debemos ver nosotros mismos, sino creyendo que el que quiere quitárnoslas lo hace por motivos personales, nos enconaremos con éste y seguiremos cegados. Mira, me dijiste que esta era una prenda que hiciste con alguien; una dama, pues bien, ahora piensa... Sé que no se te da muy bien...—lo picó y Caleb gruño—Pero has el intento. Amas a esta mujer, darías todo por ella, cumplirías cualquier pedido que te hiciera como sea y de la manera que sea. Ahora trásladate al pasado, al día antes que te diera el colgante y evoca lo mismo; un amor incalculable, una devoción sin limites... ¿Recuerdas eso?.
Caleb sonrió, claro que lo recordaba, ella era su adoración, la única mujer que amó con todas sus fuerzas. Cerró los ojos y trajo a memoria esos días antes de su promesa buscando ese mismo sentir abrasador, pero... no lo encontraba; en realidad lo anterior a esa prenda... era difuso.
Abrió los ojos desconcertado y algo perdido. Vio al elfo en la abertura que daba entrada a la tienda, miraba a lo lejos abstraído.
Iba a pedirle que fuera más claro con aquello que le había dicho, pues ahora se encontraba más confuso que antes, pero calló al ver su mirada de plata algo aturdida.
—¿Qué sucede?—le preguntó al notarlo.
—Él vino por mi—le reveló Ahren aun viendo a la distancia—Mi padre ha venido a buscarme.




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