OCHO

Amanecía. El alba se levantaba perezosamente comenzando a reflejar los primeros rayos del sol sobre los oscilantes mares. Ishtar perdía su mirada celeste en la lejanía. Estaban cerca, pronto alcanzarían la isla, pronto recuperaría a su hijo. Respiró hondo y cerró los ojos por un momento. Desde que la increíble noticia del rapto de su único hijo había llegado a sus oídos, él no le había encontrado coherencia, le parecía descabellada e insólita. Ellos, los elfos blancos, eran amantes de la paz, y así vivían, o lo intentaban, recurriendo a las fuerzas bélicas solo cuando la situación lo requería extremadamente. En ese momento no tenían pleitos de ningún tipo y con ninguna raza, (aunque los enanos aun les provocaran desconfianza) por eso este mal habido acto le parecía un sinsentido. Pero lo habían llevado a cabo, y por esto pagarían.

Ahren, su hijo y heredero al trono de Avarum, había sido criado igual que el mismo lo fue hace años, no solo para ser respetado y obedecido, sino también adorado, venerado por su distinguido linaje que llegaba hasta Amakul, el primer rey elfo conocido; el que reinó sobre sus dos razas ahora divididas, elfos blancos y negros coexistiendo como uno. Por esto el haberse atrevido a ultrajarlo, llevándoselo como si de un fardo de heno se tratara, arrastrándole por el inmenso océano en sus desaseados drakares, lanzándolo a sus peligrosas islas como si fuera uno más del montón, era un insulto que él como rey no perdonaría.

Las Eytalayas habian sido enviadas, sus aves mágicas e invisibles a cualquier ojo que no fuera élfico, para hacerle conocer el recorrido que llevaban, al mismo tiempo que les traían imágenes de sus movimientos y acciones. Pero eso no era su único propósito, está última vez les había indicado ir más cerca de los forajidos, no por una ventaja estratégica, sino para que Ahren las viera y supiera que pronto llegaría su liberación.

En esto meditaba cuando uno de los dos generales que lo habían acompañado se acercó hasta él para darle una noticia.

—Ya descendieron alteza... Estamos muy cerca, no nos llevará más de dos horas el llegar a ellos—comenzó Radnigk, un militar ya entrado en años, reconocido por sus muchas victorias y su gran sabiduría—También nos llegó una imagen de uno de ellos, quizás si usted ingresa a la nave podré revelarle su contenido personalmente-.

—Hazlo aquí Radnigk—le ordenó él con voz queda.

Un pequeño silencio reveló el titubeo de aquel legendario militar.

—¿Dos horas dices?... es demasiado, deberíamos incrementar la velocidad. Con esa diferencia aún pueden escaparse.

El que hablaba era su otro general, Laris, antónimo casi completo del primero. Joven, algo precipitado en sus estrategias, pero efectivo en todas ellas. Un guerrero de una destreza sorprendente con cualquier arma que esgrimiera. Su personalidad inquieta ya le era costumbre, igual que la multitud de sus particularidades. Usaba el rubio cabello característico de su raza, muy corto y cayéndole de lado, al contrario de todos ellos. Su armadura era ligera, obra creada por sus propias manos. Aún sabiéndolo ansioso, Ishtar notaba que cuando se trataba de Ahren, lo era asombrosamente más. El rey sabía que su sentir hacia su hijo distaba de ser solo el de un súbdito fiel, pero como esto no le había traído percance alguno solo lo dejaba ser.

—No, la velocidad es la correcta... no forzaremos la naves. Nuestra aliada será la sigilosidad no la afanosa imprudencia—sentenció él, y por supuesto nadie rebatió esto.

Isthar miró a Radnigk, instándolo a que prosiguiera con el informe de las aves.

—Un Attar, el que los comanda, estuvo junto a Ahren durante la última noche. Lo... lo baño en un lago. Majestad, osó poner sus manos en su cuerpo—le informó el general con un evidente bochorno mezclado con un profundo desprecio.

Los elfos eran uno. Así se percibían. Por esto esta revelación anunciada en la cubierta de su colosal nave, oída por todos, ofendió a cada uno de igual manera.

—¡Es una imperdonable afrenta!—exclamo Laris airado—Una evidente provocación. Deberíamos...

—Silencio—exigió Isthar—Haremos como ordené... Su ofensa recibirá el castigo apropiado pero este no es momento de explosiones de sentimentalismo—lo dijo mirando a su joven general—Este es momento de actuar con sensatez y prudencia... Demostremos que no por ser pacientes somos débiles.

 

 

 

 

—Deben irse... ¡Ya!—lo apuró Ahren, mirándolo a los ojos con urgencia— Mi Padre esta cerca. No importa lo fuertes que se crean, ¿Has visto el ejercito de mi padre?, ¿Sus naves?, ¿El poderío de su flota?... Los arrasara antes de que siquiera se den cuenta. Aún tienen oportunidad... Márchense.

Caleb lo miró ceñudo un momento, luego salió de la tienda tras Ahren, que después de decir esto, se escabulló por la abertura.

—Ahren—lo llamó tomándolo de un brazo—¿Cómo lo sabes?, ¿Estás seguro?.




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