DOS

Caleb se lavaba el rostro en una vasija de vidrio esmerilado. Mientras se secaba miraba su tez en el pequeño espejo que estaba sobre el mueble de madera que se hallaba en el centro de su camarote. Tenía ojeras, y se le notaba cansado. Este había sido un viaje largo y arduo, pero pronto llegaría a su fin y eso le infundía aliento. Peinó hacía atrás su cabello rubio, lo sujetó en una simple coleta, y así salió al exterior.

Su drakar era el más grande de su flota. Largo, estrecho, liviano y con poco calado; características que lo hacian ágil y veloz para la faena que con el realizaban; eran piratas, piratas attarianos.

Ni bien Caleb ascendió a la cubierta, el maestre Bering, su segundo al mando, se acercó a él con una pequeña sonrisa plasmada en su rostro curtido por los años en el mar.

—Capitán, ya esta despertando—le informó. Él asintió mientras cavilaba en aquello.

—Bien, acompáñame a darle la bienvenida a nuestro huésped más distinguido. En pocas palabras, el único.

Se dirigieron juntos a los camarotes mientras el maestre gritaba órdenes a su paso, instando a los marinos a acelerar la marcha, pues era imperioso que dejaran las costas de Avarum lo antes posible. Las escaleras por las que bajaron estaban algo deterioradas. Habían sido atacados recientemente, por la "Armada de las cinco banderas", una gran flota de naves compuesta por marinos de las cinco regiones que cazaba desde hacía décadas a todos los que, surcando la mar, se dedicaban al bandolerismo y al pillaje.

Llegaron hasta la última habitación, la cual a diferencia de las otras estaba cerrada con llave. Quizás decir que visitarían a un" huésped "no era del todo acertado. Bering se adelantó para abrir pero no entró. Se hizo a un lado para que su capitán pasara primero. El cuarto era pequeño, tenía como único mueble, además de la estrecha cama, una mesita destartalada; pobre y mísero en comparación con el que lo ocupaba, recostado de lado, con sus grandes ojos grises mirándolo todo pero sin entender nada.

—¿Dónde estoy?—le preguntó a Caleb. Su confusión y temor eran tan palpables como el polvillo que llenaba ese rincón olvidado.

El capitán se acercó despacio y lo observó en detalle. Había oído historias que versaban acerca de la particular belleza del heredero elfo. Sabía también que se habían escritos poemas en honor a lo sublime de su apariencia, pero ahora, viéndolo por primera vez de cerca, él concluía en que no le habían hecho justicia, para nada. El príncipe tenía buena altura, era delgado y esbelto, aunque a sus ojos parecía frágil. Había una hipnotizante intensidad en el color de sus ojos que parecían estar hechos de plata. Estos le daban marco a un delicado rostro ovalado de nariz respingada y labios carnosos. Y su cabello, negro tinto, brillante y lacio, le ponía el broche dorado a un aspecto que de tan hermoso, apabullaba. Bien podría decirse que tan excelsa criatura valía su peso en oro, pero no era justamente ese metal el que Caleb recibiría por pago.

—Bienvenido, príncipe Ahren, esta es mi nave, el drakar de Quimera, y yo soy su capitán, Caleb Barat, a sus órdenes.  El príncipe se incorporó de golpe y lo fulminó con la mirada. 

—¿Qué hago aquí?—le increpó—No sé como llegué a este lugar. Lo último que recuerdo es una voz que... El elfo se detuvo sin completar la oración. En sus ojos había comprensión. 

—Era mi voz. Yo te rapté de tu palacio. Te hice aspirar cierta mezcla de esencias que provocan el sueño instantáneo y así te traje hasta mi nave. No fue una tarea fácil, y no por tu peso, creo que mi almohada es más pesada—Hizo el intento de broma—. Lo que quiero decir es que tienen muchos guardias apostados en el perímetro. Es una suerte que en mi profesión sea necesario cierto, sigilo.

El príncipe seguía sin quitarle los ojos de encima. Por su aspecto él hubiera creído que sería más dócil y asustadizo. Es verdad que las apariencias a veces engañan.

—¿Porqué?—le preguntó sin rodeos—¿Porqué me trajo a su nave?, ¿qué es lo que quiere de mi.. o a través mío? No solo era algo temerario sino también sagaz. Eso le saco al capitán una sonrisa.

—No hay nada que yo quiera de usted, esto no es por motivos personales—le aclaró—Es un trabajo, uno bien pago. Los que lo quieren son algunas personas en algún lugar, y allí es donde pienso llevarle.

El joven apretó los puños y tensó los labios.

—Enanos—masculló— Ellos lo contrataron, ¿no es verdad? Nos han odiado siempre, y después de la guerra aun más ¿Cuánto le ofrecieron, capitán? Mi padre puede triplicarlo si me llevas de vuelta a mi hogar sano y salvo... Porque, le advierto, si sigue en esta empresa él le perseguirá hasta los confines de la tierra y solo dejara de usted, de sus piratas , y de su nave, un montón de ceniza que de tan abominable ni siquiera se la llevará el viento.




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