CUATRO

Los días habían transcurrido en una cierta tregua entre Ahren y el capitán del drakkar. Caleb solía visitarlo a diario para asegurarse de su bienestar y conversar un poco, y aunque al inicio le había disgustado la sola presencia del pirata, ahora, con el correr del tiempo, se había habituado a él y para su pesar debía admitir que le agradaba. Era difícil guardarle rencor a ese enorme rubio de sonrisa sincera, aún siendo él el que lo llevaría a otro encierro o quizás hasta a su muerte. Esa mañana Ahren cavilaba en esto....¿qué seria más sensato? mostrarse iracundo y distante con él... ¿o usar esta cercanía a su favor ganándose su confianza?... Seguramente lo segundo, y tal vez esto le diera la oportunidad de escapar o por lo menos de hacer el intento.
La puerta de su camarote se abrió en ese momento, dándole paso a el hombre en el cual meditaba.
—En dos horas desembarcaremos... Heirin te traerá agua limpia para que te acicales—le anunció desde el umbral.
—Muy bien... ¿puedo saber adonde arribaremos?—le preguntó él, intentando obtener algo de información que le ayudara.
—Sina—contestó Caleb y luego se giró para irse—Te veré más tarde.
Sin decir nada más el capitán se marchó dejando a Ahren algo sorprendido.
Irían a la capital de los broms, al corazón mismo de su región. Dudaba que estos fueran los que lo habían contratado para secuestrarlo, si quisieran llevárselo los cambiaformas lo hubieran hecho por sí mismos. Debían ser aliados de los piratas, eso sonaba más probable.
Ahren se adecentó; limpiando su rostro y cuerpo con el agua que Heirin le había traído y poniéndose de nuevo su ropa que el aprendiz había lavado y puesto al sol, mientras él vestía un atuendo suyo, deshilachado y descolorido. Luego esperó, oyendo el tumulto de órdenes y movimiento que el pronto arribo a destino provocaba tanto en la nave como en los marineros.
Sintió que se detenían y minutos después nuevamente apareció la imponente figura de Caleb en su cuarto.
—Vamos príncipe, hemos llegado—le anunció este con un ademán de su mano, y él se levantó presuroso, pues la sola idea de respirar aire fresco se le hacía en esos momentos una propuesta inmejorable.
Salió detrás del rubio siguiendo sus pasos dócilmente. Ascendieron a cubierta y allí Caleb lo sujetó de un brazo para escoltarlo. Por las miradas de interés que los tripulantes le dirigieron, mezcla entre admiración y apetito carnal, concluyó que el capitán tuvo la razón al tenerlo todos esos días encerrado en su camarote.
—Ven, te ayudaré a bajar—le dijo Caleb extendiéndole una mano, mientras él daba el primer paso sobre una tabla de madera, que larga y gruesa, servía de puente entre un extremo del barco y el inicio de la costa.
Ahren lo asió, sin poder evitarse un gesto de incomodidad ante el tacto al que no estaba acostumbrado y él lo guió así, delante suyo sobre esa plataforma algo movediza que tenia unos cuatro metros de largo.
Al llegar al término del puente Ahren levantó su mirada y observó el paisaje frente a él.  Este lo dejó sin palabras, era simplemente hermoso. Frente a sus ojos el paraíso tropical que les daba la bienvenida era sobrecogedor. El agua que le llegaba a los tobillos estando aun en la orilla, era de un fascinante tono verde claro, en el cual la arenilla y las pequeñas piedras parecían brillar como gemas alcanzadas por los rayos del sol en su lecho de agua cristalina. Delante, arboles frondosos y de intensos matices de verde dejaban mecer sus ramas al son de la brisa marina que soplaba con suavidad. La arena resplandecía en un tostado iridiscente, perdiéndose al adentrarse en la isla en una tierra negra y húmeda, que más adelante entreveía una hierba lozana y fresca.
—Es una vista muy bella ¿no lo crees?—comentó Caleb a su lado, y Ahren sacudido por sus palabras salió de su maravillado letargo respondiéndole con una asentimiento de su cabeza.
—Vamos—le dijo el marino después, no dando lugar a la aceptación o no de esa orden pues lo tomaba de nuevo del brazo para que caminara junto a él.
Se sumergieron en ese caluroso ambiente en medio de los árboles donde se podía ver el esbozo de un camino trazado en la tierra y delineado por grandes piedras a los lados.
Caminaron por el unos metros, viendo a lo lejos unas tiendas hechas de cuero y sostenidas por estacas. Fuera de ellas algunos hombres comían en una ronda mientras hablaban en voz alta y se carcajeaban. Algo en ellos se le hizo familiar.
Apresuraron el paso para llegar hasta donde estaban y antes de hacerlo Caleb levantó una mano en señal de saludo, y estos al reconocerlo, se pusieron de pie y se acercaron.
—¡El maldito capitán del Quimera!... nos asábamos en estas costas esperándolos—lo saludó uno de estos hombres alto y robusto, de cabello crespo y rojo igual que su larga barba.
—Kiriaf, es bueno volver a verte ¿y tu líder?—le respondió el capitán golpéando con fuerza su puño con el del otro en un gesto amistoso.
—Refrescándose en la cascada, y seguro liberando tensiones—le respondió el tal Kiriaf con una risotada y un ademán burdo, que el entendió se refería a un desfogue sexual—Explotaremos por tantos días sin hembras... o terminaremos follándonos entre nosotros.
A ese vulgar comentario le siguió otra carcajada secundada por los demás que se fueron acercando para saludar a Caleb aunados a los tripulantes que iban descendiendo.
—¿Y qué cosa más bonita traes aquí?—continuó Kiriaf, esta vez mirándolo a él con extrañeza primero, y luego con comprensión—¡Bastardo engreído!...¿es...?, ¿él lo sabe? Esta confirmado tienes más cojones que cerebro.
Caleb sonrió antes de darle una respuesta.
—Lo es...y no ,no lo sabe, pero le daré la sorpresa. Ayuda a mis hombres—le pidió al gigante pelirrojo—Iré con él.
Tomándolo de nuevo del brazo el rubio lo condujo a otra arboleda más adelante.
Mientras surcaban ese terreno Ahren le hizo un comentario mientras con su cabeza señalaba su brazo.
—¿No puedes dejarme caminar solo?... no intentaré escapar, sería una locura que lo hiciera aquí tan cerca de ti, y rodeado de tus hombres y de tus aliados.
Caleb lo miró y pareció pensarlo por un instante, luego lo soltó, acción por la cual él musito un gracias.
Se adentraron entre la maleza por unos metros, hasta llegar a otro lugar que a Ahren tambien le pareció de ensueño. Era una enorme cascada, de la cual el agua caía con fuerza asemejando una lluvia diáfana que corría entre las piedras que la circundaban. En una de las piedras de abajo, deleitándose con el agua, una figura alta y varonil se dejaba ver de espaldas.
—¡Haro!—gritó Caleb, elevando su voz con potencia para hacerla oír sobre el sonido crepitante de aquella catarata fluyente.
El nombre lo dejo atónito y oírlo lo llevó a fijarse con más detalle en ese hombre que escuchando el llamado en ese momento se dio la vuelta.
Era el lobo rojo.
—¡Demonios!—murmuró Ahren, logrando que por ese insulto su acompañante lo mirara y frunciera el ceño.
Haro sonrió al parecer reconocer a Caleb, pero su sonrisa se ensanchó algo incrédula al fijar sus ojos en él.
Para su vergüenza Ahren reconoció que bajo esa cascada, con solo una pantalón corto como única prenda y el agua recorriendo su marcado torso bronceado, Haro era una imagen muy atrayente y sensual.
El líder de los Broms se zambulló en la corriente debajo de la cascada, dando ágiles brazadas para llegar hasta donde lo esperaban.
Mucho más rápido de lo que estimaba Ahren, los alcanzó y salió del agua sacudiéndosela con un movimiento perruno y con esa sonrisa picara que bien le conocía. Lentamente se acercó a ellos.
—Caleb—lo saludó aferrando como el rubio el antebrazo ajeno.
Luego lo miro a él y se rió un poco.
—Príncipe Ahren....decir que estoy sorprendido por su presencia seria quedarme corto. Es un placer volver a verlo—lo recibió, y en un segundo lo atrapó por la cintura e inclinándolo como a una dama le dio un beso fugaz y sonoro en los labios antes de dejarlo en la posición anterior.
—¡Imbécil!—le gritó Ahren recuperando el aliento, mientras lo empujaba apoyando sus manos en su pecho desnudo—¿Qué crees que haces?, ¿cómo te atreves?
—Tranquilo—lo apaciguó Haro—Solo fue un beso de bienvenida.
—Pues porque no vas y le das uno a las arpías de la región prohibida. Ojála te saquen las entrañas y se hagan collares con ellas.
El lobo rojo rió aún más fuerte con su irritado comentario, y con tono de divertido sarcasmo se dirigió a Caleb quien parecía no entender nada de lo que esta pasando.
—¡Que criatura tan dulce es!
—¿Ustedes se conocían?—preguntó al fin el capitán con el desconcierto plasmado en su rostro.
—Soy su amor oculto... ¿no es así mi príncipe?—respondió el lobo rojo mirándolo traviesamente—Luego te lo explico. ¿Así que esta es tu carga valiosa, Caleb? Si me hubieras dicho carga fastidiosa lo hubiera reconocido en el acto.
Ahren lo perforó con la mirada, y Haro solo sonrió.
—Bien... ¿vamos a las tiendas? Debemos trazar el plan—le instó Caleb y Haro se adelantó a ellos caminando despreocupadamente.
El rubio lo siguió y le hizo una indicación a Ahren para que caminara a su lado.
—¿Así que soy una carga valiosa?... que halagadora forma de describirme—le dijo él, mientras seguían a el brom.
—¿Así que tuviste algo con Haro?—le contestó con otra pregunta—Y yo que creí que estaba prohibido tocarte... pero acabo de ver que te tocaban y tocabas sin quejarte demasiado.
Ahren encogió los hombros negándose a darle ningún tipo de explicación, y siguió el camino al improvisado campamento notando que el humor del capitán parecía haberse ensombrecido y que nuevamente con gesto posesivo lo llevaba del brazo.




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