Tu Bello CorazÓn

CAPÍTULO XXXV

Los días siguientes a la asamblea transformaron el pulso del Valle del Milagro. La noticia de las denuncias públicas contra Don Ernesto Paredes se había esparcido como el aroma del café recién tostado por los caminos del valle, desde los caseríos más altos hasta los puestos del mercado central.

En la casa de Teodora, el ambiente era tenso pero esperanzado. Gabriel revisaba documentos y preparaba copias para presentar a la autoridad provincial. Valeria, por su parte, había regresado temporalmente al puesto de salud como voluntaria para cubrir a la enfermera titular, que se había ausentado por motivos personales.

—No he dejado de pensar en lo que dijiste, Gabriel —comentó Valeria una mañana mientras guardaba apósitos y termómetros—. Sobre crear un centro de agricultura sostenible en los terrenos que la comunidad podría recuperar. ¿Tú crees que se pueda?

Gabriel alzó la vista desde sus notas. Estaba sentado bajo el techado de madera de la galería, con la brisa tibia moviéndole el cabello.

—Creo que si la gente se une, sí. Pero necesitaríamos apoyo técnico, financiamiento, y sobre todo... voluntad.

—Pues cuentas con la mía —dijo Valeria, decidida.

—Y eso basta —respondió él, con una sonrisa que hizo que a Valeria se le acelerara el corazón.

Don Ernesto no había sido visto desde la asamblea. Su casa, ubicada en una pequeña loma a orillas del camino viejo, parecía haber sido tragada por el silencio. Las ventanas cerradas, el portón herrumbroso y la ausencia de sus empleados habituales hablaban de un repliegue calculado. Pero nadie dudaba de que estaba preparando algo.

Una tarde, mientras Valeria y Gabriel caminaban hacia la chacra experimental de Gabriel, un niño los interceptó corriendo entre los árboles.

—¡Señorita Valeria, don Gabriel! ¡Mi mamá dice que vayan a ver al alcalde! ¡Que es urgente!

Gabriel y Valeria intercambiaron una mirada. El aire cambió de golpe, como si el cielo hubiese contenido la respiración.

Al llegar a la pequeña oficina del alcalde comunal, lo encontraron en conversación con dos agentes de la Fiscalía Provincial. Sobre la mesa había carpetas con sellos oficiales y una grabadora encendida.

—Gracias por venir —dijo el alcalde con el ceño fruncido—. Necesitamos que su testimonio sea formalizado. La denuncia pública fue un primer paso, pero ahora estamos entrando en el terreno legal.

—¿Ya iniciaron un proceso? —preguntó Valeria.

Uno de los fiscales asintió.

—Gracias a los testimonios y documentos entregados, se ha abierto una investigación contra Ernesto Paredes por apropiación ilícita de terrenos, falsificación de documentos y amenazas. Su abuela, doña Teodora, ha sido clave. Pero ahora necesitamos sus declaraciones, y las de otros testigos.

Gabriel respiró hondo.

—Estamos listos.

Esa noche, Valeria no pudo dormir. La casa estaba silenciosa, y la respiración tranquila de su abuela en la habitación contigua era su única compañía. Bajó las escaleras y salió al jardín. El cielo brillaba con intensidad, y las luciérnagas revoloteaban entre las flores de maracuyá que crecían en el cerco.

Gabriel apareció en el portón poco después, como si sus pensamientos la hubieran llamado.

—¿Puedo pasar?

—Siempre puedes —respondió ella.

Se sentaron en el banco de madera junto al árbol de yuca.

—¿Tienes miedo? —preguntó él.

Valeria tardó en responder.

—No tanto por mí. Por mi abuela. Por ti. Por lo que se pueda desatar.

Gabriel le tomó la mano con suavidad.

—Todo cambio verdadero genera miedo. Pero estamos juntos en esto.

Ella asintió, y sin pensarlo, apoyó la cabeza en su hombro. Permanecieron así largo rato, sin decir nada. Solo escuchando los grillos, el viento entre los árboles, y el murmullo de su corazón latiendo en sintonía.

Al día siguiente, un nuevo rumor se esparció por el Valle del Milagro. Ernesto Paredes había sido visto reuniéndose con dos abogados en la ciudad vecina. Algunos decían que intentaba sobornar funcionarios. Otros, que buscaría una salida violenta si las cosas se salían de su control.

Gabriel decidió convocar a una segunda asamblea, esta vez para organizar una junta comunal de defensa territorial.

—No podemos permitir que este proceso se ahogue en el papeleo —dijo en voz alta—. Necesitamos mantenernos unidos. El Valle del Milagro tiene que proteger su dignidad y su memoria.

Valeria, observando a Gabriel hablar frente a los comuneros con firmeza y convicción, sintió que ese hombre por quien había llorado años atrás, era hoy más que nunca su refugio, su fuerza.

Y también, su futuro.

Las voces se alzaban en la cancha comunal, unidas en propósito. Gabriel había propuesto la creación de una comisión de vigilancia ciudadana, integrada por vecinos de confianza y líderes jóvenes. Algunos dudaban, otros asentían con determinación. Valeria tomaba nota de todo, desde una banca lateral, como solía hacerlo su abuela en sus tiempos de dirigenta.




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