Tu Bello CorazÓn

CAPÍTULO XL

La tarde siguiente, Valeria caminaba por el sendero del mirador. Desde allí se divisaba todo el Valle del Milagro: el verdor de los cafetales, el reflejo del sol sobre las pozas del río, y el puente colgante de San Sebastián que unía dos tiempos, dos mundos. En su corazón, la esperanza y el temor luchaban en silencio.

Gabriel la alcanzó, llevando en la mano una carpeta.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, al notar su expresión decidida.

—La documentación de los terrenos, el mapa catastral, los contratos de tenencia comunal. Lo he reunido todo con la ayuda de Amaru y la señora Teresa, la secretaria comunal. Aquí está la historia verdadera de esta tierra. Con esto, tumbamos su denuncia.

Valeria lo abrazó con fuerza. En sus ojos asomaba una mezcla de gratitud y cansancio.

—A veces siento que no puedo más. Que por cada paso que damos, él levanta un muro.

—Entonces lo escalamos juntos —susurró él, tomándola por la cintura—. O lo derribamos con las manos.

Ella rió, breve y sincera.

—¿Sabes qué me dijo la abuela hoy?

—¿Qué?

—Que el amor no se construye en la calma, sino en la tormenta. Que quienes se aman de verdad no huyen cuando llueve.

Gabriel acarició su rostro.

—Entonces que truene. Yo no pienso irme de aquí.

Esa noche, mientras en la casa dormían, Valeria se levantó en silencio. Fue hasta el cuarto de Teodora y se sentó junto a su cama. La abuela dormía plácidamente, con el rostro más sereno que en días anteriores. Le tomó la mano con delicadeza.

—Abuela… Si supieras cuánto ha cambiado todo desde que volví. Este valle, que parecía tan lejano en mis recuerdos, ahora me lo ha devuelto todo. Incluso a mí misma.

Teodora abrió los ojos, lentamente.

—Mi niña…

—No quise despertarte.

—Me alegra oír tu voz. Hay algo que debo decirte antes de que sea tarde. Algo que callé muchos años.

Valeria se tensó. Se inclinó hacia ella.

—Dime.

—Tu madre… ella no se fue sin razón. Se fue porque Ernesto la obligó.

El corazón de Valeria se detuvo un segundo.

—¿Qué…?

—Ella sabía de los manejos turbios de la hacienda, de las amenazas. Tu padre quería denunciarlo. Pero Ernesto era poderoso, y su sombra caía sobre todos. Ella te llevó a Lima para protegerte. Yo la ayudé. Fue una decisión dolorosa. Pero no huyó por cobardía, sino por amor.

Valeria sintió que el suelo se abría bajo sus pies. La historia que había creído toda su vida se deshacía como hojas viejas al viento.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque tenía miedo de que tú también te fueras. Pero ahora lo veo claro. Tú eres distinta. Eres fuerte. Eres la hija de tu madre.

Valeria la abrazó con fuerza, con lágrimas silenciosas.

—Gracias, abuela.

El amanecer llegó con un brillo dorado. En el pueblo, el rumor de lo ocurrido comenzaba a correr. Los comuneros hablaban de la resolución comunal, de las denuncias falsas, de la juventud organizándose.

En el café del mercado, Don Ernesto leía un informe impreso mientras removía su taza. Un asistente se le acercó, con nerviosismo.

—Señor, parece que la señorita Paredes ha convocado una rueda de prensa con medios de la provincia. Ha presentado pruebas. La fiscalía ha solicitado suspender la denuncia preventiva.

Ernesto arrugó el papel. Su mirada se endureció.

—Entonces es hora de mostrarles que esto… no ha terminado.

Al mismo tiempo, Valeria y Gabriel se encontraban de pie frente al puente colgante de San Sebastián. Aquel lugar donde, años atrás, se habían dicho adiós sin entender que era solo el comienzo.

—¿Recuerdas? —preguntó Gabriel—. Aquí me dijiste que no sabías si ibas a volver.

—Y tú me dijiste que el puente resistía todas las lluvias, pero que yo podía romperte con una sola palabra.

—¿Y qué palabra es esa?

Valeria tomó su mano. Lo miró con ternura.

—Amor.

Él la besó. Lento, seguro. Y por un instante, el Valle del Milagro se volvió un remanso de tiempo, un espacio donde el pasado y el futuro se abrazaban.

El día amaneció con un cielo despejado y el aroma a tierra húmeda que se esparcía por todo el Valle del Milagro. Las aves trinaban con un fervor especial, como si presintieran que algo importante estaba por suceder. Valeria se detuvo en el umbral de la casa de su abuela, respiró hondo y acarició con los ojos el paisaje que tantas veces la había visto crecer. El rumor del río San Sebastián bajaba con fuerza, trayendo consigo una mezcla de recuerdos y presentimientos.

—Hoy hablaremos con don Ernesto —dijo Gabriel con firmeza mientras ajustaba la correa de su morral de cuero.

Valeria lo miró sin apartar la vista del horizonte. Sabía que ese día podía marcar un punto de quiebre. Ya no era solo una cuestión familiar, sino una verdad que exigía ser escuchada, por dura que fuera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.