Tu Bello CorazÓn

CAPÍTULO XLIII

El clima en el Valle del Milagro había cambiado. Junio traía consigo lluvias suaves, pero persistentes, que mojaban los techos de calamina y hacían brotar los verdes más intensos de la selva. En la casa de Teodora, sin embargo, el ambiente era tenso.

Gabriel acababa de regresar de una reunión en la municipalidad. El proyecto de salud comunitaria avanzaba con pasos firmes, pero un nuevo obstáculo se cernía sobre ellos: Don Ernesto Paredes, el tío abuelo de Valeria, había iniciado un procedimiento legal reclamando derechos sobre la propiedad donde vivía Teodora.

Valeria recibió la noticia sentada en el comedor de madera, con el mantel aún húmedo por la lluvia. El sobre marrón con el sello de “Estudio Jurídico Paredes & Asociados” descansaba sobre la mesa como una amenaza silenciosa.

—No lo puedo creer —murmuró, con la voz quebrada.

—Ese hombre no tiene límites —dijo Gabriel, cruzando los brazos con rabia contenida—. Ni respeto por su propia sangre.

Valeria respiró hondo. Sentía que algo dentro de ella ardía, como si su pecho se comprimiera.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Lo enfrentamos —dijo Gabriel sin dudar—. No vamos a dejar que expulse a tu abuela de la tierra que ha cuidado toda su vida.

—Ni que destruya lo que estamos construyendo —añadió Valeria, más para sí misma que para él.

Esa tarde, decidieron visitar a Teodora en su cuarto. La anciana dormía plácidamente, con un rezo entre los labios. Valeria se sentó junto a ella, le acarició la frente y le susurró:

—No vamos a dejar que nos quiten nada, abuela. Lo juro por mi madre. Por todo lo que hemos vivido aquí.

Gabriel observó la escena en silencio. En Valeria había una fuerza que admiraba profundamente. Ya no era la muchacha que se marchó años atrás; ahora era una mujer decidida, con raíces firmes como los árboles que rodeaban la chacra.

—Te acompañaré a Lima si es necesario —dijo él después—. Vamos a buscar asesoría legal. Tengo contactos que pueden ayudarnos. No estás sola, Valeria.

Ella levantó la vista. La mirada de Gabriel era un refugio, pero también un faro.

—Gracias, Gabriel —susurró—. Gracias por seguir aquí.

—Siempre estaré —respondió él, tomándole la mano—. Esta tierra no me retiene. Eres tú quien lo hace.

El momento se llenó de un silencio denso, pero reconfortante. Afuera, la lluvia seguía cayendo. Dentro, germinaba algo más fuerte que el miedo: una determinación compartida.

La noche cayó densa sobre el Valle del Milagro. Los grillos marcaban el compás entre los árboles, y la bruma trepaba desde el río como un manto que lo cubría todo. Valeria apenas había dormido. En su cuaderno de notas, garabateaba ideas sin orden mientras Gabriel revisaba documentos con su laptop en la cocina.

—Aquí hay una cláusula —dijo él, sin levantar la mirada—. La donación del terreno fue firmada por tu madre a favor de Teodora hace veinte años. Legalmente, él no tiene derecho alguno... a menos que haya un testamento oculto que lo favorezca.

Valeria se acercó, con el ceño fruncido.

—¿Crees que Don Ernesto falsificaría algo así?

—No sería la primera vez que comete una injusticia en nombre de su orgullo —respondió Gabriel con amargura—. Lo que hizo con tu padre... y con tantos comuneros. Nunca olvidé lo que ese hombre representa.

Un silencio incómodo se instaló entre ambos. Valeria pensaba en las veces en que su madre, poco antes de morir, había evitado hablar del pasado. ¿Qué secretos más se ocultaban entre los pliegues de esa historia familiar?

—Gabriel —dijo de pronto—. Necesito ir a Lima. Hay una notaría donde mamá firmó aquel documento. Si consigo una copia legal, podríamos tener pruebas sólidas.

Gabriel la miró fijamente.

—Iré contigo.

—No. Esta vez quiero hacerlo sola —dijo ella, segura—. Tú debes quedarte. Teodora te necesita aquí, y alguien tiene que seguir impulsando el proyecto en la comunidad.

—Entonces... prométeme que me llamarás cada día.

Valeria asintió, con una media sonrisa.

—Siempre.

Dos días después, Valeria partió rumbo a Lima en el primer bus del día. Su mochila cargaba más que ropa: llevaba la determinación de proteger lo que amaba, y la esperanza de recuperar la verdad. En el terminal, antes de partir, Gabriel la abrazó con fuerza.

—Confío en ti —le susurró—. Y en lo que aún podemos construir juntos.

—Yo también confío —respondió ella—. Y esta vez no pienso huir.

Mientras el bus se alejaba por la carretera serpenteante, Gabriel sintió que algo dentro de él cambiaba. Ya no era solo una lucha por justicia o tierra. Era una lucha por amor. Por un amor que no se había extinguido, sino que ahora ardía con más fuerza que nunca.

Lima la recibió con el cielo gris habitual y un aire húmedo que envolvía las calles del centro. Valeria descendió del bus con una mezcla de ansiedad y determinación. Se dirigió directamente a la notaría donde, según los archivos de Gabriel, su madre había realizado trámites importantes años atrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.