A la mañana siguiente, allí estaba él sentado en la arena con un humor de perros. Martha apareció y le sonrió encantadora, aunque en la curva de sus labios había una advertencia implícita.
No hacía falta ser adivina para darse cuenta de que aquel acercamiento fuera sólo para saludarlo, sino que parecía tener preparado una especie de discurso. Cuando la miró a los ojos lo observaba con cautela, y pronto obtuvo la confirmación a sus interrogantes.
—Hace una tarde espléndida —dijo ella.
Se sentó a su lado y extendió la mano para saludarlo.
—Quiero muchísimo a Estela, como si fuera mi hermana.
—Lo sé, ella me lo dijo.
—Verás, cuando planeamos este viaje, nunca me dijiste que ustedes ya se conocían.
—Pues no me lo preguntaste —contestó él sin siquiera voltearla a ver.
—Siento que la he traicionado por tu culpa, y está muy alterada. Sé que fui yo quién te buscó y sugirió que se dieran una oportunidad. Todo lo planeamos juntos, nos mantuvimos en comunicación constante, pero la ocurrencia nació para hacer el bien. ¡No quiero qué le hagas daño!
—No es mi intención hacérselo.
Alí guardó silencio durante unos segundos, como si estuviera poniendo sus pensamientos en orden. Cuando habló, su tono era más áspero que al principio, pero se cuidó de no demostrar ninguna emoción.
—¡Prometo qué no le haré daño! Es la mejor persona que conozco y no quiero verla sufrir.
Al escuchar aquella declaración, Martha enmudeció. No había indignación en su semblante ni siquiera enojo o rabia, simplemente guardó silencio. Alí sabía que sus palabras habrían surtido efecto en ella y Martha se alejó sin decir ni media palabra. Cuando se sintió perdido, contempló dos opciones, la primera, consistía en perderse entre la multitud y no parar hasta llegar a China y, la segunda, era dejarse contagiar por el entusiasmo que se respiraba en el ambiente y olvidarse de todo.
Una banda tocaba sobre un improvisado escenario colocado en la arena frente al hotel. Había gente conversando en pequeños grupos y otros paseaban en la cercanía.
Limonada en mano, yo paseaba entre la muchedumbre con el creciente temor de que en cualquier momento me toparía con él. Pensaba también en la noche anterior, sentía emoción y miedo a partes iguales. Desde que Alí había aparecido en mi vida me sentía más viva y, al mismo tiempo muerta de miedo. Parecía como si mi alma estuviera dividida y no fuera capaz de unir ambas mitades.
El masculino aroma de Alí me llegó a metros, por ende maldije mientras se acercaba. Me di la vuelta lentamente, pues temía el momento de mirarle porque mis sentimientos se habían desbordado y estaba segura de que él podría descifrarlo en mis ojos; aunque también esperaba que percibiera el profundo resentimiento que invadía mi ser.
El ocaso caía lentamente, coloreando el cielo en destellos dorados y anaranjados. La cálida luz vespertina bañaba nuestros rostros.
—Estás fabulosa.
Su mirada era tan penetrante, como intensas sus palabras.
—No pierdas el tiempo halagándome.
—Contigo nunca tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo, así que me quedaré un momento conmigo.
La banda tocaba una canción lenta y romántica.
—Aquí hay un millar de chicas, podrías molestar a quién quieras, incluso, a la güera con raíces africanas de ayer.
—Yo no necesito a nadie salvo a ti.
—No quiero tenerte cerca de mí.
—Entonces tenemos un serio problema. No pienso irme de aquí hasta que me lo permitas.
—Después te largarás y me dejarás en paz —le advertí.
—No, después negociaremos.
—Eres un gusano.
—Un gusano afortunado al menos.
—¿Sabes? Llegué a pensar que te había juzgado duramente, pero me mostraste tu lado más humano y por un momento llegaste a agradarme.
—¿Y ya no es así?
—Por supuesto que ya no es así. No sé cómo te atreves a hablarme después de haberte propasado conmigo anoche —dije pronunciando con énfasis y repugnancia.