Tu cuenta y yo me escondo

Colofón

La conclusión de esta historia bien pudo darse justo aquí y, convertirse en una más de las que se escriben a diario. Quizá transfigurarse en una de esas historias que, por su naturaleza, lo­gran cambiar para bien el destino de los protagonistas. Cuando se descubre al amor verdadero y se rompe cualquier barrera para que un día lleguemos a caminar juntos de la mano y decirnos que nos amamos sin miedo. Y si eso llegara a darse, entonces el final de esa bonita historia será cuando lleguemos al altar junto a la persona que amamos. No obstante, no todas las historias de amor tienen un bello final, de hecho, otras veces ni final tienen.

Yo, Adriana Gutiérrez que, cuando Estela estuvo viva, fui su amiga, lo recuerdo bien, lo recuerdo siempre.

Era una mañana radiante de primavera. Por el sendero que conducía hacia una pequeña cabaña Estela y Alí caminaban como lo hacen dos enamorados.

—Bésame dulcemente para no olvidarte.

—Eres un encanto, Estela.

Buenas dosis de aire fresco, miles de plantas de diversas clases en diferentes tonos de verde y, por fondo un cielo azul especta­cular. El inmenso lugar del que hablo, se encuentra en un parque dentro de una bonita área boscosa con una gran variedad de jue­gos infantiles de madera denominada: La Zanja.

—Mañana me casaré y no será contigo —dijo tristemente Es­tela—. Quisiera que el mañana no existiera, que hoy se acabara todo para morir contigo junto con la primavera.

Ellos solían reunirse dentro de una cabañita que aun se halla en pie al fondo del parque.

—Huye conmigo —dijo Alí, como un último esfuerzo para estar juntos.

—No, no puedo hacerle eso a mi familia. Además, de que vi­viremos ambos somos pobres.

—Te esperaré aquí hasta las ocho de la mañana.

—No me esperes —contestó rotunda.

Los ojos del chico brillaban llorosos, observando las acacias que coloreaban el beso de un profundo amor.

Estela regresó a casa donde, ya la esperaba su padre.

—¿Dónde estabas? —preguntó iracundo—. Tu futuro espo­so estuvo esperando para poder verte.

—¿Para qué quiere verme?

—Yo que sé.

—No quiero casarme con él, y usted ya lo sabe.

—Te casarás con él, le darás hijos, y juntos construirán una nueva familia.

—¿Y si me opongo?

—Dejarás de ser mi hija, te desconoceré ante todos.

—Entonces quieres que agache la cabeza y me case con un hombre a quien no amo.

—¡Eso no tiene la menor importancia! —dijo fríamente su pa­dre—. ¡Vete a tu cuarto! Y piensa lo que te dije.

Fue el alba quién puso un diluvio en los ojos de Alí y ese día gris que apenas despertaba. Todo el pueblo quería presenciar la ceremonia, todo menos Alí quién postrado y enfermo de amor no quería ver a su novia en brazos de un hombre viejo y adinerado, puesto que él sólo era un muchacho lleno de amor, ilusiones y sueños.

—¡Jamás la volveré a ver! —dijo mientras sus lágrimas for­maban un mar de recuerdos.

Pocos minutos antes de las once de la mañana, el padre de Alí anunció que había desaparecido. Señorita, lo he buscado por todos los rincones del pueblo y no lo encuentro, ayúdeme a buscarlo.

—¿Qué ha dicho? —gritó Estela a través de la ventana.

—Alí desapareció.

Salió rápidamente de su morada y corrió hacia el parque cre­yendo que se encontraba esperándola dentro de la cabañita. Al llegar únicamente encontró el silencio lleno de tristeza.

—¿Dónde estás Alí? —gritó—. ¡Aparece para huir juntos del pueblo!

Mientras sus ojos se inundaban de desesperación, alcanzó a di­visar algo entre los arbustos junto al arroyo. Se fue acercando de a poco en poco hasta llegar adonde sus ojos se habían fijado, hacia donde la mirada se envolvía en un profundo temor. Lo encontró postrado en la hierba, estaba pálido y sus brazos tenían grandes cortadas de las cuáles seguía derramando sangre.

¡Alí había muerto!

Le amó por encima de cualquier cosa que hubiera deseado y necesitó oírselas decir una sola vez, para asegurarse de que no fuera mentira.




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