Caín
Mamá acaricia mi cabello con suavidad, estoy acostado en su regazo y es de los pocos momentos en donde puedo decir que aprecio tenerla cerca. La casa está en silencio porque Celeste está con su novio y papá en una reunión de socios, no quise ir con él, así que me conformé con estar en la casa, apreciar el silencio y tranquilidad.
Mamá no quiso salir con sus amigas, me encontró viendo una película y se sentó a mi lado, fue ella quien colocó mi cabeza en su regazo y ahora mira también la pantalla. Hace mucho dejé de centrarme en lo que trasmite la TV, concentrándome en el tacto de mi madre. Ese que no he sentido en un largo, largo tiempo.
No tengo muchos recuerdos donde mamá me haya ayudado o que se haya comportado como una madre de verdad. Ella siempre ha sido distante, como si tenernos como hijos hubiese sido un deber en vez de algo que ella quería. Muchas veces siento que ella nos guarda rencor, que hay algo más que ni Celeste ni yo conocemos.
Es que, realmente no conozco a mi madre. Siempre está fuera de nuestro alcance, en su mundo, uno a donde ni mi hermana ni yo pertenecemos, pero luego hay momentos como este, donde ella me da una pequeña muestra de afecto y yo parezco olvidar como ella ha ignorado las suplicas silenciosas, como ella sabe lo que su esposo me hace a puertas cerradas y aun así parece no importarle.
Ya me admití a mí mismo que el amor de mi madre me lastima, es como un veneno, uno dulce que envuelve y luego destruye en silencio. Sin embargo, como alguien que aun ama a la mujer que lo trajo al mundo, atesoro estos pequeños momentos donde recuerda que es mi madre. Estos momentos donde su cálida mano acaricia mi cabello y cierro los ojos, porque sé que pasarán largos años antes de que me dé una prueba más de amor, antes de que recuerde que sigo aquí.
O quizás quiero hacerme el idiota y no darme cuenta de que ella se acercó porque es su manera de manipularme para que haga lo que Oliver quiere, es la manera de recordarme las cadenas que me atan a papá, es la manera de recordarme que no importa que tan libre me sienta un momento, ellos siempre tirarán de mí, como si fuese un perro.
O tal vez es el sentimiento de culpa lo que siente, por las numerosas cicatrices que cubren mi espalda producto de todos estos años donde yo he sido con lo que papá descarga su frustración y que todavía hay heridas que siguen sanando.
—Caín... ¿sabes que te amo?—su voz es suave, dulce y sé que ella solo busca hacerme olvidar los horrores, como un perro al que maltratan y luego le dan amor para que olvide los horrores que le hicieron.
—Lo sé, mamá—susurro en voz baja y ella sonríe volviendo a mirar la televisión.
Y sé, que su te amo no es real, pero aun, así como el niño que sigue necesitado de su afecto, me aferro a esa poca muestra de amor.
Amo el silencio.
Desde que tengo memoria adoro la soledad y el silencio, es por eso que me encanta los momentos en donde estoy solo en mi apartamento, donde no hay gritos, peleas o ruidos de otros.
Me gusta mi soledad.
Me gusta este apartamento donde puedo ver la ciudad ruidosa a los lejos, porque aquí solo hay tranquilidad mientras bebo una copa de vino un viernes por la noche. Debería disfrutar, salir con amigos, pero hoy quise pasarla tranquilo, más con los últimos acontecimientos que han ocurrido en mi vida.
Como es la aparición de mi hermana, como es que ella luego de estar tres años lejos de casa volvió y tiene una niña preciosa que es hija de ese bastardo de Owen Remington, creo que nunca veré a alguien que realmente valga la pena para mi hermana. Pero aun así me siento contento por ella, ha logrado cosas maravillosas y estoy orgulloso de ser su hermano.
Un toque en mi puerta me saca de mis pensamientos y con un suspiro camino hacia la misma, al abrir me encuentro con unos ojos divertidos. Ella me observa y antes de que pueda decir algo, se pone de puntillas y me besa en los labios, me aparto rodando los ojos, ella se ríe e ingresa al apartamento sin que yo le diga una palabra.
Me sorprende que su pelo en esta ocasión sea rosa con algunos mechones verdes, de seguro su padre la sacará del testamento porque Inés es una extraña criatura.
—¿Qué haces aquí?—cuestiono cuando ella se sienta en mi sofá y toma lo que queda del vino, pegándose directamente de la botella y luego suspirando.
—No sabía que para verte necesitaba una cita, pero como he escuchado que estás muy grosero últimamente he venido a traer alegría en tu vida—sonríe con diversión.
Inés es mi amiga desde la universidad. Estudió administración de empresas por pedido de su padre, pero realmente lo que siempre le ha gustado es la moda, y un color nuevo en su cabello cada mes, es su manera de rebelarse a su padre, aunque siga ejerciendo algo que no le gusta.
El mes pasado era naranja, el anterior era morado. Ya no debería sorprenderme los cambios que le da a su pobre cabello. Es una chica preciosa, alta, con complexión de modelo que llama la atención donde va, pero con una sonrisa tierna, claro, hasta que no juega a la seductora.
—Solo estoy sorprendido de que no estés buscando tu presa para esta noche—ella sonríe y cuando me siento a su lado se inclina hacia mí, como si me fuese a besar una vez más.
—Quizás deberías hacerme el favor esta noche—bromea, por lo que me rio y la alejo.
—No lo creo—se encoje de hombros.
—No es como si mi cuerpo fuese algo extraño para ti—menciona y hago una mueca de disgusto.
Evito embriagarme porque suelo tomar decisiones estúpidas, como en la universidad cuando me follé a mi amiga y hasta el día de hoy no recuerdo los sucesos. Nunca le mencioné a Inés que no recordé qué ocurrió esa noche, había bebido y estaba hasta arriba de drogado.
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Editado: 15.09.2024