Tú eres la próxima

PREFACIO

OCHO AÑOS ANTES...

—Paren de gritar, paren de gritar, paren de gritar...

Cristian susurraba esa frase una y otra vez sin parar. Se sentía impotente ¿Qué podía hacer un niño de su edad mientras sus padres discutían, y cuándo ni siquiera entendía por qué lo hacían? No podía hacer más que salir corriendo de casa; se sentaba en las escaleras de la entrada y comenzaba a susurrar lo que diría si tuviera la edad y el valor, deseaba que se detuvieran, desesperadamente.

Había colocado ambas manos cubriendo sus oídos mientras algunas lágrimas salían de sus ojos. Estaba ansioso y tenía miedo. Se reclinaba hacia adelante y hacia atrás una y otra vez, buscando refugiarse en un mundo que acababa de crear en esos instantes, al cerrar sus ojos.

De pronto sintió unas manos que tomaron las suyas apartándolas de los extremos de su rostro. Al abrir los ojos, una niña regordeta y de pelo sumamente rizado a penas domado por una goma, estaba de pie reclinada frente a él, viéndolo con sus inmensos ojos, con un tamaño distorsionado debido al vidrio de sus grandes anteojos.

—¿Quién eres? —preguntó el pequeño Cristian sorbiendo su nariz húmeda, apartándose hacia atrás y girando su rostro a un lado al sentir tan cerca la presencia de la desconocida.

—Soy Eli, mi hermano mayor y yo nos mudamos ayer al vecindario —respondió simpática y con una gran sonrisa.

—¿Y qué quieres? —cuestionó dirigiendo la vista a sus dedos que pellizcaban sus uñas con inseguridad.

—¿Por qué estas triste? —interrogó al niño frente a ella con gran interes.

Cristian se quedó en silencio por unos segundos con la vista fija en sus rodillas que sostenían sus manos, y luego contestó —Mis padres... —comenzo a explicar con voz temblorosa —, no dejan de pelear... —confesó tímido.

—¿Sabes? Tengo un secreto que me hace olvidar, cuando no me siento bien ¿Quieres intentarlo? —ofreció la niña extendiendo su mano hacia él.

Cristian no sabía quién era ella ni de que se trataba, pero lo único que deseaba en ese momento era escapar. Limpió su rostro húmedo, tomó su mano y la siguió.

La niña alegremente arrastro a Cristian adentrándolo hasta la casa de ella y escabulléndose para no ser vistos por los adultos; después de subir varias escaleras, llegaron hasta el desván. El desván era un sitio pequeño, lleno de polvo y de telarañas. Más que nada repleto de cajas selladas que parecían haber sido apiladas hace poco.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Cristian a la niña, sin aliento, mirando a su alrededor. Los sudores le habían humedecido el pelo y le recorrían el mentón.

La pequeña Eli no decia nada, corrió hacia un rincón de esa habitación polvorienta a penas iluminada por los rayos del sol que entraban por la única ventana en forma triangular en ese lugar, mientras Cristian de pie en medio del desván miraba aún con sentimiento apesadumbrado cada movimiento que ella hacía.

Luego de unos minutos, la niña quien había rebuscado en varias cajas buscando algo, encontró una vieja radio, y al encenderla una música alegre comenzó a sonar, reproducida por unas cintas en su interior.

—¡Ven! ¡Vamos! —Invitó a Cristian mientras brincaba al ritmo de la música.

—No quiero bailar... —se negó poniéndose en cuclillas en un rincón dónde había permanecido desde que entró. Recostó la cabeza de sus rodillas y desvió la mirada hacia otro lado. Entonces escucho la voz de la niña decir:

—Dios cambiara tu tristeza en alegría si le cantas.

Cristian se lo pensó por un momento pero la duda y su tristeza, no le permitieron moverse. Entonces Eli ignorando el rechazo de Cristian, comenzó a cantar.

—El amor de Dios es maravilloso, el amor de Dios es maravilloso el amor de Dios es maravilloso... Cuán grande es el amor de Dios...

Cristian levanto un poco la cabeza y vio a la chiquilla brincar y hacer ademanes al ritmo de la música con mucha alegría, tanto que fue contagiado por ella, se estaba sintiendo mejor tan solo con verla.

—Tan grande que no puedo estar arriba de él —continuó ella—. Tan profundo que no puedo estar debajo de él, tan ancho que no puedo estar afuera de él... Cuán grande es el amor de Dios.

Él comenzó a reír, mientras continuaba observando a su nueva amiga gritar la letra de la canción a todo pulmón, y dramatizar cada palabra alzando y bajando sus brazos al compás de la letra. Cristian se levantó del suelo, pero tímidamente permaneció en aquel rincón tan solo de espectador, entonces ella se acercó hacia él apresuradamente, le tomó de las manos y comenzó a brincar junto a él.

Él no sabía en qué momento se había olvidado que apenas hacía unos minutos lloraba, o que sus padres discutían casi todos los días. Él solo sabía una cosa y era que estaba en el mundo que esa niña, que apenas conocía, le había dejado entrar, un maravilloso mundo de alegría y amor de Dios, mucho mejor que el que él mismo trataba de fabricar en su propia soledad.




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