Tú eres la próxima

CAPITULO II

"...Su valor supera al de las piedras preciosas".

Proverbios: 31-10

 

Ya eran pasadas las 9:00pm. Gregorio revisaba la notación musical en la laptop al mismo tiempo que tocaba en el piano.

Solo estaban él y Cristian quien inmerso en su mundo, componía una canción que interpretarían en la competencia musical que se aproximaba, ellos habían puesto todas sus esperanzas en esa competencia, habían sido avisados que muchos caza talentos y disqueras estarían presentes, y tenían la ilusión de que ese sería su momento para debutar como estrellas de Rock.

Gregorio comenzó a acomodar con cuidado y rapidez la laptop en su mochila luego de percatarse de la hora que indicaba el reloj de pared, inmediatamente terminó, intentó entrar el piano en su respectiva bolsa vieja, pero como siempre, tuvo dificultad en cerrarlo, el zíper oxidado se había atascado; cansado de insistir decidió dejar la bolsa entre abierta.

-Cris, Amigo, debo irme, moriré si llego tan tarde como la última vez, los acordes ¿Los continuamos mañana? -preguntó mientras acomodaba la bolsa del piano detrás del amplificador.

-Está bien hermano, yo me quedaré un rato más -dijo con los ojos cerrados golpeándose ligeramente la frente con un lápiz, buscando alguna inspiración.

Treinta minutos más tarde, Cristian quien supuso que Máximo se encontraba dormido en algún lugar de la casa, cerró todo con llave, tomó su guitarra y caminó a casa.

La noche se sentía agradable y fresca, de lejos se escuchaba el aullido de un perro dándole un aspecto solitario y un poco deprimente a la atmósfera, el mover de las hojas de los árboles imitaban el sonido de la lluvia como si anunciara que esta pronto caería.

De momento Cristian sintió ganas de fumar, así que se desvió al parque cercano a su vecindario y se acercó al banquillo más próximo en su camino.

Al sentarse buscó en su chaqueta sus cigarrillos, tentando sus costados, saco la caja del bolsillo derecho y la abrió, tomó el cigarrillo despacio y lo llevó a su boca apretándolo ligeramente con sus labios.

Al levantar el rostro por un segundo, la silueta de una chica a unos metros de distancia le llamó la atención. Aunque estaba un poco oscuro, la luz tenue de los faroles le permitió admirar su belleza.

Era una hermosa joven de pelo largo castaño y ondulado, que como un espejismo había aparecido de la nada; sus risos gruesos caían en forma de cascada hasta su pecho, era delgada y de tez clara. Una chica verdaderamente hermosa.

Ella, caminaba algo distraída, aproximándose hacia su dirección; pocas chicas lo cautivaban con tanta facilidad, su encanto era naturalmente peculiar. Cristian no lo pensó dos veces, esa sería su siguiente presa.

Cristian guardó los cigarrillos en su chaqueta, se levantó y se aproximó a ella lentamente fingiendo ser un transeúnte ordinario que pasaba por el parque, se propuso tropezar con ella fingiendo un encuentro casual.

Antes de que pudiera acercase lo suficiente, la chica se había desviado de su dirección dirigiéndose a su verdadero objetivo, un roble viejo de tronco grueso, uno de los arboles más grandes del parque. Ya frente a él, la chica se dispuso a treparlo.

<< ¿¡Qué rayos!?.... >> , dijo Cristian dentro de sí.

El observó a la chica subirse con gran habilidad, rama por rama, hasta que ya no alcanzó a verla. No se había trepado a esos árboles desde que era niño, por lo que suponía no iba a ser fácil, aun así, no quería perder la oportunidad de hablarle.

Sin perder más tiempo, apoyó su guitarra del árbol y toscamente intentó subirlo. Después de varios intentos fallidos, logró subir hasta llegar a una de las más altas ramas gruesas de aquel gran árbol frondoso, donde aquella rara chica había decidido pasar un tiempo a solas.

Cristian sacudió algunas hojas y fragmentos del árbol que habían quedado en sus hombros antes de aproximarse más, ya más cerca de ella, en silencio, la contempló por unos segundos.

Ella había apoyado su espalda del tronco y estaba sentada sobre una gruesa rama con las piernas flexionadas, y los brazos apoyados de las rodillas, tenía los ojos cerrados y movía los labios como si hablara sola.

Estaba sumergida en sí misma como si el tiempo y el espacio se rigieran a su favor, sin percatarse del mundo que seguía corriendo en la dirección habitual.

Él no podía dejar de mirarle ni por un instante, aunque ella era algo inusual, más bien extraña, su pura esencia le cautivaba, aunque se miraba sencilla, con aquella camiseta blanca de mangas negras y aquellos Jeans fuerte azul, algo de ella le atraía, una química que no podía explicar, una gracia en particular que le encantaba.

Luego de quedarse observando su peculiar y única forma de estar con ella misma, rompió el silencio.

-¿Es un hábito tuyo trepar árboles a esta hora de la noche? -dijo mientras subía.

La chica abrió los ojos, encogiendo los hombros y lo miró de inmediato algo sorprendida. Los rayos de luna que se filtraban entre las grandes hojas del roble, le permitió percibir unos ojos cafés claros hermosos en ella, que brillaban como el ámbar.




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