"No hay paz —dice mi Dios — para los impíos.
Isaías: 57-21"
El dedo de aquel hombre sediento de venganza presionó el gatillo una, dos, tres veces. Solo una bala había llegado a alcanzar a Cristian. Inmediatamente la bala traspasó su muslo derecho, sintió la sangre caliente correr por su pierna; sus manos estaban inundadas de sangre, pero esa sangre no era de su cuerpo, era la sangre de su madre quien como un escudo le protegió desde el principio, recibiendo la mayoría de los disparos.
El padre de Maggie cegado por el dolor que la muerte de su hija le había provocado, se acercó a Cristian quien sostenía a su madre desfallecida.
—¡¡Tú eres quien merece morir gusano bastardo!! Mi hija era una niña brillante, tierna, dulce y... delicada, y se mató...de la forma más vergonzosa y baja por una basura como tú que no la valoró.
El hombre pateo la pierna ensangrentada de Cristian, quien exclamó un alarido al sentir el golpe.
—¡Te irás al infierno estúpido!
El padre de Maggie apoyó la pistola de la frente de Cristian quien al verse en sus últimos segundos de vida cerró sus ojos y no pensó en otra cosa que decir mas que:
<< ...Dios...per..dónam... >>
Antes de que pudiera terminar la oración, su cuerpo sintió un fuerte impulso hacia atrás y el impacto de su cabeza en el suelo lo desconectó.
Los vecinos habían avisado a la policía quienes para su fortuna habían llegado de inmediato. La policía se abalanzó hacia el padre de Maggie quien en un forcejeo impactó a Cristian con fuerza contra el piso. La ambulancia llego unos minutos después.
Antes de abrir los ojos, Cristian se dio cuenta de dos cosas; primero que estaba vivo, y segundo que ta no estaba en la puerta de su casa con una bala en la pierna. Sus ojos se abrieron lentamente y su vista algo borrosa percibió a alguien en la habitación.
—¡¡Cristian!! ¡Gracias a Dios que estas bien! —La voz de Ana Elizabeth emocionada y alarmada, llenó toda la habitación.
—Vas a dejarme sordo...—respondió con una voz débil y ronca.
—¡Estaba tan preocupada! —dijo con los ojos húmedos.
Cristian se quejó un poco, mientras trataba de cambiar de posición.
—No te muevas, si necesitas algo solo pídemelo —Ana Elizabeth se acercó y le acomodó la almohada.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —preguntó.
—Desde ayer —dijo arropándolo un poco más—. Ayer estuviste en cirugía, los doctores dicen que con terapia puedes volver a llevar una vida normal.
—La Señora Martínez... ¿Qué paso con ella?
Ana Elizabeth detuvo sus movimientos —Cris...tu madre....
Esos segundos de silencio le hicieron sentir escalofríos en toda la espina Dorsal
—No me digas que...
—No, Cristian, no está muerta, pero... no despierta, los doctores aún no saben nada, perdió mucha sangre...
A pesar de su expresión forzadamente desinteresada, los ojos de Cristian se humedecieron y una lágrima corrió desde su ojo izquierdo hasta su oído.
—No te preocupes Cristian, todo estará bien, no temas. Dios tiene el control.
La puerta de la habitación se abrió de repente y aparecieron Gregorio y los Sres. De la Cruz.
—Cris, muchacho, tiempo sin verte
—¿Cómo esta Sr. De la Cruz?
—Oh, Cariño. Cuanto has tenido que pasar, debes estar angustiado —dijo la Sra. De la Cruz mientras sostenía su mano.
—¿Cómo estas viejo? —preguntó su amigo chocando el débil puño que Cristian levantó de su mano libre.
—Adolorido —respondió quejándose un poco.
—Cristian, mis padres te trasladaran a nuestra casa para tu recuperación, en cuanto te den de alta —dijo Ana Elizabeth.
—No tienen por qué molestarse...
—Cristian, ya está decidido. No seas terco —le reprochó.
—Disculpen, el paciente debe descansar —interrumpió una enfermera quien después de revisar los sueros, inyectó un fuerte calmante a Cristian que lo adormeció en seguida.
Una semana después Cristian fue trasladado a la casa de los De La Cruz, y lo acomodaron en el cuarto de invitados.
Sentado en la cama, Cristian veía a Ana Elizabeth caminar de un lado a otro doblando y organizando las cosas de su maleta en el armario, y en las gavetas de la habitación.
—En 30 minutos estará la cena, mientras tanto puedes asearte, pusimos un banquillo pequeño para que te sea más fácil...
—Eli... —le interrumpió.
—¿Qué pasa Cris? —dijo acercándose—. ¿Necesitas algo?
—Sí... —respondió.
Cristian la tomó de la muñeca haciéndola sentarse junto a él y la atrajo hacía su cuerpo para abrazarla. Ana Elizabeth se resistió un poco.
—Cristian...
—Por favor...solo...solo unos minutos... —dijo y se asió de ella apoyando la frente en el hombro de Ana Elizabeth, ella correspondió el abrazo y acarició su espalda con la palma de su mano.