Tú eres la única

Prefacio

Ana Elizabeth intentó nuevamente entrar la llave para abrir la puerta de su casa y al fin lo consiguió. Le había tomado unos largos segundos. Cuando ya estaba en la sala no sintió la sospecha tan evidente en la atmósfera. Su hermano la miró de reojo desde el sillón, mientras sostenía al revés una de las revistas de economía de su madre, quien acababa de salir de la cocina nerviosa y con un gran cucharón en la mano; utensilio que pocas veces usaba. 

—¡Hija! ¡por fin llegas! — su madre le saludó chispeante.

—Hola mamá… —contestó Ana Elizabeth con desánimo.

—Te estaba esperando, sé que debes estar cansada pero necesito el juego de vajillas que nos regaló miriam en las pasadas navidades. ¿Podrías rebuscar entre las cajas del desván? Si no mal recuerdo me ayudaste a almacenarlas ahí a principios de año — su madre movía el cucharón en el aire mientras hablaba con cada ademán. Ni siquiera recordaba que lo sostenía. 

Ana Elizabeth suspiró y un fleco de su pelo suelto se movió —Mamá estoy muy cansada ¿Podría hacerlo mañana? 

—¡No! — contestó la Señora De la Cruz eufórica haciéndola sobresaltar. Carraspeó su garganta al notar ensimisma su intensidad, mientras, detrás de Ana Elizabeth, Gregorio hacía señas insistentes e inentendibles

 —E… Eli es que… sabes que los abuelos no asistieron a la boda y como vienen el domingo para conocer a Patricia, mamá los quiere sorprender —dijo Gregorio ayudando a su madre desde el sillón la cual asintió agradecida..

—Así es, me gustaría revisar esos platos y lavarlos antes de ese IMPORTANTE almuerzo familiar ¡Los necesito ahora! —enfatizó. 

—De acuerdo —contestó Ana Elizabeth resignada.

Sin decir más, soltó los papeles que llevaba y se quitó la cartera de sí para colocarlas sobre el sillón junto a ella. Se dirigió a las escaleras arrastrando los pasos.

Un pequeño chillido de entusiasmo que se escapó de su madre le hizo mirar sobre sus hombros y una extraña sensación en el aire le erizó la piel, sin embargo su intensa lucha mental le sugirió analizar la situación después.

Cuando se encontraba a unos metros del desván vio la puerta de madera entreabierta. Era extraño, nadie solía subir ahí a menos que fuera para guardar cosas o buscar antigüedades y eso casi siempre ocurría en las vísperas navideñas, cuando se desempolvan las decoraciones festivas. Tal vez había sido su madre en un intento fallido por encontrar la vajilla que la tía miriam, su preciada hermana mayor le había regalado como obsequio de navidad, o su cuñada Priscila escabulléndose secretamente para encontrar algún álbum de fotos de su esposo  de cuando era bebé.

La puerta se movió fácilmente cuando ella la empujó. Con la palma de su mano tentó la pared hasta encontrar el interruptor de la luz. Los rayos de luna que entraban por la ventana triangular eran escasos para iluminar la gran habitación frente a ella. Cuando al fin logró encender la bombilla algo inesperado ocurrió. 

Muchas luces brillantes de tono blanco, amarillo y azul, regadas por todas partes se activaron. En medio de éstas Cristian estaba sentado en una silla de madera con su guitarra. En cuanto las luces se encendieron el instrumento de cuerda comenzó a emitir suavemente el sonido de una canción que ella rápidamente identificó, la canción y el recuerdo:

A ambos de niños: Una Ana Elizabeth con un corazón lleno de fe y una inquietud destellante, y un Cristian con un corazón que necesitaba ser rescatado por el amor de Dios. Los dos, saltando de un lugar a otro en ese mismo lugar y reproduciendo en una radio de casette esa misma melodía:

 

<<El amor de Dios es maravilloso, el amor de Dios es maravilloso, el amor de Dios es maravilloso, cuan grande es el amor de Dios. Tan grande que no puedo estar arriba de él, tan bajo que no puedo estar debajo de él, tan ancho que no puedo estar afuera de él… Grande es el amor de Dios>>

 

Cristian tocaba las cuerdas como si estuviera tocando el mismo corazón de Ana Elizabeth quien escuchaba a Cristian  conmovida, compungida, aterrada…

Cuando la canción terminó, Cristian se levantó  de la silla y dejó  la guitarra apoyada del asiento  para acercarse a su novia. Ana Elizabeth casi da un paso atrás..

—El amor de Dios es maravilloso —dijo Cristian resoplando una risa—, Con tantas cosas fuertes que nos pasan en la vida lo dudaba, de verdad dudaba de un amor así, pero…. Llegaste a mi vida ¡dos veces! cuando ni siquiera lo merecía. Si eso no es un milagro no se lo que es —tomó la mano de ella  y besó sus dedos finos y delicados.

— Tú me enseñaste el perfecto amor de Dios y me lo volviste a recordar. Me enseñaste a amar en su amor y con ese amor prometo amarte solo a ti. Me preguntaste si solo eras una chica como las otras, y lo reconozco, antes solo existía ¨la próxima¨ para mí, pero tú te convertiste en la única que quiero en mi vida y para siempre — diciendo ésto sacó una caja de su chaqueta, soltó la mano de Ana Elizabeth y se arrodilló frente a ella. —Eli, mi mejor amiga, mi primer amor, el ángel enviado por Dios que me rescató ¿Me harías el honor de…?

—No… —Ana Elizabeth le detuvo apretando los ojos.

Cristian quedó absorto ante su negativa interrupción. Pestañeó —E..Eli, que…. ¿Qué quieres decir? ¿De qué estás hablando?




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