Tú eres la única

III

“…El perfecto amor echa fuera el temor”

1 Juan:4-18





 

       La caminata estaba pautada a las tres de la tarde, sería un recorrido para conectarse con la naturaleza, ejercitarse un poco y contemplar el atardecer, luego de eso compartirán un postre en el jardin de la villa y despues de descansar y asearse tendrían una rica parrillada a la luz de la luna. Esa era la agenda de la tarde del primer día. Cristian haría su enésimo intento por proponerse. Consideraba que ver el atardecer  frente a una vista maravillosa admirando la creación virgen de Dios, colocaría a Ana Elizabeth en un círculo de emociones profundas que él iba a aprovechar para pedir su mano y al fin poder escuchar su sí.

Aunque sabía que el anillo estaba en el bolsillo frontal de la mochila preparada para senderismo, comprobaba mil veces a tientas si la cajita de terciopelo seguía allí. De vez en cuando Ana Elizabeth señalaba en el camino algún roedor escabulléndose en el bosque, alguna flor de un color o forma particular o  le comentaba algo, y él solo se limitaba a asentir. En respuesta  a los repentinos chistes de Gregorio, Cristian  levantaba la comisura de sus labios en una sonrisa forzada. Ahí estaban los nervios, paralizando todas las expresiones faciales y aturdiendo sus sentidos.

Se inclinó tragando en seco fingiendo que se ataba los cordones cuando Ana Elizabeth le preguntó si le pasaba algo. Si seguía actuando tan extraño se enteraría de todo antes de que pudiera siquiera tener el valor de pedirle matrimonio. Ana Elizabeth le extendió el termo que tomó del bolsillo de la mochila de Cristian y éste lo sostuvo y le dio un largo trago. 

—Tómalo con calma con el agua Cris, o regaras los árboles en poco tiempo —Gregorio rio y se apoyó de un tronco. Patricia se acercó y con el teléfono comenzó a tomar fotos cariñosas  de ella  y su esposo a lo que Gregorio participó con su mejor sonrisa.

—Es cierto Cristian, además falta media hora para que termine la caminata y por lo que veo te quedaras sin suministros antes de tiempo. —aconsejó Daniel quien venía caminando detrás de ellos con una cámara profesional colgada del cuello. 

Cristian solo asintió. Cerró el termo y lo colocó en su mochila. Aún no podía esconder la realidad de que, a pesar de que Ana Elizabeth le pidió un tiempo, le era casi imposible mantenerse tranquilo con Daniel alrededor sin saber que tramaba. Su lucha mental era casi una tortura, por un lado sabía que no podía comparar a Daniel con chicos como el que se acostó con Nancy, su primera novia y esposa de Maximo, cuando aún estaban en una relación,  pero por otro lado los sentimientos que él sabía que Daniel tenía por Ana Elizabeth desde hacía mucho tiempo le hacían dudar del voto de confianza que podia darle. Al menos a él.

—No fue buena idea esto, ¿verdad? te estas aburriendo —Ana Elizabeth confirmó nuevamente que  notaba que Cristian actuaba de manera extraña.

Cristian negó —No es así, solo que… —se levantó y miró alrededor rebuscando en su cerebro una excusa convincente —Es solo que no dormí muy bien anoche y tal vez eso me hace sentir más cansado de lo habitual, es todo. 

— ¿Por qué no dormiste bien?

Porque estaba pensando en tí, pensó.

Cristian sonrió, en vez de contestar. Se imaginaba la cara que ella pondría si le decía eso,

Ana Elizabeth levantó ambas cejas— ¿Por qué sonríes?

—Por nada —tomó un mechon de Ana Elizabeth que colgaba delante de su oreja y lo colocó detrás de ella aún sonriendo. —Vamos, nos estamos quedando atrás. Le tomo la mano y comenzaron a caminar. Ana Elizabeth lo siguió sin replicar.

Era tranquilizador solo escuchar la naturaleza. El sonido de un arroyo a unos metros de distancia llamaba a acercarse y beber del agua fría que emanaba de él. A Cristian le parecía enternecedor la forma en la que Ana Elizabeth parecía hablar con la naturaleza. Tocaba algunas hojas de los árboles admirando el diseño exclusivo de cada una. Se acercaba a alguna avecilla que rebuscaba gusanos en la tierra y conversaba como si hablarán el mismo lenguaje. El solo podía admirarla aunque no entendiera, ella era un hermoso misterio que quería poco a poco descifrar.

Luego de media hora de caminata, tuvieron que cruzar un puente colgante de madera que aunque se veía bastante seguro Gregorio tuvo que ayudar a Patricia a cruzarlo tan despacio como fuera posible para evitar un ataque de pánico; le aterraban las alturas. Luego de cruzar al otro lado, tuvieron que detenerse para que la esposa de Gregorio se repusiera. En ese momento Daniel se acercó a Ana Elizabeth y hablaban en voz baja. Cristian quién por un momento se había unido a la pareja casada para ver cómo estaba Patricia, al notar la presencia del de los anteojos merodeando a su ángel se regresó de inmediato. 

Con su brazo rodeó la cintura de Ana Elizabeth. 

—Cielo, ¿quieres agua? 

—Acabo de tomar de mi termo —se lo extendió —toma de la mía, tu termo está vacío.

Cristian no tenía sed, había tomado más agua que un camello por los nervios que lo tenían invadido, aún así tomó el termo de su novia y se dio un trago esperando que de algún modo eso demostrara algo. 

—Por mí no se detengan, pueden seguir conversando sin problemas —dijo en un tono extraño que no pudo disimular, sin moverse del lado de Ana Elizabeth.




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