“…Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra”
Lucas: 6-29
Cristian tomó la decisión de ir a la habitación de Daniel y disculparse por lo que había pasado. Los ánimos y la atmósfera estaban muy incómodos desde el día anterior debido a ellos. Él sabía que Daniel nunca quiso que la mochila cayera al abismo y era imposible que supiera del anillo. Tenía que reconocer que en ese momento había revuelto sus sentimientos de lo acontecido, con el malentendido y los celos. Como seguidor de Jesús debía tragarse su orgullo y hacer lo correcto. Iria antes del almuerzo para aclarar las cosas y disculparse
Luego de dos toques en la puerta de la habitación de Daniel, éste le abrió.
—Imagino que estás aquí para terminar lo que empezaste.
Cristian admiraba eso de Daniel. A pesar de su débil complexión física nunca le demostró miedo ni siquiera cuando lo intimidaba en la escuela. En realidad Cristian admiraba muchas cosas de él al punto de la envidia.
—No. Te debo una disculpa. Siendo honesto mi intención no era hacerte caer, pero eso no es excusa. Me desquité contigo por…diferentes cosas que tengo en la mente. Así que, lo lamento. Eres parte de nosotros tanto como yo, jamás debí decir que no debiste haber venido — expresó sincero.
—¿Ya te disculpaste con Anelís (Ana Elizabeth)? —cuestionó Daniel metiendo los dedos en sus bolsillos traseros, aún frente a Cristian. —Me parece que con ella es con quien debes excusarte, aunque sin importar lo que haga Cristian Martinez, ella siempre lo perdonará.
Su tono se escuchó sarcástico.
Cristian respiró profundo. —Si, ya me disculpé con Eli. Sé que lo que hice fue una idiotez —Y lo que pase entre nosotros no te concierne en lo absoluto. Dijo dentro de sí— Así que… ¿estamos bien? —preguntó levantando la mano abierta.
Daniel sacó una mano de sus bolsillos y le estrechó la mano con una pequeña sonrisa en el rostro. La expresión de Daniel ya se había suavizado. En eso se escucharon unos toques en la puerta de la habitación.
—Bueno, me alegra que todo se haya aclarado, entonces bajaré a almorzar —dijo Cristian aprovechando el momento para acercarse a la puerta. Al abrir Ana Elizabeth estaba afuera, sorprendida de ver a Cristian en la habitación de Daniel.
Ahora ella es quién viene a su habitación…
Cristian se acercó a la frente de Ana Elizabeth y la rozó con los labios. —Buen día.
—Bu..buen día… ¿Qué haces saliendo de la habitación de Daniel? —preguntó observando el interior por encima de su hombro tal vez comprobando que Cristian lo hubiera dejado ileso.
—Solo charlar —Dijo Daniel con la nariz arrugada acercándose al marco de la puerta, cuando Cristian salió completamente de la habitación.
—Nos vemos abajo preciosa —dijo Cristian dándole una sonrisa a Ana Elizabeth antes de voltearse a la salida del pasillo. Su sonrisa desapareció en cuanto se dio la vuelta.
No pienses en eso Cristian. No lo pienses…
Cristian fue el primero en llegar a la mesa para almorzar. Mientras se servía la ensalada con los cubiertos de madera, seguía repitiendo en su mente un versículo que le había ayudado en otras ocasiones. Gracias a su líder juvenil por ese consejo: Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará mi corazón y mis pensamientos en Cristo Jesús. A veces se preguntaba si todos los Critianos tenían batallas mentales tan fuertes como la suya. A Ana Elizabeth, a Daniel e incluso Gregorio quien se reconcilió después que él no parecía hacérsele tan difícil. Sentía que era el único luchando contra las tinieblas que no querían alejarse de él. Los celos, el deseo pasional, la envidia…
— ¡Cristian! —la voz de Gregorio lo regresó en sí.
—¿Desde cuándo estás ahí? —dijo Cristian introduciendo un pedazo de lechuga aderezada en su boca.
Gregorio rechistó y extendió su cuerpo hasta el tazón de papas asadas junto a Cristian. —¿Aún no te has reconciliado con Ana Elizabeth que estas tan ido?
—Si lo hice. Incluso me disculpé con Daniel —confesó Cristian.
—¿De verdad? Wao… estoy tan orgulloso —pasó un dedo por debajo de su ojo derecho con jocosidad.
—Pero ¿sabes? A veces me pregunto por qué hacer lo correcto es tan difícil para mí. De momento siento que estoy arrancándome la piel cuando tengo que doblegar mi orgullo — Cristian se sirvió un poco de arroz en el plato.
Gregorio tomó su vaso y la jarra en medio de la mesa para servirse del jugo de piña, luego inclinó la cabeza y después de dar gracias tomó una servilleta de tela y contestó —Todos tenemos luchas Cris. Unos más fuertes que otras pero como siempre dice Ana Elizabeth ̈Dios no nos da cargas que no podamos llevar¨ ¿Crees que para mi fue fácil llegar puro al matrimonio?
—Espera… ¿No habías tenido… sexo con Patricia? Pensé que…
—¡Claro que sí! ¡No seas tonto! Recuerda que Patricia y yo decidimos aceptar a Cristo hace menos de un año y nuestra relación inició en la secundaria. —Contestó Gregorio.
—Entonces ¿A qué te refieres con llegar puro al matrimonio si ninguno de los dos eran vírgenes?