“«¿Por qué estás tan enojado?—preguntó el Señor a Caín—. ¿Por qué te ves tan decaído? Serás aceptado si haces lo correcto, pero si te niegas a hacer lo correcto, entonces, ¡ten cuidado! El pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte; pero tú debes dominarlo y ser su amo»..”
Génesis: 4-6,7
Ya había pasado un mes desde que Ana Elizabeth había decidido rechazar la propuesta de Cristian. Según Gregorio no se presentó a las clases ni a las prácticas en el consultorio. Cuándo Cristian supo que Ana Elizabeth había incluso aprovechado la visita de los abuelos para irse con ellos, intuyó que estaba haciendo todo para evitarlo, hasta el punto de irse de la ciudad. Lo que quedaba de Cristian después de la ruptura yacía hace días en su dormitorio.
Siempre supo que no la merecía pero nunca se imaginó que cuando ella se diera cuenta se hartaría de él y lo abandonaría de una forma tan hiriente. Se volvía a repetir la dolorosa historia de su mejor amiga desapareciendo, solo que esta vez sabía por qué se había ido: no era suficiente para ella. Le dolía tanto el pecho que a veces sentía la impresión de que en cualquier momento escupiría sangre. Estaba tan desesperado que por primera vez después de su conversión, de verdad añoraba un trago.
Su madre entró a la habitación y luego de colocar una bandeja con comida sobre la silla del escritorio se sentó en la cama.
—¿Cómo estás hijo?
Cristian no contestó.
Ella acarició su antebrazo descubierto de la sabana —Tienes que pararte de la cama y afrontar la vida. Sé que la ruptura con Ana Elizabeth es muy dolorosa pero no puedes perjudicar tus estudios, tu trabajo y tu salud por una relación amorosa. Ni siquiera has ido a la iglesia.
Una lágrima cruzó el rostro pálido y triste de su hijo.
—Cariño conserva la esperanza, ella podría considerar. Tal vez solo necesita alejarse un poco de todo por un tiempo. Tal vez… solo no está preparada para el matrimonio aún —desvió la mirada de su hijo.
Cristian se animó a levantarse y se sentó recostandose en el espaldar de la cama. Sacudió la cabeza —No creo que se trate del miedo al matrimonio mamá, ella no sólo rechazó mi propuesta, ella rompió nuestra relación contundentemente, le puso punto final a nuestra historia. Y es que… no lo entiendo mamá… —apoyó los dedos en su frente con frustración—, estábamos bien, tuvimos unos pequeños problemas pero…Nos amamos —O eso creía. Se dijo —pensé que me había aceptado a pesar de cómo soy. Estoy cambiando, lentamente pero lo hago, pensé… que lo entendía y me esperaría…
La madre de Cristian se estrujó los dedos de las manos con fuerza. Debía decirle. —Hijo, en realidad…
El móvil de Cristian empezó a sonar dentro del cajón de la mesa de noche. La madre de Cristian suspiró aliviada y abrió el cajón donde estaba el teléfono. Miró la pantalla —Es Jack, tu compañero de la universidad. —le pasó el móvil.
Cristian suspiro pesadamente y tomó el teléfono.
—Qué quieres Jack… —contestó molesto y lastimero.
La madre de Cristian se retiró de la habitación para darle privacidad.
—Hey, hey, no tanto cariño que me empalagas —carcajeó su amigo del otro lado de la línea.
Cristian Bufó —Como puedes escuchar no estoy de humor, así que adio…
—Por eso te llamo Martinez —le interrumpió— El amigo tuyo, ese de cinematografía me dijo que estabas deprimido. ¿Qué tal unos traguitos para ahogar tus penas? Eso estaría bien, ¿no?
—No creo que sea buena idea Jack, ya no tomo.
—Oye, yo no sé si tomas o no, lo que sí sé es que en el bar Cielo nocturno tienen la música tan alta que no escucho ni mis pensamientos, además tienen un exquisito anestésico líquido que es bastante bueno para el corazón.
No escuchar sus pensamientos y que el pecho le dejara de doler era lo que exactamente necesitaba. Cristian se mordió el labio inferior y miró al fondo de su habitación.
—¿Dónde nos vemos?
Jack no estaba bromeando. El bar Cielo nocturno era una locura, era literalmente insano al oído. El estrepitoso sonido que provenía de los amplificadores estaba a tope, tanto así que aunque las personas movían los labios no se escuchaba la voz de ninguno de ellos. O al menos Cristian no podía percibir el sonido de nadie a su alrededor. A pesar de eso Jack no paraba de hablar desde que entraron al bar. Cuando Cristian comenzó a revivir tan cerca de él las caricias atrevidas de las mujeres que pasaban a su lado, las miradas lujuriosas de las que bailaban sensualmente y con ropa provocativa, una extraña sensación en su interior le estremeció las entrañas. Antes de sentir el ego por la atención se sintió incómodo. Muy incómodo.
Cristian caminó directo a la barra y tomó asiento en una de las banquetas disponibles.
Jack le hizo una seña al bartender y le señaló unas botellas, de las cuales tomó varias del estante y comenzó a mezclar, los vertió en unos pequeños vasitos y se los presentó a Cristian y su amigo.
Jack tomó del hombro a Cristian acercandole el shot —Tomate esto y verás cómo te sientes mejor —dijo casi voceando.