XIII
“«¿Andarán dos juntos, si no estuvieran de acuerdo?»..”
Amos: 3-3
Camilo esperaba a Cristian estacionado frente a su casa con una Triumph Trophy roja. En cuanto Cristian la vió quedó fascinado.
—¿De dónde sacaste esta belleza? —deslizó la mano por la pintura brillante.
—Se la saqué al viejo después que le dije como me habían tratado todos estos años en ese maldito lugar del que les hablé —Elevó la pierna y se desmontó— Ahora tiene una batalla legal con la dirección del reformatorio.
—Es hermosa… —se metió las manos en la chaqueta mirándola fascinado como un niño frente a una tienda de golosinas. Había vendido su amada motocicleta para tranquilidad de la señora Martinez sin embargo las motocicletas nunca habían dejado de gustarle.
Camilo le tiró las llaves— Aunque no se compara con tu Ducati ¿Quieres montarla?
Cristian sacó la mano del bolsillo rápidamente y capturó las llaves en el aire con una sonrisa en el rostro.
El recorrido en la motocicleta fue una descarga de adrenalina que provocó que el corazón le retumbara en los oídos. No quería parar. Quería correr más rápido cada vez. Cuando Camilo vociferaba un grito de satisfacción eso motivaba a Cristian a acelerar aún más. Mientras más aceleraba sentía como si su mente neutralizara esos pensamiento; las peleas que había tenido con Ana Elizabeth, los celos, el deseo incontenible de tenerla y no poder, cuando tomó su rostro y le dijo que lo amaba para luego rechazar su propuesta y alejarlo e incluso el plan de reunirse y cerrar “bien” el capitulo. Todos esos pensamientos se dispersaban a medida que la velocidad aumentaba.
Cuando llegaron al lugar que Camilo le direccionó estacionó la moto en un lote baldío. Camilo le apretó ligeramente la nuca —¡Tienes mucho qué descargar! ¿Eh amigo? —carcajeó.
Cristian respiró pesadamente. No quería pensar. Si pensaba Ana Elizabeth estaría ahí. Le recordaría su espalda alejándose de él y le dolería. Recordaría sus besos, su mirada, su sonrisa y sus gestos, entonces la añoraría, entonces le dolería aún más. ¿Cómo era posible que ella quisiera romperle el corazón una vez más, enfatizando que no podrían estar juntos. ¿Su ángel siempre había sido así de cruel?
Cristian miró alrededor. —¿Qué hacemos aquí? —estaban rodeados de edificios viejos y abandonados.
—Como te dije por mensajes tengo que tocar en un lugar, pero ese sitio es algo particular, será divertido, ya verás —su sonrisa desvergonzada le dio escalofríos.
Cristian no dijo nada, necesitaba una distracción y dinero, en cuanto Camilo comenzó a caminar él lo siguió. Camilo rodeo uno de los edificios y bajó unos escalones en una entrada subterránea. Abajo había una puerta negra con un letrero azul fosforescente que decía EL SÓTANO. Nunca había escuchado de él.
Camilo tocó la puerta y un hombre fuerte y calvo pero con una barba espesa salió —¿Quienes son? —su saludo no fue amigable.
—Somos Dark Love
Cristian miró a Camilo con sorpresa. ¿Por qué estaba usando el nombre de la antigua banda? El hombre se retiró un momento para comprobar.
—Camilo…
—Por favor ayudame Cris —apoyó la espalda de la pared detrás de él—, me darán un buen dinero si toco aquí y el doble si es una banda. Si somos dos ya cuenta como una banda ¿Verdad?
—Camilo, ya no toco ese tipo de música, Dark Love ya no existe.
Camilo se colgó de su cuello —Vamos Cris, no te estoy diciendo que relanzamos la banda, solo te estoy pidiendo que por esta vez me ayudes con una canción. Ya te dije, nos pagarán muy bien. Dices que no bebes pero te encontré en un bar, haz otra excepción.
Cristian no respondió, en verdad estaba siendo un hipócrita. Incluso le había dicho a Gina que llevaba una vida nueva pero estaba ahí, dispuesto a tocar música no cristiana por unos billetes. El hombre que había salido hacía un momento abrió la puerta y los dejó pasar entregándoles unos colgantes con el nombre de la banda. Mientras entraban Cristian observó al hombre y luego el gafete que se acababa de colgar en el cuello.
El pasillo estaba oscuro, solamente decorado con líneas de neón en el borde del techo y el borde del suelo. Otra puerta más adelante obstaculizaba el camino. Del otro lado se escuchaban risas y música.
Cristian le colocó una mano en el hombro a Camilo—No estoy seguro de esto Cam, mejor regresemos…—señaló con el pulgar hacia atrás.
—¿Qué sucede? ¿La religión te convirtió en gallina o qué? Siempre has sido el más valiente del grupo. Todo el tiempo decías que no le tenías miedo a nada. ¿Ahora eres un maldito miedoso o qué? —no le dio tiempo a Cristian refutar y empujó la puerta para abrirla.
Nadie le decía gallina. A lo único que le tenía miedo en la vida ya había sucedido. Ana Elizabeth lo había dejado otra vez.
Cristian entró detrás de Camilo.Tensó la mandíbula cuando miró alrededor, mujeres bailando en ropa interior sobre redondas tarimas con aros luminosos bajo sus tacones altos, en el que se suspendía un tubo de acero dónde las chicas hacían todo tipo de coreografías atrevidas. Hombres consumiendo drogas y alcohol mientras se deleitaban tocando la piel desnuda de las mujeres que les hacían compañía. Era un club nocturno con actividad ilegal. A pesar de sus andanzas del pasado Cristian siempre se había limitado a los bares, las discotecas o las fiestas universitarias que eran típicas para los chicos de su edad. Nunca había ido a lugares donde las mujeres vivían de su cuerpo o dónde había un consumo libre de drogas. Tragó en seco.