“«Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea humana. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.»..”
1 Corintios: 10:13
Por favor señor… devuelvemela. Por favor… Padre devuelvemela —Cristian rogaba incesantemente. No podía ser hipócrita ante su padre que incluso lo había formado en el vientre de su madre. Su corazón estaba desnudo ante Él. Quería a su “Eli” de vuelta. Era evidente en cada partícula de su ser. Faltaban unos minutos para que ella llegara. Tenía horas arrodillado pidiéndole a Dios que le devolviera a Ana Elizabeth.
El timbre sonó. Cristian colocó las manos en el borde de la cama para ayudarse a levantar y escuchó una voz en su interior que lo paralizó.
¿Y si no quiero?
Cristian apretó los ojos y empuñó las manos guardando silencio, luego contestó —Que se haga tu voluntad y no la mía —pronunció en voz alta aflojando las manos. Las cosas eran así. Ana Elizabeth era muy importante para él pero había dejado de ser su prioridad. Su prioridad era Jesús y en sus manos y su voluntad estaba lo que era mejor para él. Lo que saliera de esa conversación lo entendería y lo aceptaría, tal como ella había dicho.
Cristian se puso una camisa de mangas cortas, sus rizos estaban un poco desaliñados, lo resolvió con una gorra. Corrió escaleras abajo y abrió la puerta.
—Hola Cris
Cristian no lo vio venir. —¿Shanon?
La rubia sonrió simpática —Me alegra que aún recuerdes mi nombre. —¿Y cómo lo olvidaría? Oraba por ella cada vez que podía. — ¿Me dejas pasar?
Shanon estaba mojada de los pies a la cabeza. Cristian no se había dado cuenta de que había llovido, sin embargo, aparte de eso, estaba descalza y andaba sin su guardaespaldas.
Cristian la invitó a pasar. Ella se acomodó en el sillón de la sala y él tomó el edredón del sillón para que se arropara. Fue a la cocina y calentó en el microondas una infusión que su madre solía beber en las noches.
Cristian se sentó frente a ella y le puso la taza sobre la mesa de estar —¿Cómo has estado?
Shanon sorbió de la taza y su expresión de alivió se notó en todo su rostro. —Nunca he estado mejor, gracias a ti. Estornudó.
—¿Gracias a mi? —su confesión para nada coordinaba con su aspecto—Pero te ves…
Shanon sorbió nuevamente del líquido tibio y colocó la taza en la mesita frente a ella. —Créeme Cristian, estoy bien, muy bien de hecho. Cuando le dije a mis socios que iba a cerrar el sótano no estuvieron muy complacidos. Estaban planeando matarme así que huí sin nada.
—¿Cerraste… el sótano? —Cristian recordó su recomendación “cierra este lugar” Nunca pensó que se lo tomaría tan en serio.
Las manos de Shannon se aferraron a la manta y miró alrededor como si estuviera buscando la manera correcta de explicarlo —Mmm… abriste mis ojos Cristian. Esa noche respondiste… a todas las preguntas que me hacía en las noches. Cuándo me embriagaba o me drogaba para poder dormir porque el peso que cargaba era muy grande para mi conciencia. Me leiste el alma en un par de horas. Me recordaste que… necesitaba a Jesús.
Cristian se sintió conmovido hasta las lágrimas.
—¿Cómo diste conmigo?
—Tu amigo me dio tu dirección antes de irse ese día. Incluso me dio tu número. Después que reconocí mis malas decisiones no quise molestarte hasta hoy que se me presentó esta urgencia. En ese ambiente no tengo a nadie a quién recurrir. Necesito algo de dinero y… —se miró brevemente —algo de ropa limpia.
—No sabes como me alegra escuchar todo eso, no he dejado de orar por ti desde ese día.
—Tal vez por eso estoy aquí, y no sabes cuanto te lo agradezco. Fue difícil pero, desde que me atreví a visitar una iglesia a reconciliarme con Jesús siento algo tan… inexplicable dentro de mí que me ha dado fuerzas para hacer todo esto. Antes pensaba que Dios no quería saber nada de mí pero después de ver su amor inagotable persiguiendome al punto de permitir que entraras a un lugar como ese tan solo para predicarme, tuve que reconocerlo.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó preocupado por las consecuencias.
—Aunque no lo creas… Mis padres me esperan. Ellos… son pastores. Regresaré a ellos, si me aceptan, como el hijo pródigo —se encogió de hombros con una sonrisa triste— si, tengo suerte.
Cristian no podía creer todo lo que ella le estaba confesando. Mientras rebuscaba una camisa entre sus cosas que pudiera usar, adoró a Dios por su misericordia. Condujo a Shannon a su habitación para que se mudara la ropa húmeda, también le dio todo el dinero que pudo y bajando las escaleras para darle privacidad seguía dando gracias.
Gracias Jesús, todo el crédito es tuyo.
Cristian estaba ensimismado, no podía dejar de exaltar a Dios en su interior. Dios lo había hecho otra vez y lo había usado como instrumento. Sentía una satisfacción y gozo tan grande que no podía ocultar su sonrisa.