Tú eres la única

XVIII

“«¿Alguno de ustedes está pasando por dificultades? Que ore. ¿Alguno está feliz? Que cante alabanzas..»..” Santiago: 5-13

 

Ana Elizabeth apretó sus piernas rodeadas por sus brazos mientras sollozaba sobre sus rodillas.

No sabía porque lo había hecho. El plan original era ir a la casa de Cristian y contarle la razón de la ruptura para cerrar capítulo amistosamente, sin embargo en vez de eso, le había ofrecido sexo, todo porque algo se apodero de ella al ver a esa hermosa mujer rubia que bajo por las escaleras. Los celos eran infernales. Nunca se imaginó ser capaz de hacer algo como aquello. El odio y los celos estaban llamando y provocando tenebrosas emociones que jamás pensó que sentiría, y su enemigo se estaba aprovechando de eso al máximo.

Su teléfono sonó pero ella ni siquiera se movió. Eran probablemente sus padres quienes seguían insistiendo en que regresara a casa. Ella sabía que si le confesaba que se había apartado de los caminos de Dios tendría que mudarse. Así que lo hizo. No hubiera podido lidiar con sus miradas de decepción. También podría ser Gregorio quién se había puesto muy ansioso desde que supo toda la noticia: Ya no era cristiana y se había mudado de la casa.

Pero nadie la convencería.

Ahora no sabía como enfrentar a Cristian. Y no había podido explicarle nada. Por otro lado estaba sorprendida y un poco herida. Cristian la había rechazado pero también la había protegido de sí misma. Tal vez había malinterpretado lo de aquella mujer. Al parecer en el poco tiempo que ella se había ausentado muchas cosas habían cambiado. Cristian se miraba más maduro y con autocontrol, contrario a ella quién no sabía lo que estaba haciendo. Quien lo diría.

Sentía un peso enorme en su pecho y no sabía cómo deshacerse de esa angustia. Antes lo resolvería con una larga oración que le daría paz, ahora que no era Cristiana ¿Cómo lidiaba con ello?

Unas luces de colores que se proyectaban desde afuera hacia el vidrio de la ventana le llamaron la atención. Se levantó del suelo y se secó las lágrimas. Se paró junto a la ventana y contempló más abajo un letrero rosado destellante que parpadeaba. Frente a su pequeño departamento una cantidad considerable de jóvenes entraba a un establecimiento de baile. La música era alta pero suave, las baladas nostálgicas de amor y desamor que escuchaba le estaban atrayendo. ¿El alcohol sería lo que decía la gente? ¿Un remedio para aguantar las penas?

No debería ir…

Ana Elizabeth estrechó los ojos. La voz en su interior quitó las dudas. Se cepilló el cabello, se cambió la blusa, tomó su bolsa de mano y salió del departamento.

Sus pies se congelaron frente a la puerta. Desde afuera veía parejas besándose, gente fumando o bailando con sus cuerpos tan pegados el uno del otro que se preguntaba cómo respiraban. Un grupo que estaba detrás y quería entrar la arrastró hacia el interior, sentía el estómago exprimido. Sin querer se tropezó con un chico alto y de cabello negro que hablaba con otros dos.

—Perdón… no te vi.

El chico se quedó mirándola por varios segundos sin decir nada, cuando Ana Elizabeth había decidido que no era el día para tener nuevas experiencias y se iba a dar la vuelta, él chico le habló.

—Este no es tu ambiente ¿Cierto?

—¿Tanto se me nota? — se mordió el labio inferior con vergüenza.

Él torció la boca y frunció el ceño mirándola de arriba a abajo como si estuviera analizándola —Mmmm… Pareces una tierna ovejita entrando a una carnicería.

Ana Elizabeth suspiró. —Probablemente así es…

El pelinegro sacudió la cabeza invitandola a salir afuera, a ella le agradó esa idea. Ya fuera del establecimiento, lo bastante lejos para que pudieran hablar, él le cuestionó.

—¿A qué viniste?

—A ahogar mis penas supongo —se encogió de hombros. 

—¿Una ruptura?

—Algo así…  —Dios era un caso que no iba a mencionar.

—Pues para beber no tienes que ir a un lugar como éste si no estás acostumbrada al bullicio. Si quieres podemos comprar un par de latas de cerveza y sentarnos en una banca o bajo un árbol

A Ana Elizabeth le gusto mucho la idea—Creo que estaría bien

El chico sonrió. —Espera aquí, iré por unas frías.

—De acuerdo —asintió Ana Elizabeth, —Ah, oye —lo detuvo —No me haz dicho tu nombre

—Camilo —dijo—, pero puedes decirme Cam.

—Ok, aquí te espero Cam

Sin pensarlo demasiado, Ana Elizabeth se vertió la lata de cerveza fría en la boca. Ella siempre había sido una persona decidida en todo lo que hacía. Un mareo repentino la desorientó.

—despacito linda

Pero ya Ana Elizabeth estaba abriendo otra lata.

Camiló rió —Debió ser un amor muy apasionado —y le dio un trago a su fría.

Ella se limpió los labios con el dorso de la mano —se podría decir… —su amor hacia Dios siempre había sido muy apasionado.

—Yo nunca me he enamorado. —Mintió—, ¿Qué se siente?

Ana Elizabeth apoyó la espalda del tronco del árbol y cerró los ojos. Su pregunta le hizo pensar en Cristian. Lo Imaginaba  sonriendo o diciéndole mi ángel, besándole la frente o acariciándole el rostro, protegiéndola, deslizando su mano sobre su palma tibia, sus besos sabor a miel…

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas rápidamente.

Camilo notó las gotas caer de su rostro—¿Tema sensible?

Ella sonrió —Sientes que te enloqueces —contestó su pregunta con sonrisa nostálgica. —Da miedo sentir tanto, a veces crees que las emociones son tan intensas que te van a romper y aún así lo haces; amas.

Camilo alejó la lata de sus labios —Sí que suena como una locura. Pero te diré algo, él idiota que dejó a una belleza como tú es un desquiciado.

Ella desvió la mirada hacia el otro lado —Yo fui la desquiciada que lo terminó

—¿Por qué? Parece que los sigues queriendo. ¿Te engañó?

—Es… complicado…

Demasiado complicado para explicárselo a un desconocido. Sin embargo le agradecía la distracción. Le había sido más fácil digerir alcohol por primera vez con un acompañante. Y tenía que ser un desconocido, ninguna de las personas que generalmente la rodeaban aprobarían su comportamiento. Más bien la juzgarían. Y él, se veía como un buen chico a pesar de todo.




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