“«¡Oh Señor, eres tan bueno; estás tan dispuesto a perdonar, tan lleno de amor inagotable para los que piden tu ayuda!»..”
Salmos: 86-5
Cristian vio a Ana Elizabeth encerrarse en el baño en cuanto regresaron a la casa de Máximo. Se veía impactada. Desde la oración, sintió su resistencia a usar su fe. Cristian se preguntaba ¿Qué había pasado con su chica cristiana? La que siempre pensaba en los demás antes que en ella. La que tenía una firme convicción de que todo era posible si creíamos. La que amaba a Dios más que a sí misma.
En cuanto a Cristian, los eventos que habían ocurrido habían eclipsado sus emociones con regocijo. Máximo había sido sanado milagrosamente del tartamudeo y habían encontrado a Maxine sana y salva, lo que, sí Máximo cumplía su voto, lo había llevado a ser seguidor de Jesús. Primero Dios había cambiado a su padre, después a Shanon y ahora a uno de sus mejores amigos. Se sentía pleno, sin embargo también anhelaba profundamente que Ana Elizabeth pudiera nuevamente gozarse del poder de Dios manifestado en la vida de los demás y en sí misma. Antes ese era su propósito en la vida, ahora ¿Cuál era?
Ana Elizabeth salió del cuarto de baño para invitados con los ojos ligeramente enrojecidos. Al parecer había llorado. Aún así, mostraba una sonrisa como si todo estuviera bien. Como si no se estuviera haciendo la fuerte. Acuclillada en el piso, abrazó a Maxine quien estaba medio dormida en los brazos de Daniel. Maximo aún hablaba por teléfono con el doctor asignado a Nancy sin trabarse ni un poco.
Cristian intuyó que Ana Elizabeth se estaba despidiendo así que decidió adelantarse y salir de la casa a esperarla cerca del auto. Le propondría llevarla y tal vez pudieran conversar un rato. No habían pasado palabra desde que la había sacado por la fuerza del hotel.
Ella lo vio en cuanto salió.
— Es tarde, si tu quieres… te puedo dar un empujón — le propuso apoyado del maletero con las manos en los bolsillos.
Sin contestar, ella se acercó al auto y abrió la puerta del copiloto, le envió una mirada impaciente a Cristian para que él también entrara al auto.
Ana Elizabeth se colocó el cinturón mientras Cristian ocupaba el asiento del conductor, ella apoyó la cabeza de la ventanilla y se recargó de la puerta, se veía agotada. Solo pasaron unos minutos cuando ya estaba rendida.
Entre veces, Cristian la miraba de reojo. Ahí estaba su princesa, a su lado como si nada estuviera pasando. Como si todavía fueran una hermosa pareja cristiana que se amaba profundamente. En su mente le oró a Dios para que de alguna forma así como había sucedido esa noche, Dios obrara en un milagro y resolviera los conflictos internos en ella. Aquello que la estaba ahogando. Aquello que la había separado de él, más que nada de Dios.
La respiración de Ana Elizabeth se comenzó a escuchar forzada. Cristian se sorprendió al ver su frente empapada de sudor tan de repente. Se estacionó y se quitó el cinturón.
— Eli, cariño… — Toco su frente, su temperatura era elevada, su flequillo estaba empapado — ¡Eli, despierta! — Intentó hacerla reaccionar pero aunque a veces abría los ojos se veía débil. ¿Estaba teniendo un ataque de ansiedad?
Se sentía igual que cuando Nancy y sus amigas la atacaron en la secundaria. En ese momento se había desmayado porque debido a lo acontecido en su infancia no soportaba la violencia, en este caso, tal vez la sola idea de saber que a Maxine le hubiera podido pasar lo mismo que a ella probablemente le había golpeado duro psicológicamente hablando. Analizó por un momento que podía hacer, no tenía suficiente dinero para llevarla a un hospital, si llamaba a sus padres ¿Ella se lo perdonaría? Si no mal recordaba en la enfermería de la escuela no hicieron mucho, solo debía hacer que su temperatura descendiera.
Cristian revisó la cartera de Ana Elizabeth que llevaba sobre las piernas y encontró las llaves de su apartamento con el número de habitación prendido de él. Ya estaban cerca así que lo más recomendable era llevarla allí.
Cristian abrió la puerta del copiloto y deslizó sus brazos uno detrás de la espalda y otro debajo de los muslos de la chica inconsciente en su auto, la sacó y cerró la puerta de un puntapié para luego entrar al edificio. Preguntó por el número de piso según la habitación al chico en recepción y él le indicó el tercero, debía subir las escaleras porque el ascensor estaba averiado. Sin rechistar, Cristian subió los escalones con su ángel en brazos.
Las gotas de sudor corrían por todo el rostro de Cristian. Después de varios minutos se detuvo un momento en el descanso que conducía a la puerta del segundo piso, acomodó en sus brazos a Ana Elizabeth quién no se había despertado en todo el trayecto. Por fin en el tercer piso, Cristian atravesó el pasillo buscando el número correcto del apartamento, cuando al fin encontró la puerta correcta la abrió. Se acercó cuanto antes a la cama de tamaño individual y colocó cuidadosamente a Ana Elizabeth. Le puso la mano en la frente, su fiebre había empeorado. Caminó de un lado a otro pensando qué hacer. Tomó su teléfono y llamó a su madre.
— Hijo, ¿Por qué no has llegado? No me has dicho qué pasó con Maxine
— La encontraron, después te explico todo. Mamá, estoy con Ana Elizabeth, tiene un fiebre muy alta, cómo puedo ayudar a bajarla