“«Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes…»..”
Juan: 2-14b
Las rodillas de Cristian no aguantaban más su peso. Cristian abrió los ojos y se dio cuenta de que Ana Elizabeth no estaba acostada sobre la cama. ¿Adonde había ido? ¿Había huido nuevamente? Se levantó con prisa pero un plato tapado con otro y una nota sobre él le llamó la atención.
Tenía que salir y no quise despertarte.
Después seguiremos hablando.
Gracias por lo de anoche.
No había huido. La nota decía que luego hablarían y eso hizo que se sintiera tranquilo. Se sentó en un taburete alto dispuesto para desayunar en la encimera de la cocina. Destapó el plato y el olor de la comida hizo que su estómago rugiera, Ana Elizabeth había preparado unas salchichas italianas asadas, huevo revuelto y pan tostado decorados con rodajas pequeñas de tomate. Se veía delicioso. Se acercó al gabinete de la cocina y tomó una taza para prepararse un café instantáneo con los sobrecitos que ella guardaba dentro de un frasco de vidrio. Volvió al taburete y luego de dar gracias tomó el tenedor y atravesó una salchicha con él.
Mientras masticaba mentalmente viajaba en el tiempo, unas horas antes cuando Ana Elizabeth tuvo el valor de contarle todo lo que le remordía, todo lo que había matado su espíritu. Una de esas palabras le atravesó el corazón: “Odio a tu padre Cristian” “Y es tu padre Cris…. es tu padre… “. No era su culpa, aún así debía cargar con las consecuencias. Era su padre y nada podía evitar eso ni aunque se cambiara el apellido. Ya había visto el rostro de su padre, tal vez cada vez que viera su rostro también lo recordaría, tal vez sus voces se parecían, incluso sus nombres eran similares.
Pensar eso solo provocó que le diera indigestión. Eso significaba que aunque Ana Elizabeth volviera a ser cristiana probablemente ellos no podrían estar juntos. Y su soledad también se debía a él. Se había alejado de su familia para protegerlo, para no decirle a Gregorio o a sus padres que estaba sufriendo por alguien que compartía el ADN con el hombre que amaba, si es que aún lo hacía, su odio no la estaba dejando sentir nada más.
Cristian salió del edificio y se montó en su auto. Antes de arrancar decidió llamar a Máximo.
—Hey, ¿Cómo va todo?
—Todo bien amigo, Nancy despertó anoche y después del lavado de estómago todo ha ido bien. Pronto le darán el alta.
Cristian rio —disculpa, pareciera que estoy hablando con otra persona. Te escuchas muy bien Max.
—Yo tampoco me lo creo Cris, la misericordia de Dios es más grande de lo que yo hubiera podido imaginar. Le debo todo.
—Así es. Él es bueno y misericordioso. Vale la pena creerle.
—¿Con quién debo hablar para entregarme a Cristo?
—Amigo ya lo hiciste, en el momento que prometiste servirle si hacía el milagro. Dios se toma las cosas que uno dice muy en serio. Ahora debes confesarlo públicamente. Puedes hacerlo el domingo en el momento de la oración.
—Claro que sí, cuenta con ello.
—Bien, te pasaré a buscar.
—No es necesario. Esto debo hacerlo por mi mismo.
—Está bien. Oye Max…
—¿Si?
—¿Te molestaría si hablo con Nancy?
—Claro que no. Puedes ir a verla. Ya puede recibir visitas.
—Ok. Muchas gracias, me pasaré unos minutos.
—Está bien, yo debo ir a trabajar pero su abuela la está cuidando.
—De acuerdo, luego hablamos.
Cristian se dirigió a la clínica donde Nancy estaba internada. Algo dentro de él le decía que debía hablar con ella. A veces se preguntaba si el comportamiento de Nancy se debía en parte por su culpa. Él la había humillado muchas veces y fue a quién más hirió y uso en su deseo de venganza. Mientras se dirigía hacia allá le pidió a Dios que pusiera las palabras correctas en su boca.
Tocó la puerta y la voz de Nancy le dio acceso a la habitación. Tenía los brazos cruzados mirando por la ventana que estaba del lado contrario a la puerta. Su abuela no estaba con ella.
— Hey
La voz de Cristian hizo que ella volteara el rostro. Rodó los ojos al verlo —¿Qué haces aquí? —Su tono no era muy amable.
Hacía meses que no se veían. Casi nunca quedaba con Máximo en su casa pero cuando lo hacía ella siempre estaba fuera o se quedaba en su habitación.
—¿Cómo estás? —se sentó junto a la cama. Ella giró nuevamente el rostro hacia la ventana. No contestó. Su rostro estaba pálido, sus labios no tenían color y estaba muy delgada. Máximo siempre se había quejado de su comportamiento como esposa pero viendo su estado podría decir que él tampoco estaba cuidandola.
Cristian se inclinó apoyando los codos de sus piernas mientras se miraba las manos con detenimiento. —Fuiste la primera mujer de la que me enamoré.
Esas palabras captaron la atención de Nancy. Sus ojos buscaron el rostro de Cristian.