“«No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.»..”
Romanos 12:2
Ana Elizabeth pudo ver los ojos de Cristian ampliarse cuando vio a Camilo en su apartamento. Por un segundo pareció tambalear.
—Cristian nosotros solo…
Cristian se quedó estático —Solo… yo… solo vine a ver como estabas. No tengo mucho tiempo así que, viendo que estas bien y que tienes visitas me retiro.
Ana Elizabeth vio la espalda de Cristian alejarse, ¿Ese era el chico que Camilo decía que no había cambiado? Si así fuera, el que ella conocía como “el antiguo Cristian” hubiera arrastrado a Camilo fuera del apartamento a patadas, algo no encajaba.
Ella cerró la puerta nuevamente y regresó a su asiento de brazos cruzados. Camilo regresó a su posición anterior en la cama frente a ella. Tomó su taza de café para darle un sorbo pero estaba frío.
—¿Por qué me estás mintiendo Cam? ¿Qué te ha hecho Cristian para que hables así de él? ¿Por qué buscas difamarlo?
—¿Por qué estás tan segura de eso? De que quién está mintiendo no es él sino yo.
—Solo lo sé. Y si comienzo a analizar bien la situación no hubo manera de que el día que dormimos en el hotel él supiera que estábamos ahí a menos que uno de los dos se lo dijera y yo no fui.
Camilo rió y se pasó la mano por el cabello. —Ah… está bien, me atrapaste. La verdad es que tengo unos cuantos rencores en contra de Cristian. Pero eso no quiere decir que mienta al decir que ese tipo sigue siendo el mismo mujeriego y pedante de la secundaria
—Escucha. No sé que te hizo pero créeme que sí cambió, yo he estado con él todos estos años y he podido ver como poco a poco ha ido mejorando, incluso ahora que no estoy con él ha mejorado aún más. No sé cuando te alejaste de él, supongo que fue antes de que yo regresará, de lo contrario nos hubiéramos conocido, pero el hecho es que antes de terminar la secundaria él pasó por muchas cosas que lo llevaron a acercarse a Dios y de ahí vino su cambio. Sin Dios él… —Ana Elizabeth se detuvo al darse cuenta, ya estaba predicando.
—¿Qué Dios, qué?
—Nada… debería llamar a la pizzería al parecer olvidaron nuestro pedido —se levantó para buscar su teléfono
Camilo la miró, la sintió evasiva —No te preocupes, tu no quieres hablar de Dios y yo no quiero escuchar de él. Somos la pareja perfecta. Hiciste bien en salirte de la religión… no creo que…
—Te equivocas —le interrumpió hablando de espaldas mientras tomaba el teléfono de la encimera de la cocina—, yo no tenía una religión—, luego se dio la vuelta para quedar frente a Camilo. —Era una relación… amo a Dios.
—Lo que sea. Si te saliste fue que no te funcionó ¿No es así? —Ana Elizabeth iba a responder pero él continuó—, te diste cuenta tarde que Dios no ex…
Camilo no pudo terminar. La mirada de Ana Elizabeth era tan desafiante que tragó en seco en vez de completar la frase.
—Escucha… Sé que es difícil creer en el cambio de la gente, pero Cristian lo hizo. Si quieres comprobarlo ve a la proyección de la película acerca de su conversión
Camilo torció la boca en una mueca —¿Una película? ¿De Cristian? Ese maldito idiota con suerte.
—La película trata de algo más que de Cristian. Pero podrás ver todo lo que pasó y cómo logró cambiar, tal vez así lo creas y llegues a arrepentirte de las cosas que has dicho.
—No te prometo que iré
—Bueno, es tu decisión —Alguien tocó la puerta, Ana Elizabeth se levantó— llegó la pizza.
—Ya era hora.
Cristian entró al ascensor con el corazón acelerado, sentía que iba a estallar. En su mente se había imaginado darle una paliza a Camilo y dejarlo como muerto en la puerta de Ana Elizabeth, pero no tenía derecho, ella ya no era su novia, más que nada no quería decepcionar a Dios con su impulsividad. Apoyando las manos de la pared lateral del ascensor apretó los ojos intentando calmarse. Realizó la práctica de inhalar y exhalar pero su mente seguía invadida de violencia. ¿Y si ya eran novios? ¿Cuándo sucedió? ¿Había dejado ya de amarlo? ¿Iba a comenzar a drogarse? Innumerables preguntas así se formularon, chocando una tras otra en su cerebro.
Luego de un rato, el ejercicio de respiración comenzó a producir su efecto. Sintiéndose un poco menos encolerizado, presionó el botón que conducía al primer piso. Condujo a su casa con la música a tope intentando neutralizar todos sus pensamientos. Al llegar al frente de su casa una figura frente a la entrada le llamó la atención. Cristian apagó el motor y se acercó.
—¿Peter?
El moreno volteó y le saludó con expresión exagerada como si estuviera ocultando algo. Era demasiado evidente— Aquí está mi querido amigo Cristian ¿Cómo estás? ¿Emocionado por la entrevista?
—No estás aquí por eso, di la verdad.
—¿De qué hablas? ¿No puedo preocuparme por ti? —se señaló en el pecho con ambas manos abiertas.