Tú eres la única

XXXI

“«Después Jesús gritó: «Padre, ¡encomiendo mi espíritu en tus manos!». Y con esas palabras dio su último suspiro.»..”

Lucas: 23-46

 

 

                      La puerta se abrió después de dos timbrazos.  Daniel apareció del otro lado con una sonrisa. Se acercó y abrazó a su invitada.  —Anelis, te aseguro que me alegra verte y haber recibido tu llamada,  pero sabes como estoy de trabajo.

 —Lo sé  —contestó y entró.  —Es precisamente por eso que debemos hablar de inmediato. Necesito que hagas unos… ligeros cambios a la película

Daniel carcajeó casi frenéticamente  —Bromeas ¿No?

Ana Elizabeth negó  —No, no bromeo  —contestó seriamente.

 —Ok, ok, ok… ¿De qué rayos estás hablando?

Ambos caminaron hasta llegar a los muebles y se sentaron. El hermano de Daniel salió rápidamente de una de las habitaciones del pasillo. Se detuvo abruptamente junto a la puerta de salida —Hola Ana Elizabeth, tiempo sin verte —Ana Elizabeth sonrió —Llego tarde esta noche, cabezota— dijo dirigiéndose a su hermano pequeño. —Tengo una reunión de la maestría — abrió la puerta

—Si llegas después de las once guardaré tu cena en el refri —Daniel amenazó en un tono alto.

Su hermano hizo una mueca sacando la lengua y cerró la puerta.

Ana Elizabeth abrió su bolsa y sacó un pequeño diario.

  —Aquí tienes, este es el guión de mi parte de la película

Daniel tomó el cuaderno con curiosidad, lo abrió y notó que estaba escrito a mano con las letras de Ana Elizabeth  —Es… ¿Un diario?

  —La verdad no. Es un tratamiento psicológico con el que traté en los primeros años el mutismo selectivo del que hablé cuando iniciamos el club. Acomodándose los lentes Daniel comenzó a ojear y se profundizó en la lectura. Al terminar de leer, con los pulgares, Daniel  estrujó sus ojos para retirar las lágrimas que se le habían saltado.

 —No… no sabía que tú..  oh Dios mío…¿Tú también fuiste víctima de abuso  del padre de Cristian?

 —Así es…  

 —Eso es una locura  —se levantó y se sirvió agua de una jarra colocada en el comedor  —¿Por eso terminaste con él? Más bien… ¿Cómo fue posible que ustedes… en esas circunstancias…estuvieran juntos?

  Ana Elizabeth soltó un suspiro — Nos fue bien mientras no habláramos al respecto y en todos estos años no lo hicimos, luego terminé con él y huí porque había una verdad que no quería enfrentar… que el perdón de Dios es para todos sin excepción. El padre de Cristian conoció a Cristo y esa verdad me golpeó. Intenté vivir con el hecho de que me había engañado a mi misma al pensar que lo había perdonado pero la verdad nunca lo hice. Si te cuento un secreto… en mi terapia psicologica yo debía escribir una caligrafía  donde tenía que repetir la frase “te perdono” como un acto de sanidad interior, y lo hice  —Ana Elizabeth sonrió —, en cuanto la doctora me regresó el diario arranqué la hoja y le añadí NO al principio de todas esas  frases repetidas  —se encogió de hombros —, aún era niña cuando lo hice.

—Es lógico. Algo como eso no se forza. 

  —¿Sabes? Aún no siento que lo perdoné, aún creo que guardo en mi corazón odio y resentimiento por lo que hizo a mí y a otras niñas, pero quiero hacer una declaración de fe. 

   —¿Por eso quieres añadir estas escenas?  —Daniel regresó al sillón. 

Ana Elizabeth asintió.  —Quiero expresarle a Dios que sí estoy dispuesta a perdonarlo aunque no lo sienta, y quiero que aquellas niñas que también sufrieron como yo sepan que el primer paso para la sanidad interior es dejar de aferrarnos al “castigo mental” que queremos imponer en quien nos hace daño y seguir hacia adelante sin aferrarnos al pasado.

Daniel soltó un largo suspiro y se inclinó hacia adelante entrelazando los dedos  —Anelís… Me estás metiendo en un lío… sin embargo, no te diría que no a ti.

—Gracias Daniel

—Entonces…  —Daniel se puso de pie  —Vamos al estudio.

Ana Elizabeth alzó una ceja  —¿Ahora?

Daniel colocó sus brazos en forma de jarra  —Pues claro, no tenemos tiempo que perder ¡Corre!

Ana Elizabeth se levantó de prisa—¡De acuerdo! ¡ya voy!

 

Ana Elizabeth llegó al cine universitario junto a su familia. Habían pasado varios días de ese intenso trabajo de grabación y actuación para añadir las escenas extras. Su familia iba a quedar impactada y probablemente saldrían muchas secuelas de esta confesión, pero no daría marcha atrás, era momento de enfrentarse cara a cara a sus miedos. Dejó que Gregorio y su padre entraran primero y le pidió a su madre que la acompañara al baño de mujeres.

—¿Crees que debo retocarme el labial?  —dijo su madre mirándose al espejo mientras se acomodaba su cabello corto ondulado.

—Mamá. Antes que Greg y Papá lo sepan, quería decírtelo.

  —¿Qué cosa cariño?

El silencio de Ana Elizabeth provocó que la señora De la Cruz detuviera sus movimientos y girara hacia su hija.

—¿Estás segura?




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