Al llegar al apartamento, Julio toma a Ana en sus brazos y la besa profundamente, la recuesta a la pared sosteniéndola un momento en el aire, pero se da cuenta que es una posición incómoda, se separa de su boca y le dice:
- enreda las piernas en mis caderas – murmura en su oído, ella le obedece y se acomodan perfectamente en la pared, siguen besándose, hasta que se escuchan gemidos, en eso se separan para tomar aire, Julio la toma firmemente y camina hacia la habitación, la recuesta en la cama y él se queda encima de ella, levanta la cabeza de su boca y la mira a los ojos – ¿estás segura? – le pregunta. Ella asiente y le sonríe, él también lo hace.
Sin saber cómo, se encontraron en la entrada del dormitorio de Julio, se sentía transportada como en una nube, todo su cuerpo se estremecía de excitación y anticipación ante lo que le esperaba. Su primera vez. Al fin. Su primera vez, y con el hombre perfecto. Julio le acarició el brazo. ¿Cómo podía un gesto tan sencillo resultar tan sensual? ¿Cómo podía el roce de sus labios hacerle estremecerse, hacerle gemir?
Él se agachó sobre ella y sus labios se fundieron en un tórrido beso.
De repente le tocó un pecho y, a pesar del vestido y el sujetador, la caricia resultó ardiente. Ana hundió las manos en sus cabellos y lo atrajo más hacia sí.
Él deslizó los labios por la garganta hasta el pecho y le besó la piel desnuda por encima del escote del vestido, provocando chispas de deseo, haciéndole gemir.
Deseaba estar desnuda con él, hacer el amor con él. Hacer todo lo que una mujer podía hacer con un hombre; compartir la intimidad con él hasta el último extremo. Apoyó una mano en el torso, deleitándose en la firmeza y el calor. Quería arrancarle la camisa, y su propio vestido. Todo, hasta el último trocito de tela que los separaba.
Julio la bajó delicadamente al suelo, junto a la cama y luego volvió a besarla con besos interminables y húmedos. Besos que no hicieron más que aumentar la certeza de que aquélla era la noche. Y que él era el hombre.
Ana sentía su dureza, la demostración de cuánto él, la deseaba. Y eso la excitaba. Ajena a todo salvo a la magia entre ellos, alzó las caderas y se frotó indecorosamente contra el masculino cuerpo. Resultaba de lo más natural. Parecía lo correcto. La fuerte y rugosa mano encontró la cremallera del vestido y empezó a bajarla, dejándola solo con el sujetador y las braguitas. Julio la hizo recostarse en la cama, mientras se quitaba la camisa y los pantalones, pensando que, al fin, Ana iba a ser suya.
Julio siguió con su seducción, avanzando hasta que llegó a la firme curva de su trasero. Incapaz de contenerse, empezó a palparle los glúteos con posesividad antes de seguir acariciándola aún más abajo.
Ana aspiró al sentirlo y le enredó con más fuerza los dedos entre los cabellos, mordisqueándole el labio inferior suavemente. Pero cuando Julio temía que lo apartara, Ana enganchó las piernas alrededor de la cintura de Julio y las apretó con fuerza, Julio gimió al notar su abandono y empezó a besarle el cuello. Seguidamente se colocó sobre ella, él empezó a besarla con pasión y Ana saboreó el ardor y la promesa en aquel beso. Su cuerpo se fundió con el de él, como si fueran dos piezas que se hubieran juntado después de estar separadas durante mucho tiempo. Con destreza le desabrochó el sujetador hasta que le descubrió sus pechos y empezó a acariciarle uno de ellos con deleite. Era tan suave, tan tentador, que no pudo resistirse y agachó la cabeza para saborearlo.
Ana gimió cuando le pasó la punta de la lengua por el pezón, arqueó la espalda, pegándose a él al tiempo que se agarraba a Julio con más fuerza. Reaccionaba a sus caricias como si jamás hubiera sentido el roce de las manos de un hombre en su cuerpo. Julio no quiso pensar en eso y se afanó en saborearla con mayor empeño, succionando el pequeño capullo rosado. Le lamió el pecho una y otra vez, cada vez con más empeño. Y Ana estaba inmóvil debajo de él, como si temiera que un movimiento suyo pudiera poner fin a sus atenciones.
Por eso Julio se tomó su tiempo para disfrutar de ella, mordisqueándole la curva inferior de su amplio seno, dibujándole lánguidos círculos con la lengua, cubriéndole al mismo tiempo el otro seno con la mano y jugueteando con el pezón. Pero finalmente Ana se impacientó y empezó a moverse, como exigiendo que prestara la misma atención a otras partes de su cuerpo. Julio le metió la mano por la cinturilla de las braguitas, sin dejar de lamerle los pechos.
Le acarició el vientre y luego avanzó bajo las braguitas hasta llegar al monte de Venus. De nuevo Ana se quedó quieta y empezó a gemir mientras él le acariciaba los húmedos pliegues de su sexo y la penetraba con uno de sus largos dedos. ¡Oh, lo tenía tan apretado!, tan caliente y tan húmedo... Sacó el dedo y empezó a describir círculos sobre su clítoris con lentitud, luego volvió a metérselo todo lo más que pudo. Sintió que Ana se estremecía alrededor de su dedo y supo que estaba a punto de alcanzar la cima. Antes de que le diera tiempo a decir nada, Ana experimentó una sacudida y empezó a gemir de placer y Julio notó las oleadas de calor que le corrían por la mano. Rápidamente Julio subió la cabeza para besarla y capturar los gemidos, uno detrás de otro, gimiendo él a su vez.
Luego Julio se sentó en el borde del colchón y la colocó en su regazo, agarrándola de la cintura. Ana le agarró la cara entre ambas manos y ladeó la cabeza para besarlo más a gusto. Sorprendentemente, Julio le dejó llevar el mando y Ana se zambulló en su boca. Mientras lo hacía se movió hacia delante hasta que estuvo totalmente a horcajadas encima de él y empezó a besarlo más apasionadamente. Julio no hacía más que acariciarle los costados, la espalda, las caderas, sin saber qué dirección tomar. Finalmente, con una mano empezó a acariciarle un pecho y con la otra el trasero. Ana gimió al sentir las íntimas caricias que parecían quemarle la piel, a través de la tela de las braguitas le manoseó los pechos hasta que se pusieron duros; la otra mano se perdió más abajo de la cinturilla, por la parte delantera, hasta que empezó a acariciarle suavemente la entrepierna dentro de las braguitas. Entonces empezó a mover las manos al unísono, apretándole los senos turgentes con suavidad.