Tú eres mi inspiración

Capítulo 11

Katherine se despertó de golpe, estaba cubierta por una manta y tenía una almohada, no recordaba haberse dormido, pero al mirar por la ventana notó que estaba empezando a clarear. Por lo visto, Blake había decidido dejarla dormir, y lo agradecía. Dobló la manta, la dejó junto a otra que había contra la pared y bajó.

-Hola – la saludó él desde la cocina donde se olía el aroma de café.

-¿Me dejaste dormir?

-Parecías necesitarlo. Han sido días difíciles

-Sí, gracias- respondió y era verdad, se sentía reparada, había dormido profundamente.

-Si quieres quedarte un rato más, puedes ver el amanecer.

-Suena bien ¿Dormiste algo?

-Sí dormí unas horas.

-¿Puedo pasar al baño?

-Es por allí, hay toallas limpias en el mueble y debería haber un cepillo de dientes nuevo también.

- Ya regreso – dijo ella y fue a lavarse la cara y cepillarse los dientes. Volvió rápido y Blake le dio su taza de café y le señaló unos sillones junto a la ventana.

-Ese es el mejor lugar para ver el amanecer- comentó y ella se arrellanó en el sofá, era un diseño moderno que parecía envolverla en un nido, le encantó.

-Es precioso- dijo mientras veía el cielo cambiar en un multiplicidad de tonalidades hasta que el sol asomó –Es raro, he escrito sobre esto muchas veces pero no recuerdo haber disfrutado un amanecer junto a alguien, dijo esto de contemplarlo – aclaró.

-Es bello – comentó él observando por la ventana.

- Estrellas y amaneceres, esto de construir casas se te da bien, ¿has pensado en vivir de eso? – preguntó juguetona y él sonrió.

-Voy a pensarlo, aunque confieso que me esforcé extra con este lugar.

-Empiezo a pensar que mi departamento no es un buen lugar para mí, necesito un jardín, ver las estrellas, así que si logro terminar mi próxima novela y gano suficiente recurriré a sus servicios señor Callaghan.

-Será un placer – respondió él y luego que terminaron de observar el amanecer, Blake la llevó de regreso.

Los dos días siguientes los pasó escribiendo casi sin parar, la historia comenzaba a cobrar forma, las palabras fluían y ella amaba esa sensación. No quería emocionarse demasiado, porque a veces la historia se truncaba y quedaba en la nada, pero esperaba que no fuera el caso.

También visitó a Margarita y hasta logró arrancarle unas sonrisas con sus tonterías. La recuperación sería lenta, pero quería tener esperanza de que iría bien, de que su amiga podría superar aquello que la tenía tan deprimida. Por su parte, iba a retomar las citas, necesitaba nuevo material y distraerse.

Al elegir la ropa para su encuentro, se decidió por un estilo sexy, un vestido rojo y unos tacones, había pasado por días oscuros y necesitaba sentirse viva y libre.

Media hora después de charlar con el hombre, se arrepentía horriblemente de haberse esmerado tanto. Al principio no parecía mala opción, era educado, trabajaba como supervisor de ventas en una distribuidora de productos de limpieza, hasta ahí iba bien, pero en algún momento de la conversación tuvo el desacierto de jactarse de sí mismo diciendo que no era un hombre que perdiera el tiempo mirando las estrellas y esas cosas, era alguien práctico , "con los pies en la tierra". Katherine sintió como si acabaran de echarle un balde de agua fría y la acuciante necesidad de huir por si tanto pragmatismo inútil era contagioso.

Recordó lo angustiada que se había sentido por no ver las estrellas en la ciudad y lo maravilloso que había sido verlas desde la casa de Blake, ver el cielo nocturno le había recordado lo pequeña que era frente al universo, lo insignificante que eran todos los problemas y preocupaciones humanas, y al mismo tiempo, paradójicamente, le había recordado que ella misma era parte de esa inmensidad, que también ella estaba hecha del mismo material que las estrellas. Y eso había sido sanador. Le espantaba terriblemente un hombre que no pidiera ver cuán precioso era el cielo nocturno, o un amanecer. Hasta su alma de escritora se rebelaba, era sumamente observadora y le gustaba apreciar todo, desde las fases de la luna hasta los zapatos de alguien que hacía cola en un banco, no podía pensar la vida sin alguna de esas facetas, y que alguien decidiera suprimir de su vida la belleza porque o era práctico, le parecía atroz. Se escabulló tan pronto como pudo, dando una buena excusa y siendo educada, pues aunque no era un hombre que le atrajera, no se merecía que fuera grosera, si él podía vivir sin estrellas y llevar una vida gris, era su decisión. Luego, así ataviada para una cita perfecta se fue a tomar un helado, sola. Porque definitivamente era mejor sola que mal acompañada.

 




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