Capítulo 17
Mina
Habían pasado un día desde lo que ocurrió en la oficina con Kevin. Un día en el que no había salido de mi cuarto. Cada vez que cerraba los ojos, las manos de Kevin volvían a mí. Su aliento asqueroso respirándome en la cara, su fuerza sujetándome como si fuera un objeto. El miedo no me dejaba respirar al recordar eso.
A Alice le dije que tenía gripe, por eso no quería salir, para no contagiar a mamá, pero yo sabía que no me había creído, sé que no pasó nada y que puedo estar exagerando, pero no quiero salir y ni ver a nadie.
Gregory venia y veía como estaba, pero no pasaba de la puerta a menos que fuera pada traer la bandeja de comida. No sé cómo sabía que necesitaba ese espacio, pero no se acercaba más allá de lo necesario.
Sin embargo, hoy parecía ser diferente.
—Mina. —Escuché su voz desde la puerta. Ni siquiera tocó, solo entró. Gregory tenía esa forma de moverse, como si el mundo le perteneciera, y eso incluía mi cuarto. Aunque literalmente era de él.
—¿Qué pasa? —pregunté, incorporándome de la cama donde estaba acostada, tratando de no sonar tan débil como me sentía.
Él me miró, sus ojos brillando con esa intensidad que siempre me descolocaba.
—Levántate. Nos vamos. —No era una petición, era una orden.
Fruncí el ceño, apretando las sábanas sobre mis piernas.
—No quiero salir. Estoy bien aquí. —
Él cruzó los brazos sobre el pecho, inclinándose ligeramente hacia mí. Su presencia llenaba el cuarto.
—Mina, no puedes quedarte encerrada para siempre. No después de lo que pasó. —
Sentí que la garganta se me cerraba. La sola mención de lo ocurrido hizo que mi corazón empezara a latir con fuerza. Aparté la mirada, tratando de ocultar el temblor en mis manos.
—No es por eso… No quiero salir, no me siento bien. —
Gregory suspiró, y por un momento vi algo en su rostro que no era habitual… paciencia. Caminó hacia la ventana y miró hacia afuera antes de volver a hablar.
—No necesitas hablar de eso. Pero tienes que aprender a defenderte. —
Lo miré confundida.
—¿Defenderme? ¿De qué estás hablando? —
Él se giró hacia mí, su rostro serio.
—De que no voy a permitir que nadie vuelva a tocarte. Pero tampoco voy a estar siempre a tu lado. Quiero que sepas cómo protegerte para que ningún hijo de puta te ponga las manos encima de nuevo, Mina. —
—Gregory… —
—Te voy a enseñar a disparar y después te daré una pistola. —dijo interrumpiéndome con una firmeza que no dejaba espacio para protestas.
Abrí la boca para discutir, pero me quedé callada. Parte de mí sabía que tenía razón. No quería sentirme así de vulnerable nunca más.
—Está bien. —dije finalmente, aunque mi voz sonaba más débil de lo que quería.
—Báñate y ponte algo cómodo te espero afuera. —
………………………
El camino al campo de tiro fue silencioso y corto. Gregory manejaba con la misma seguridad de siempre, pero podía sentir su mirada de vez en cuando.
Cuando llegamos, el lugar estaba vacío, era un espacio amplio, con cajas de madera y una fila de blancos a varios metros de distancia.
—Es tuyo. —dijo, sacando una pistola de su cinturón y poniéndola en mis manos.
La miré como si fuera un objeto extraño. Era más pesada de lo que esperaba, fría al tacto.
—No puedo hacer esto, Gregory… nunca lo he hecho y aunque aprenda no creo que algún día pueda disparar a alguien. —
Él dio un paso hacia mí, colocando sus manos sobre las mías. Su contacto era firme, pero no agresivo. Y sobre todo no me producía ninguna sensación mala.
—Sí puedes. Y lo vas a hacer, eres una gatita salvaje que puede con todo. —
Me mostró cómo sostenerla, cómo apuntar. Su voz era baja, pero constante, guiándome. A pesar del peso en mis manos, a pesar del miedo, sus palabras me daban algo que no había sentido, control.
—Dispara. —ordenó, su voz cerca de mi oreja después dio un paso atrás.
Respiré hondo, cerré un ojo y jalé el gatillo. El retroceso me sacudió, y el disparo se perdió lejos del blanco.
—¿Ves? Te dije que no puedo… —empecé a decir, pero Gregory negó con la cabeza.
—Otra vez. Nadie lo hace a la primera, inicialmente lo importante no es la puntería, si no que sepas como usar una arma. —
Volvi a intentarlo, y con cada disparo, algo en mí empezó a cambiar. El miedo seguía ahí, pero se mezclaba con una determinación que no sabía que tenía. Después de varios intentos, logré dar en el blanco.
—Bien hecho. —dijo Gregory, con una leve sonrisa.
—Gracias. —murmuré, mirándolo. No por la pistola, sino por todo. Por no dejarme caer.
……………………
Más tarde, cuando ya había dominado como desbloquear y cargar una pistola y mi puntería había mejorado un poco, cansados o al menos yo, nos sentamos en una de las cajas. Gregory encendió un cigarro, su rostro parecía más relajado.