Capítulo 26
Mina
El dolor fue lo primero que sentí.
Mi cabeza latía con fuerza, como si estuviera envuelta en un torbellino de agonía. Mi cuerpo entero se sentía pesado, cada músculo dolía. Intenté abrir los ojos, pero la luz me lastimo haciendo que mis párpados se cerraran con fuerza.
Mi respiración era entrecortada, irregular, como si mi pecho estuviera siendo aplastado por un gran peso.
Forcé mis ojos a abrirse, parpadeando varias veces hasta que mi visión dejó de ser borrosa. Lo primero que vi fue la silueta de un hombre.
Mi corazón se detuvo un segundo.
No.
No podía ser.
—¿Padre?, ¿Qué hago aquí? —pregunté con la voz áspera, la sentía seca, tanto que dolia
Alexander Baker me miró con una expresión de absoluto desdén. Su traje estaba impecable, como siempre, su cabello perfectamente peinado, pero sus ojos… estaban llenos de una ira tan profunda que me hizo estremecer.
—¿De verdad sigues llamándome padre después de todo lo que hiciste, Mina? —Su voz era baja, pero cargada de veneno.
Antes de que pudiera procesarlo, su mano se alzó y me golpeó con fuerza en la mejilla.
Un chasquido resonó en la habitación.
Mi cabeza giró con el impacto y un ardor abrasador se extendió por mi piel. Sentí un hilo de sangre brotar de la comisura de mis labios, pero no me permití llorar.
No. No le daría el placer de verme débil.
—Eres una decepción. —escupió Alexander, mirándome con asco.
Me enderecé lentamente en la silla a la que estaba atada, ignorando el dolor que recorría mi mandíbula.
—¿Yo soy la decepción? —Mi voz salió llena de furia contenida — La única decepción aquí eres tú, Alexander. —
Sus ojos se entrecerraron.
—¿De qué estás hablando, mocosa insolente? —
Le sostuve la mirada con rabia.
—¡Sabes perfectamente de qué hablo! Querías matarme. A mí. A mi madre. Solo por la maldita herencia. —
Alexander soltó una carcajada fría, llena de burla.
—¿Herencia? —repitió, sacudiendo la cabeza — Eres más estúpida de lo que pensé. —
—Eres un monstruo —le escupí con asco.
Entonces su rostro cambió. Una sonrisa cruel y calculadora se dibujó en sus labios.
—¿Un monstruo? —susurró con burla — No, Mina. Lo que soy… es un hombre que siempre ha sabido lo que quiere y sabe cómo conseguirlo. —
Tomó una silla y la arrastró con calma hasta sentarse frente a mí.
—Déjame contarte una historia. —dijo, inclinándose hacia adelante — Tal vez así entiendas por qué deberías estar agradecida de que sigas viva después de todo lo que has hecho niña tonta. —
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Desde que era joven, siempre fui ambicioso. —Su tono era casi nostálgico, como si estuviera recordando con cariño su propia crueldad — Nunca me importaron los demás, solo mis propios intereses. Mis padres no tenían mucho, pero yo siempre supe que estaba destinado a mas, y era inteligente, así que pude estudiar gracias a becas y esas cosas, ¿Todo bonito verdad?... pues yo quería mas sin importarme por sobre quien tuviera que pasar. —
Lo miré con asco, pero no interrumpí.
—Después de muchos esfuerzos, logre entran a uno de los mejor despacho, con los mejores abogados, claro, en un puesto muy inferior al que quería, pero me serbia por el momento. —
—¿A dónde quieres llegar? —
—Que impaciente… Cuando tus abuelos, los padres de Beatrice, murieron, vi una oportunidad. Me hice pasar por un empleado leal, dedicado, alguien en quien ella pudiera confiar. —Se inclinó un poco más, sus ojos brillaban con un fanatismo enfermizo — Esperé el momento exacto. Y cuando estaba sumida en su dolor, le puse unos papeles frente a ella, era joven y no sabía mucho de lo que le decía, así que firmo sin pensarlo. —
—Papeles… ¿Qué tipo de papeles? — le dije mientras mi garganta se cerró, por la angustia, de pensar en lo que paso mi mamá.
—Papeles donde me daba todo. —respondió con una sonrisa triunfal —Por supuesto, ella no los leyó bien. La engañé. —
—No puede ser… —susurré, sintiendo que el suelo desaparecía bajo mis pies.
—Pero su padre tenia todo controlado, no pude anular el testamento, así que la hice firmar otros papeles, donde me hacia el administrador de todo, pero eso me dejaba mas vulnerable, así que la hice firma unos papeles mas. —Alexander sonrió ampliamente —Un acta de matrimonio. Me case con Beatrice, sin que ella lo supiera.—
Mis labios se separaron, pero no salió ninguna palabra.
—Cuando se dio cuenta de la verdad, quiso demandarme —continuó con tranquilidad. —Pobre ilusa. Le dije que lo hiciera, que intentara exponerme. Pero también le advertí… —
Se detuvo por un momento, y sus ojos se oscurecieron.