Capítulo 37
Alice
Cuando llegamos a Athens, supe que ya no había marcha atrás. El camino del aeropuerto a la casa de mis padres fue realmente corto, duró solo veinte minutos y eso que había tráfico, y Antón se estaba guiando por el GPS, concentrado en la pantalla como si fuera la misión más importante de su vida.
—Aquí es —dije señalando la casa con la cerca blanca y pintada de un rosa chillón. La última vez que vine era de un verde menta radiactivo. —A mi madre le gustan los colores muy vibrantes —añadí, sonriendo al recordar el cambio constante de colores.
—Si no me lo dices, lo hubiera deducido a simple vista —respondió Antón con su tono seco, aunque un pequeño brillo en sus ojos indicaba que le parecía gracioso.
—Cada cierto tiempo cambia de color, y mi papá no le dice nada. Supongo que la ama mucho y no quiere que se sienta mal por no poder decorar su propia casa a su gusto—dije.
—Me imagino —contestó Antón, su voz neutra.
Al pasar la cerca nos dirigimos a la puerta principal y toqué el timbre. No tardamos mucho en escuchar que alguien se acercaba. La puerta se abrió de golpe y mostro a mi madre.
—¡Mi niña! —gritó mi madre, lanzándose hacia mí para darme un abrazo.
—Hola, mamá —dije, sintiéndome un poco sofocada por su entusiasmo, pero feliz.
Mi papá, por el grito de mi mama también se acercó y me abrazó con fuerza.
—Alice, bienvenida a casa, ¿por qué no nos avisaste que venias? —dijo con su voz cálida y reconfortante.
—Quería darles una sorpresa. —
—Y sí que lo hiciste corazón. — dice mi mama con una gran sonrisa
Luego, su intención se volvió hacia Antón, que estaba parado detrás de mí, tratando de ocultar su incomodidad.
—¿Y él es? —dijo mi padre.
—Es Antón…—
—Su novio. — termino de decir, mientras alzaba su mano para saludarlos. —Es un gusto conocerlos señor y señora Nichols.
—Oh dios mío, mi niña donde conseguiste a este guapo hombre… ya veo que era verdad que estabas esperando el momento indicado para tener novio.— me dice mi mamá con una sonrisa
—Llámame Mathias, hijo —dijo mi padre con una sonrisa—. Y ella es mi Elenna.
—Bienvenido a la familia, Antón —dijo mi madre, dándole un abrazo que lo tomó por sorpresa.
—Gracias —dijo Antón, apenas logrando disimular su desconcierto.
Entramos a la casa y el aroma de galletas recién horneadas llenó el aire.
—Estaba horneando galletas —anunció mi madre—. ¿Les gustaría probar algunas?
—Claro, mamá, suena delicioso —respondí mientras nos dirigíamos al comedor y mi madre a la cocina, no tardó mucho en llegar con una bandeja de galletas recién horneadas.
Mi mamá nos sirvió un plato lleno de galletas. Antón tomó una la probó.
—Están muy buenas —dijo genuinamente.
—Me alegra que te gusten —dijo mi madre con una sonrisa—.
—¿A qué te dedicas, Antón? — pregunto mi padre mientras se comía una galleta.
—Tengo una empresa de bienes raíces —respondió él, su tono firme pero relajado—. Nos especializamos en propiedades comerciales.
—Eso suena interesante —dijo mi padre—. ¿Te gusta tu trabajo?
—Sí, es... desafiante —dijo Antón, buscando las palabras adecuadas. Y valla que era desafiante y peligro.
Mi madre se levantó y se dirigió hacia la cocina.
—Bueno, creo que es hora de empezar a preparar la cena. ¿Nos ayudan?
Antón me miró como si buscara una señal de qué hacer. Le sonreí y asentí.
—Yo te lo advertí. — le digo mientras me pongo en marcha a ir detrás<s de mi madre y él hace lo mismo.
Nos dirigimos a la cocina y empezamos a sacar ingredientes y utensilios. Mis padres se movían con soltura, bromeando y riéndose, mientras yo intentaba seguir su ritmo. Antón, sin embargo, parecía fuera de lugar. Se mantenía en un rincón, observando más que participando.
—Antón, ¿puedes ayudarme a cortar estas verduras? —le pregunto mi mamá, tratando de incluirlo.
—Claro —dijo, acercándose a la tabla de cortar. Nunca me imaginé verlo así, pero me gusta.
A medida que avanzábamos, Antón se veía cada vez más incómodo. Mis padres trataban de hacerle preguntas y mantenerlo involucrado, pero él se limitaba solamente a responder y daba sonrisas tensas.
Finalmente, cuando la cena estuvo lista, nos sentamos a la mesa. Mis padres seguían bromeando y riendo, y aunque Antón intentaba integrarse, era evidente que no estaba acostumbrado a este tipo de ambiente familiar tan cálido y desinhibido.
Al mirarlo, sentí una mezcla de amor y tristeza. Sabía que Antón estaba fuera de su elemento, pero también sabía que estaba haciendo un esfuerzo por mí. Y eso, para mí, era suficiente.