Tú Loba y yo Vampiro

Capítulo#42 La Amazona.

 

Después de un largo y agotador viaje por tierra llegamos a la Amazona, al menos por donde comienza desde el país donde estamos, Marlon tenía sus propios camiones de viaje, así era más cómodo para avanzar al máximo y cargar con todo lo que necesitamos según él, ya nos había advertido que nada de lo que habíamos vivido hasta ahora nos preparaba del todo para esta ardua misión, ni siquiera el duro e intenso entrenamiento al cual nos sometió. La Amazona es un lugar inhóspito para los humanos, estaríamos meses vagando en el interior de lo desconocido, así que era asunto de vida o muerte mantenerse unidos y seguir sus órdenes sin rechistar. Yo en lo particular estaba de acuerdo, no conocía de la selva mucho más de lo que él mismo me había enseñado y lo que había escuchado, memorizado e interpretado de los documentales que me dediqué a ver después de unirme a ellos y lo teórico no hace la práctica, de eso estaba completamente seguro, mis años de estudios me lo habían demostrado, mi experiencia en esta área es nula.

La primera noche acampamos dentro de los mismos camiones, como eran cerrados nos permitió dormir resguardados de cualquier animal y del sereno de la noche, pero estaba consciente que a partir del día siguiente y a medida que empezáramos a adentrarse en la Amazonía todo se iba a tornar cada vez más difícil. Al día siguiente todos nos preparamos bien temprano, entramos equipados con armas, municiones, la radio, la mochila y la tienda de campaña individual. Marlon nos dio a todos unas cajas de municiones que debíamos guardar muy bien, nos advirtió que eran para usarla solamente cuando él dijera, que debíamos tener especial cuidado con ellas y cuidarlas tan bien como si fuera nuestra propia vida, me pareció muy extraño, en ocasiones parecía un poco loco pero para ser sincero no me importaba mucho su estado mental, yo mismo estaba dudando del mio por estar entre estos individuos tan ajenos a mi naturaleza. Mientras tanto usaríamos las municiones que ya teníamos colocadas en el cargador y los peines colocados alrededor de nuestros cuerpos. Realmente íbamos armados hasta los dientes y no creo estar exagerando mucho; miré curioso e intrigado las balas que me entregó, podría jurar por su brillo y color que eran de plata pura, ¿para que utilizar un material tan valioso en proyectiles? me hice esa pregunta y no encontré una respuesta lógica o razonable; pero no le pregunté al Jefe, ¿para qué? además nadie lo hizo y sinceramente si el quería gastar tanto en balas de plata, eso era asunto suyo, no mío, yo solo era uno más de sus hombres.

Comenzamos a adentrarnos más y más en la selva, a medida que íbamos profundizándonos la vegetación se volvía cada vez más densa, cada animal o ave que veía me emocionaba, habían muchas variedades de formas, tamaños y colores. Ver tanta biodiversidad era espléndido, sencillamente maravilloso, lo que no me gustaban eran los reptiles, había que cuidarnos de la mordedura de serpientes, de la picadura de arañas o de cualquiera de esos bichos, Marlon nos advirtió de mirar muy bien donde pisábamos y de alejarnos de las cosas de colores brillantes y llamativos porque comúnmente eran los más venenosos. De pronto sonó un disparo repentino y me sobresalté, estaba muy concentrado y absorto en mi observación. Cuando miré al sitio de donde provino el estruendo vi a Marlon que bajaba el arma y se dirigía hacia el animal que había matado. Era una especie de venado, no la que comúnmente vemos en televisión pero sería un pariente cercano me imagino, lo recogió, luego nos miró a todos y nos dijo.

―Esta será nuestra comida, más lo que logremos cazar por el camino, ustedes hagan lo mismo si tienen la oportunidad, así ahorraremos nuestras provisiones. Sólo les advierto una vez más que no se alejen, permanezcan siempre a la vista de alguien.

―Vi hace un momento unas matas de plátanos, podríamos ir a buscar los racimos, algunos parecían maduros―dije.

―Sí claro, esa es la idea, vayan ustedes 5—señaló con su mano a los que se refería incluyéndome a mí—nosotros los esperamos aquí, dejen sus cosas, solo coman frutas conocidas y eso incluye del color en que las conocen, cualquier fruta desconocida o parecida podría ser venenosa.—concluyó Marlon dirigiéndose a todos en general.

Nos fuimos a buscar las frutas que había visto y habían dos racimo maduros, los cortamos, revisamos que no tuvieran ningún bicho y dos de mis compañeros se lo montaron al hombro, enseguida estábamos con los demás y el jefe nos miró complacido.

―Eso será la merienda―informó Marlon.

Nos acomodamos como pudimos dadas las circunstancias y comimos,  luego continuamos andando.Ya cayendo la noche Marlon vio un lugar ideal para acampar y nos mandó a hacer las carpas, nos alertó que revisáramos bien los alrededores, que no hubiese hoyos de de araña, serpientes o cualquier insecto, animal, reptil o roedor, era cosa de vida o muerte, mejor prevenir antes que lamentar.

...

Al día siguiente continuamos avanzando, un compañero casó un conejo, otro un rabipelado y yo una especie de ratón gigante, así lo veía yo, no se como se llama pero el Jefe dijo que se comía. Hicimos una fogata y destapamos un enlatado cada uno, para aguantar hasta que estuviera asado lo que habíamos cazado. Más o menos esa fue nuestra rutina cada día, cada vez nos adentrábamos más en esa selva, se volvía más peligrosa, era como una bomba de tiempo que amenazaba con explotar en cualquier momento y terminar con nuestras vidas, era cuestión de suerte sobrevivir a este dificultoso y complicado sitio, donde todo resultaba una amenaza. En el día se sentía un calor húmedo, la ropa se me pegaba al cuepo y las noches eran muy frías. Los días se hacían cada vez más oscuros por la intensa vegetación, los árboles gigantes y frondosos apenas dejaban entrar algunos tristes rayos de sol.

Caminábamos entre la espesa vegetación casi en fila, uno detrás del otro siguiendo los pasos del líder que encabezaba la caravana cuando de una rama saltó una rana que parecía ser de oro, de un brillante color dorado, muy pequeña, medía como la mitad de mi dedo índice, con el rabillo del ojo pude detectar el movimiento y me agaché, aunque mi compañero de atrás no corrió con la misma suerte, la curiosa ranita amarilla se le estampó en la cara. El camarada se la sacudió y seguimos caminando como si nada, olvidando el pequeño incidente pero poco tiempo después, no creo que haya sido mucho, el hombre se aguantó de mí y apenas musitó:




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