Tú Loba y yo Vampiro

Capítulo#46 Un príncipe... una plebeya.

 

Adrián se dio cuenta que lo único que lo había motivado en toda su vida era el encuentro con la hermosa joven mortal, no le gustaba para nada la idea de que ella se entregara a alguien más, a menos que ella deseara realmente dedicarse a esa vida, no lo pensó dos veces y salió a su máxima velocidad hacia la pirámide, cuando se abrió la puerta enorme de entrada, con ese mecanismo tan peculiar, entró y se encontró con un grupo de hombres, pero sólo reparó en el jefe y le dijo con su voz profunda, dominante y varonil:

―Quiero ver a la misma joven que elegí en la mañana.

―Como usted ordene mi joven príncipe.―consintió el hombre preocupado.

Era un señor alto, robusto, musculoso, con cabello negro de corte formal y ojos del mismo color, con piel trigueña, casi blanca por la falta de sol de ese lugar, de carácter fuerte, pero sabía perfectamente que la fuerza humana no significaba nada para los vampiros, aunque estaba consiente de que estos no le hacían daño a ninguno de las personas que convivían con ellos, pero si podían sacar al que ellos quisieran de su ciudad y borrarle sus memorias y a él le gustaba demasiado ese lugar, no conocía el mundo humano, nació en esa ciudad y era feliz, no deseaba irse, así que respetaba al príncipe a la familia real en general y a todos los vampiros. Le hizo señas a unos de sus hombres presentes y estos se retiraron haciéndole una reverencia a Adrián.

―Si gusta puede sentarse mi príncipe.

Le señaló amablemente uno cómodo sofá de piel color marfil, con cojines preciosos combinados entre negros dorado y marrón. Adrián se sentó y enseguida llegó un hombre maduro, elegante, con un aperitivo muy bien elaborado en una mano y en la otra una bolsa de sangre, pudo oler que era fresca, la agarró primero y la bebió con placer, luego cogió uno de esos dulces sostenidos por un palillo y se deleitó con su sabor, le gustó el trato de aquel lugar.Tenía que admitir que era agradable, un lugar de placeres... y sin nadie que obligara a nadie a hacer lo que no quería hacer, era perfecto, «¿estaría haciendo lo correcto al querer sacar a esa joven de ese lugar?» Se preguntó un tanto arrepentido por su impulso,después de todo ese muchacha estaba allí por su propia voluntad, porque le atraían los placeres carnales. Luego pensó para convencerse que le estaba dando otra oportunidad de elegir, de recapacitar y pensar que era mejor para su vida, después de todo sólo tenía 18 o 19 años cuando más, era casi una niña.

―¿Desea algo más señor?―la voz ronca del hombre lo sacó de sus pensamientos.

―No, es suficiente, todo estaba excelente, gracias.

―Fue un placer príncipe―dijo satisfecho, complacido de complacer...

Luego que el señor se retiró, poco después llegaron con la joven, cuando ella posó sus cautivantes ojos azules en él, brillantes de emoción, Adrián supo que había echo bien en ir a por ella, pero de todos modos exploraría más a fundo en su mente, le haría preguntas al jefe y leería la respuesta en la mente de ella, así sabría si estaba de acuerdo o no con lo que él quería hacer.

―Quiero que ella se venga a vivir conmigo, claro sólo si está de acuerdo

―¡síiiiiiiiiiiiii claro que quiero! le gritó la mente de ella, ya no tenía ninguna duda que había echo lo correcto al ir a buscarla.

―Por su puesto príncipe, si ella quiere irse con usted se puede ir cuando desee, como ya se le explicó antes aquí no se obliga a nadie absolutamente a nada, eso incluye que cuando quiera irse también lo puede hacer, este es un trabajo como cualquiera, se les paga muy bien y cundo entreguen su carta de renuncia se le hace la liquidación y listo.―se giró a la jovencita y le preguntó―¿Quieres irte a vivir con el príncipe?

―Sí quiero―dijo con voz suave y tímida―pero su mente le gritaba nuevamente «¡clarooooooo, síiiiiiiiiiiiii quierooooooo!»

―Aquí tiene por las molestias―le tendió la mano con una bolsa con monedas de oro que era las que circulaban en esa ciudad, como la del vaticano, en roma, el Jefe la tomó y miró su contenido, ¡eran muchas monedas de oro!

―Es mucho mi príncipe, no puedo aceptarlo―dijo mientras se las tendía de vuelta.

―Tienen que aceptarlo, yo se los quiero dar y no la estoy comprando, ella no tiene precio, sólo lo hago porque están perdiendo a una de sus empleadas. ¡Queda claro!― todos asintieron nervioso con la cabeza―¿Todos aquí tienen autos para trasladarse por la ciudad?

―No―respondió cohibido el Jefe.

―Mándame una lista al palacio de cuantos necesitan, van por mi cuenta, ¿necesitan algo más?

―No príncipe, gracias.―dijo el Jefe de ese lugar más que complacido.

El príncipe salió de la pirámide con la muchacha, ella lucía feliz de la vida, no todos los días un príncipe le pide a una plebeya que sea su pareja, menos aún si a esa joven la conoció en un prostíbulo, aunque este sea tan exclusivo, elegante y exótico, con un poco de mezcla de la cultura egipcia. Si ella supiera su trágico destino, quizás no estaría tan feliz...

El la miró a la luz del día, su piel parecía de nieve, pero calida como el verano, sus ojos eran dos luceros luminosos, llenos de vida y esperanza, su cabello parecía un manto tejido con la noche más oscura, era pequeña comparada con su estatura y muy delgada pero esbelta, la tomó en sus brazos, y la apretó a su pecho.

―Cierra los ojos y aguanta la respiración―le ordenó con delicadeza y en cuanto lo hizo le tapó los oídos con su mano izquierda, rodeándole su cabeza y salió veloz rumbo a su palacio, una vez en su cuarto le dijo:

―Respira por favor―ella lo hizo, tenía el rostro rojo por contener tanto la respiración, la depositó con suavidad en la cama, vio como ella se apretaba los oídos, desapareció por un segundo de la vista de la joven y cuando volvió a aparecer traía un paquete de caramelos en sus manos. Le quitó rápidamente el envoltorios a uno y se lo puso a la altura de sus labios rosados.

―Abre la boca―obedeció y le colocó el caramelo, ella lo envolvió con su roja lengua, ese gesto natural y espontáneo estremeció a Adrián.




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