La alcoba imperial de sus padres estaba subdividida a su ves en dos alcobas, cada una equivalía a los mismos espacios que tiene un apartamento de lujo, aparentemente era un cuarto pero a la izquierda había una puerta doble, bellamente tallada, que daba a la habitación de su padre. La recamara de su madre era señorial, del estilo más ostentoso y opulento de la realeza, con tendencia del rey Luis XIV, refinadamente decorada y personalizada al estilo aristócrata de la reina. La despertó con delicadeza, ella se asombró enormemente de ver a su hijo en su cuarto, despertándola personalmente, algo grave estaría pasando para que Adrián se atreviera a interrumpir su sueño.
Su hijo le explicó todo lo que había pasando, la reina se alarmaba más con cada palabra que escuchaba, en cuanto Adrián terminó de informar la gravedad de la situación enseguida Isabel movilizó la guarda del palacio, mandó un aviso a a todos los vampiros de la ciudad y se alistó para ella en persona ir a buscar al vampiro pero primero se fue a una de las torres y lanzó un hechizo para que nada pudiera atravesar, ni de entrada, ni de salida, el escudo protector de su reino. Esos hechizos tan poderosos la debilitaban enormemente, pero debía hacerlo, era su deber como reina proteger a todos los habitantes de su ciudad, vampiros y humanos. Se arrepentía de la decisión que tomó de liberar a Maikel, pensó que estaba haciendo lo correcto, que se merecía otra oportunidad. Buscaron al vampiro asesino por toda la ciudad, no les quedó un solo rincón sin revisar, absolutamente todos los residentes de la ciudad lo hicieron, vampiros y humanos sin excepciones. Descubrieron varios cadáveres de humanos e incluso dos vampiros, eran de los que custodiaban la gran muralla desde que liberaron al prisionero, pero ni rastro del malhechor. Se dieron cuenta de que había escapado, ya no estaba en su ciudad, seguramente iría ya muy lejos, rumbo a quien sabe donde.
La Reina estaba indignada, quería darle muerte en persona, ese honor no se lo dejaría a su hermano Augusto como era la tradición. Estaban todos en la sima de la muralla, mirando a la oscuridad, resaltaban las figuras señoriales con porte real de Isabel, Derwyn, Augusto y Adrián, detrás de ellos, en segundo plano, Meliades, Ainara y Victor, toda la familia real, rodeados del resto de los vampiros y algunos humanos.
—Hijo, tendrás que ir al mundo humano a buscarlo, ya eres un hombre y eres lo suficientemente poderoso para enfrentarlo, Meliades y Alexia te acompañarán.—dictaminó la reina, tenía el rostro contraído y sus ojos parecían lanzar chispas, desvió la vista del rostro de su hijo y miró hacía la distancia, los blancos copos de nieve que caían constantes le otorgaba una belleza mágica a la noche, pero ni siquiera contemplar esa belleza natural sosegaba su alma preocupada, si los lobos descubrían su existencia sería el fin de los suyos.
―Sí madre, lo haré―las palabras de Adrián la sacaron del camino inquietante que estaban tomando sus pensamientos. Él le iba a decir que primero tenía que esperar a que se despertara Melinda porque no quería admitir la posibilidad de que no lo hiciera y luego de eso iría en busca de Maikel. No se llevaría a su primo, lo dejaría encargado de ella hasta que él regresara con éxito de su misión y se encargara personalmente por 10 años, de entrenarla y de que no cometiera ningún error. En Meliades era en el único que confiaba para encargarle esa tarea. Sabía la responsabilidad tan grande que había asumido al transformarla pero deseaba que ella regresara a la vida, no le importaban las consecuencias. Estaba más que dispuesto a asumirlas con tal de no perderla, ella significaba mucho para él, la quería, tenía que admitirlo, quería compartir su eternidad con esa joven. No obstante decidió que eso era un asunto privado, así que se lo diría cuando estuvieran solos.
Regresaron, cada cual a su morada y cuando por fin estuvo a solas con su madre le dijo lo de su humana, algo que le ocultó hasta este momento, le enfatizó que había hecho todo lo posible para transformarla.
—Madre, tengo que esperar los 3 respectivos días para que reviviera—habló con determinación.
—Entre más tiempo pierdas más se alejaba Maikel, tenías que haber salido tras él desde que te lo indiqué. Los humanos convertidos están bajo la absoluta responsabilidad del que lo convierte, ¡en qué estabas pensando Adrián! Vas a estar esclavizado durante diez largos años de tu vida siendo aún tan joven.
—Su madre se molestó y le reclamó.
—Lo sé madre, es mi decisión y no me arrepiento.
—Espero que no lo hagas, yo no quería que nadie muriera pero pasó, no se puede devolver el tiempo atrás, ninguno tenemos ese poder. Pero recuerda que un humano convertido no regresa como lo recuerdas, es como si regresara otra alma y ocupara el mismo cuerpo—tras una breve pausa y un suspiro cansado continuó—una alma despiadada y cruel, sedienta de sangre e irracional. Eso lo sabes, desde niño te enseñamos todo acerca de nosotros. Si piensas que regresará tu dulce florecita estás en un error, te lo advierto.
—No sabía que conocías tanto de ella madre.—dijo comprendiendo a la perfección a lo que se refería su progenitora. Estaba consciente que reencontrar a su florecita le iba a costar posiblemente 10 largos años y aún así no había modo de estar seguro de que volvería a tener los mismos sentimientos.
—Soy tú madre y aunque no lo parezca me preocupo por ti. Está bien, puedes esperar hasta que ella vuelva a la vida pero en cuanto pase el tiempo requerido te irás.
—Gracias madre por entender.
—Puedes retirarte. Estoy cansada.—Tener sus poderes en base a la protección de la ciudad la mantenía agotada y el hechizo que lanzó en vano había dejado exhausto su cuerpo. Terminó por aceptar su decisión, al final ya estaba hecho y porque se dio cuenta que a su hijo de verdad le importaba esa humana. Adrián no era una persona caprichosa, era centrado y equilibrado, además, muy en el fondo, se sintió culpable por prohibirle vivir con la joven, si él hubiera estado a su lado ella no estaría muerta.
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Editado: 18.05.2022