Adrián abrió los ojos muy lentamente y su primer pensamiento fue para Mariluna.
—Te amo—formuló la pequeña frase en su mente, ya casi a punto de volver a perder el conocimiento.
—¡Adrián! ¿Estás bien?—escuchó la dulce voz en lo profundo de su mente. Era como estar soñando, en uno dulce y reconfortante. Tanto así la amaba. Su propio dolor era nulo tras escuchar la preocupación en sus palabras.
—No, no lo estoy—respondió sincero.
—¿Dónde estás?—insistió la voz preocupada y angustiada de la joven.
—No lo sé. Quiero dormir...—luchaba por mantenerse consciente pero le estaba resultando imposible.
—No te duermas amor. Mira a tu alrededor y dime dónde estás. Esta es tu Ciudad, tienes que saber. Hazlo por mí cariño, sí, tu puedes.—la insistencia de la voz femenina lo despabiló un poco. Ella le hablaba con tanta desesperación y ternura que tenía que obedecer, debía hacerlo.
Adrián volvió a despegar sus párpados, que inconscientemente se le habían cerrado. Puso todo de sí para cumplir con el pedido de su amada. Se sentía morir, nunca había experimentado esa sensación, su cuerpo le pedía a gritos dejarse ir. En el proceso vio los cuerpos inhertes y ensagrentados de sus padres y se asustó mucho. Sintió terror al creerlos muertos, quizás lo estaban. Su madre podía haber sido muy fría y distante toda su vida, pero era su madre y la quería. Él no era de piedra y tenía sentimientos. Más definidos y estables desde que se enamoró de Mariluna y convivió con su cálida y afectuosa familia. Durante ese tiempo aprendió muchas cosas y también, a extrañar a sus padres.
—Adrián, ¿estás ahí?
—Sí pequeña, dame tiempo—pidió y con las pocas fuerzas que le quedaban, se arrastró hacia su madre y la tocó con suavidad. Aún había pulso en su cuello. Luego hizo lo mismo con su padre y para su tranquilidad espiritual, también lo estaba. Suspiró con alivio, ese simple gesto le dolió un infierno. Sentía como si le desgarraran las entrañas, le dolía todo el cuerpo por dentro y por fuera como nunca imaginó que pudiera doler algo. Miró alrededor en busca de pistas y vio los fuertes barrotes de metal. Estaban en las mazmorras, se percató al instante.
—Estoy en las mazmorras del palacio y mis padres también están aquí. Ellos están inconscientes todavía.—agregó.
—¿Dime como llego hasta allá?
Adrián le explicó lo mejor que pudo pero sin terminar aún, perdió el conocimiento. Su vida y la de sus padres pende de un hilo, tras ser envenenados con el polvo mortífero que arrojó su tío en sus caras, de forma intencional.
En los jardines del inmenso palacio imperial:
—Mamá, él no está bien.—le dijo Mariluna a su madre con intenso dolor. Las lágrimas contenidas rodaron sin sesar tras llenarse sus lindos ojos, una y otra vez, sin poderlo evitar.
No podía evitarlo, quería permanecer fuerte pero le fue inútil. Sus sentimientos la traicionaban. Tenía miedo de perder a Adrián. El único amor de su vida. Nunca había percibido tanta debilidad en él. Si moría su vida no tendría sentido. Se sintió despreciable por desconfiar tanto de él. No quería ni imaginar todo lo que podría haber pasado para quedar inconsciente por tanto tiempo. Podría incluso haber muerto y ella solo pensó en traición.
—Lo sé cariño, ya lo sé.—respondió Mar de Luna.
—Tengo que encontrarlo.—la desesperación era palpable en cada uno de sus gestos.
—Tranquila hija. Sé cómo llegar.
Las palabras de su madre llevaron un poco de alivio a su alma. Ya había comprobado que el collar solo actuaba una vez. Era inútil pedirle más de su poder. Y efectivamente era así. Su magia solamente revelaba un acontecimiento importante y luego se volvía inactivo por tiempo indefinido. Su poder era siemple y complicado a la vez, solo su creador conocía a cabalidad la magnitud de su alcance y la razón de su función. Siempre que la razón era fuerte y pura, una imagen de lo deseado aparecería en su piedra preciosa: así como apareció cuándo Mariluna estaba a las afueras de la ciudad. En esa ocasión ni siquiera tuvo que pedirlo para que el amuleto le mostrara lo que quería. Por suerte su poder pudo atravesar, inclusive, el escudo protector de la ciudad. Lo cual logró gracias a que este se encontraba debilitado por las condiciones críticas de su creadora, la reina Isabel.
Todos siguieron a Mar de Luna, ya transformados completamente en lobos. Toda una jauría corría veloz, dónde solo un hombre destacaba entre ellos, igualando su velocidad. El castillo y sus alrededores ocupaban un área muy extensa, era como estar en un enorme laberinto, fácilmente podrías perderte y nunca encontar la salida. Daba esa sensación.
A pesar de todo llegaron rapido a la entrada de las mazmorras guiados certeramente por la líder. La puerta estaba custodiada por diez vampiros. La lucha era inevitable. Los vampiros al percatarse de la presencia de los lobos temblaron involuntariamente, para ellos su peor pesadilla se había hecho realidad. Aún así se recuperaron pronto y se enfrentaron a su enemigo con valentía. Pero tras la muerte de uno de los suyos a manos de Luxor(o mejor dicho: a boca), que no tuvo más remedio que matarlo para sacarlo de encima de su esposa. El ágil chupasangre se subió al lomo de la loba para atacarla desde esa posición más favorable para él, pero no tuvo suerte. Al caer el vampiro decapitado los demás se detuvieron en seco.
—Perdinenos la vida
Suplicó uno de ellos. El resto estaban paralizados y mudos. Completamente estupefactos.
—No deberíamos. ¿Cómo puedes tener a tus líderes presos y custodiarlos como si fueran criminales.—les recriminó con dureza Mar de Luna traspasando sus mentes.
—Son órdenes del jefe de la autoridad. Nosotros solo cumplimos órdenes.—se justificó tembloroso el mismo vampiro, aunque sí decía la verdad.
—Cumplen órdenes a pesar de que sus reyes y su príncipe están muriendo.— le espetó la líder con rudeza y desprecio por tan ruin conducta. Ella estaba acostumbrada a lealtad incondicional y sincera de su clan.
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Editado: 18.05.2022