Tú Loba y yo Vampiro

Capítulo#8 Secuelas del accidente y recuerdos.


 

Un año había pasado desde que ocurrió el trágico accidente de tránsito, en el que su pequeña hija perdió la vida y su esposa quedó inválida, el mismo día que la vida de Andrés se puso patas arriba. Su mundo se viró al revés y todo comenzó a ir de mal en peor, la vida se le fue por el caño. Las secuelas del accidente parecía que nunca sanarían, simplemente bastaba observar en el deplorable estado en el que se encontraba para darse cuenta de ello. No era ni la sombra del Andrés que todos conocían. Estaba muy delgado y descuidado. Su aspecto desaliñado, con el cabello un poco largo y la barba sin rasurar. Cada día recordaba que no era más que un simple despojo de la vida y su miserable existencia sólo le servía para revivir la tragedia.

Por el rechazo de su idolatrada Laura..., la pérdida insuperable de su amada hija Sofía y lo sólo y vacío que se sentía, Andrés se encontraba en el club donde antes trabajaba bebiendo alcohol, como se le había vuelto costumbre; permanecía allí hasta caer inconsciente para tratar de olvidar por un rato su insoportable dolor. Todos los empleados del lugar conocían lo que tenían que hacer cuando caía en ese estado de embriagues total, hasta perder la conciencia; lo subían a un taxi que lo llevaba a su pensión, donde actualmente vivía. Luego el chofer, cuando llegaba al lugar y por indicaciones de los empleados del Club, llamaba a la encargada y dejaba su encomienda.

Hasta ese estado tan lamentable había llegado Andrés, a ser tratado como una cosa. Así caen, a lo más bajo, todas las personas que se meten en el vicio del alcohol. Todos encuentran una justificación para seguir allí, cuando la verdad es que siempre hay miles de caminos mejores por tomar; pero solo los cobardes siguen por ese rumbo, que les roba la identidad y la vergüenza, dejándolos cada vez más solos en la vida. Y no es que Andrés fuera un cobarde y que no tuviera vergüenza, ese calificativo les queda bien a los que no rectifican nunca o a los que les toma demasiado tiempo rectificar y vienen a hacerlo cuando el daño infligido, a los seres que estaban a su lado es irreparable. Les queda como un traje hecho a la propia media a esos que pretenden cambiar después de haber destruido la vida de las personas a su alrededor junto con la suya propia. Los que han dejado a su familia en lo más profundo de un abismo, envueltos en la oscuridad absoluta. Siempre habrá un mejor camino, para todo aquel que quiera encontrarlo; si de verdad se quiere siempre habrá una salida.

La encargada de la pensión, Eneida: una señora ya mayor, baja pero robusta por suerte, con un gran corazón y fuerza de voluntad; se encargaba de recibirlo o de recogerlo tirado en la calle, de llevarlo hasta su cuarto y dejarlo sobre su cama para que durmiera, o más bien volviera en sí cuando se le pasara la cruda. La buena señora le había tomado mucho cariño y lo apreciaba casi como a un hijo propio. Le daba mucha pena y tristeza ver como una persona joven destruía su vida de esa manera. Se sentía muy frustrada al no poder hacer nada para que retornara al buen camino.

Durante el día trabajaba un la conducción, la albañilería, maestro de obra, etcétera; todo de forma independiente, lo que le saliera por ahí lo tomaba, para distraer su mente y agotar su cuerpo; además de ganar así el dinero que luego se gastaba en el club tomando. En eso se había convertido su vida, trabajar durante el día y tomar todas las noches. Esa se volvió su rutina día tras día y aún así no podía borrar de su cerebro la tragedia, siempre la recordaba, sin importar cuanto ocupara su mente en trabajo pesado o sumergido en el estado de embriaguez. 
 

Recuerdos de Andrés: 
 

Ese día cuando llegué al hospital lo primero que hice fue preguntar por el padre de Laura en recepción:

―Podría informarme señorita dónde está el Doctor De León ―demandé alterado con voz dura, la joven solo me miró comprensiva, sabía quién era yo perfectamente y por lo que estaba pasando. La conocía solo de vista, ella llevaba mucho tiempo allí en recepción, ese era su trabajo; aunque en mi estado actual no fuese capaz de hablarle bien. No era mi intención, siempre he sido un caballero con las damas, pero lamentablemente en el estado en que me encontraba no era capaz de procesar nada correctamente, mi cabeza era un caos y me sentía en medio de una pesadilla esperanza y con unas ganas enormes de despertar y encontrar a mi linda esposa en su lado de nuestra cama y a mi pequeña traviesa despierta y lanzándose sobre mí en la madrugada. Siempre a las 5, cómo un reloj progamado, entraba descalza a hurtadillas y casi siempre la esperaba despierto haciéndome el dormido y su risa juguetona y feliz invadía toda la estancia.

―Se encuentra en cirugía, señor ―me informó la recepcionista de piel morena e impecable apariencia, amablemente; con una mirada cálida en sus ojos oscuros.

―Entonces dígame el estado de su hija la paciente Laura, yo soy su esposo ―afirmé aunque estaba seguro que ella lo sabía―. Es para hoy―, la apremié impaciente y ansioso.

―A la paciente se le está practicando una cirugía de columna señor, cuando terminen el doctor vendrá y le explicará los detalles —hizo una pausa, podía asegurar que se puso nerviosa, sus dedos pulgares tamborilearon sobre la superficie antes de continuar:

―Puede esperar allí sentado ―. Me señaló los asientos de espera―, voy a traerle un café ¿Cómo lo quiere?

―Exprés, recargado por favor.

―Enseguida vuelvo, señor Rodríguez ―me dijo la atenta mujer y luego se alejó con pasos rápidos para sus altos y finos tacones, en dirección..., ni me importaba realmente, de ella no iba a sacar más información, eso me quedó claro, mejor la dejaba ir con su escusa para que no continuara interrogandola.

Me senté, bajé un poco la cabeza y metí el rostro entre mis manos y me quedé en esa posición, no se exactamente si fueron segundos o minutos, tratando de asimilar toda la información que por el momento había recibido. Así estuve hasta que alguien me tocó el hombro y me sacó de mis cavilaciones. Pensé que era la mujer con el café sin embargo cuando alcé la vista vi el rostro cansado y triste de mi suegro, parecía que de golpe le cayeran los años encima:




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