Alessia
Cuando me dieron la noticia por teléfono, no me la podía creer. Había pasado la entrevista, el trabajo era mío. No pude evitar ponerme a saltar sobre la cama, la euforia era demasiada en ese instante. Tenía que celebrarlo como era debido. Comiendo helado a más no poder, por supuesto. Me bajé de la cama de un salto, fui hacia la nevera, sin dejar pasar un segundo abrí el congelador para encontrar… Nada.
¿Y el helado?
Entonces, me recordé a mi misma, unas semanas atrás, justo cuando creí que por quinta vez no me darían el trabajo. Oh sí, así que, el helado ya ni siquiera estaba en mi sistema. Cerré el congelador, saqué mi celular de mi bolsillo, y revisé mi cuenta bancaria. No quedaba demasiado dinero, pero ahora no debía preocuparme por eso, pues ya tenía trabajo.
Tomé mi bolso, me encaminé hacia la puerta, necesitaba ir por el helado. Cuando salí del departamento, un extraño aroma a pescado crudo invadió mi nariz, no pude evitar hacer una mueca de disgusto. Mi vecina Marian, se encontraba sacando la basura de su departamento, no era que me cayera mal, pero, a veces, su basura olía fatal.
—Alessita—pronunció mi nombre con suavidad y cariño. Era a la única persona a la que le permitiría decirme así.
—¿Sí?
—¿No te gustaría probar mi caldo de pescado?
—Sabe que me encantaría. Pero antes, debo ir al supermercado. Cuando regrese, le toco la puerta.
Ella asintió con una sonrisa, vi en sus manos una bolsa negra. Posiblemente, de ahí emanaba el olor de los residuos del pescado.
—La ayudo, ya que voy fuera puedo dejarla en el basurero.
Me dedicó una enorme sonrisa, y entonces, me acerqué para tomar la bolsa.
—Vuelvo más tarde—dije antes de alejarme.
La verdad es que mi vecina era una persona bastante solitaria. No tenía familia, sabía que tenía hijos. Seis hijos. Ninguno quería hacerse cargo de la pobre anciana, venían solo para quitarle lo poco que tenía.
Una vez dejé la bolsa en el contenedor, comencé a caminar hacia el supermercado que quedaba a unos quince minutos a pie. Mientras caminaba, recordaba mi relación con la señora Marian, siempre solíamos cenar juntas, al menos una vez cada semana. Ambas nos encontrábamos en la misma situación, la soledad, sin embargo, esas cenas ocasionales, eran como un alivio para ambas, un recordatorio para la otra, de que, nunca estaríamos completamente solas.
Cuando llegué al supermercado, me detuve frente a los frascos de café, sabía lo mucho que Marian amaba el café, no muy lejos pude visualizar el helado dentro del refrigerador. Saqué mi celular para mirar de nuevo la cantidad de dinero guardada. Tal vez, podría comprar el helado después, además, Marian me había invitado a comer con ella. Sin pensarlo mucho, tomé el frasco del café. Caminé al lado del refrigerador, sonreí, sabía que pronto me podría permitir comprarme muchos de ellos.
Nada más volviendo fui directo hacia la casa de Marian. Me detuve frente a la puerta, acomodé un poco mi cabello antes de llamar finalmente a la puerta. En cuanto Marian me abrió, me recibió con los brazos abiertos. Un rato más tarde, ambas comimos tranquilas, nos habíamos preparado el café que había traído para acompañar.
—¿Tú nunca has pensado en casarte?—cuestionó ella, luego de darle un sorbo a su café.
—¿Casarme? No, no lo he considerado.
—Eso dices porque no has conocido al hombre adecuado.
—Siento que es mucho drama, prefiero ahorrarme unos problemas en la vida.
Ella sonrió tenuemente, me miraba con un cariño maternal.
—Cuando conocí a mi Victor, mi mundo cambió. Todos creen, que el amor debe ser perfecto, pero se equivocan—. Marian asintió con convicción, luego me miró y con toda seguridad habló de nuevo—. Tal vez, ahora no lo ves, pero debe haber alguien en este mundo que sea tu otra mitad. Te sentirás completa, no tendrá sentido, pero eso es lo que hace hermoso el sentimiento del amor.
Me quedé un momento pensativa, quizás… Marian, tenía razón. Sonaba loco, pero era posible que, ahora que estaría trabajando, pudiera conocer a alguien y cambiar de parecer con respecto al amor.
¿Qué tontería acabas de soltar…?
Cierto, el amor no era para mí, jamás lo sería. Era consciente de que ese tema, era uno amargo en mi cabeza, no podía evitar divagar en aquellas sensaciones extrañas que provocaba el amor en mí. No estaba incómoda con la idea de estar sola, al contrario, me sentía bastante agradecida, ya que, al menos no estaba mal acompañada.
Después de haber comido en casa de mi vecina y de haber dejado todos los trastes limpios, vuelvo a mi departamento. En cuanto logro entrar, me tumbo en el sillón agotada. A veces, la soledad por demasiado tiempo, suele ser… agotadora. Saqué mi celular, me coloqué los audífonos, estaban fallando un poco, pero eso no me iba a detener para escuchar un poco de música. Cerré mis ojos disfrutando la melodía. Me imaginaba llegando a mi trabajo nuevo, haciendo de todo un poco, distrayendome al menos.
22 de octubre.
Me miraba en el espejo, atenta a cada minucioso detalle. Mi saco estaba bien planchado, al igual que mi falda, mis tacones brillaban. Y el cabello, no podía esmerarme en un peinado impresionante, ya que no tenía la cantidad suficiente para hacerlo. Después de mirarme una última vez, me alejé del espejo, caminé hacia la cama y tomé mi bolso. Al salir al pasillo, Marian me esperaba con una bolsa en mano.
—Te preparé algo de fruta picada, no es mucho pero…—la interrumpí dándole un abrazo fuerte sin llegar a lastimarla. Sabía que, lo había hecho desde el corazón, no necesitaba más para aceptar lo que me ofrecía con gusto—. Yo también te quiero, mi niña.
—Vendré a contarle todos los detalles después—dije tras separarme, tomé la bolsa con cuidado y luego comencé a correr hacia la salida, pues ya era algo tarde.
Una media hora después, estaba frente a ese edificio, de nuevo. Y ahora, era mi lugar de trabajo. Las cosas podían cambiar en cuestión de semanas, y pensar que había llegado a creer que lo había arruinado todo.