Todo parecía estar bien en la vida de Brooke.
Salía con sus amigas todos los fines de semana, le iba bien en los estudios, tenía un novio con el cual parecían la típica pareja de película. Tenía una vida envidiable podría decirse.
Su familia... bueno, eso era algo complicado.
Sus únicos familiares, eran sus abuelos. Por un lado estaba su abuela Rosemary. Era el amor de su vida. Era quien había cuidado de ella cuando nadie más se dispuso a hacerlo.
Luego del abandono de su madre, sus abuelos fueron los encargados de asegurarse que Brooke no terminara en una casa de acogida.
Su madre, pocos días después de que ella naciera, la colocó en una cesta y la dejó en la puerta de la casa de sus abuelos. Con el fin de que ellos cuidaran de la pequeña.
Sus abuelos en ese momento se encontraban en una situación económica poco favorable. Pero aún así, aceptaron a su nieta. A quien consideraron más como a una hija.
Su madre jamás había querido un hijo. Ya lo había dejado en claro hacía cinco años antes de que Brooke naciera. Cuando había decidido abortar al niño que llevaba en su vientre. Brooke por otro lado, no tuvo el mismo fin de quien hubiese sido su hermano. No porque su madre no hubiese querido interrumpir nuevamente su embarazo, sino porque lo había intentado, pero ya era demasiado tarde, su embarazo ya era de seis meses, y hacer tal cosa, estaría arriesgando la vida de la pequeña y la vida de su propia madre.
Por otro lado, ¿su padre? Nadie sabía de su existencia. Ni siquiera su madre estaba al tanto de quien sería el progenitor de su hija.
Su madre asistía todas las noches a diferentes clubes nocturnos, bebía, hasta tal punto de emborracharse, y de allí todos los días se iba a una casa diferente, con un hombre diferente.
Por más que Brooke quisiera, sería imposible saber cuál era el paradero de su padre. O mejor dicho, sería imposible averiguar quien lo era.
Su abuela había cuidado de ella, tal y como lo hace una verdadera madre.
Era quien se encargaba de que la vida de la pequeña fuese lo mejor posible, a pesar de la crisis económica que estaba atravesando la familia.
De todas formas, por ningún motivo, a Rosemary jamás se le cruzó por su cabeza abandonar a Brooke. Ella había prometido que iba a cuidar a su nieta y así sería.
Los años transcurrieron y la economía en la casa había mejorado. No quería decir que fuesen millonarios, pero lo indispensable para vivir lo tenían.
Brooke asistía a una buena educación. Iba todos los días de la mano de su abuela hacia el jardín de infantes. En otras ocasiones era acompañada por su abuelo. Quien también cuidaba plenamente de ella.
Su abuela la trataba como cuál reina.
Días después del cumpleaños número diez de Brooke, su abuelo fallece en un accidente de tránsito. A partir de ese momento Brooke sintió por primera vez la perdida de un ser querido. Sintió la pérdida de quien había considerado todos esos años como un padre.
Luego de su muerte, el ambiente en la casa ya no era el mismo. Ya no había ese ruido constante de martillos y taladros tanto dentro y fuera del garaje. La casa había cambiado completamente, había adquirido una sensación de tristeza. Al igual que su abuela.
Pasaban los años, y ese desconsuelo aún habitaba en el hogar. El ambiente, al igual que el ánimo, había mejorado en la casa y en ellas, pero aún así la ausencia del abuelo de Brooke se sentía.
Todo iba bien, todo iba perfecto, la muerte del abuelo de Brooke las había unido aún más. Eran inseparables.
Pero esa felicidad no perduró demasiado.
Un catorce de agosto del dos mil dieciocho, su abuela falleció.
Padecía una enfermedad terminal.
Desde el instante en que se enteraron de la noticia, la vida de ambas cambió completamente.
No había un día que no lo pasaran juntas. Brooke había dejado de lado a sus amigos, el colegio e incluso todas sus actividades. Durante ese tiempo en que a su abuela se le había empezado a dificultar el caminar, y trasladarse por la casa por si sola, era Brooke quien se encargaba de los quehaceres de la casa.
Afortunadamente, era una pequeña casa que había heredado Rosemary de un tío. Este falleció hacía ya unos treinta o quizás cuarenta años.
Por lo tanto no costaba tanto esfuerzo la limpieza en los pocos rincones de la casa.
Cada día que transcurría, la enfermedad de su abuela iba empeorando. Las tardes de té en el jardín de su casa, se transformaron en tardes de té, pero dentro de la habitación de su abuela. Ambas acostadas, una al lado de la otra sobre la cama, mirando el programa favorito de Brooke, y luego, llegadas las seis de la tarde, cambiaban de canal y miraban la comedia preferida de su abuela.
Esa era la rutina de todos los días. Incluso los fines de semana, ya que hacían una repetición de los programas dados en la semana.
Era la misma rutina de todos los días hasta que una tarde, Brooke se dirige a la habitación de su abuela para llevarle el té como solía hacerlo, y se encuentra con ella desplomada en la cama.
Falleció en un abrir y cerrar de ojos. Brooke ni siquiera tuvo tiempo de despedirse de ella. Eso era lo que más le dolía.
A pesar de que diariamente le agradecía por todo lo que había hecho por ella, aún así Brooke sentía la necesidad de decírselo una ultima vez.
Ni siquiera recordaba cuáles habían sido sus últimas palabras con ella.
La enfermedad esos últimos días, le había comenzado impedir a hablar, es así que ambas se comunicaban a través de señas o escribiendo en una pequeña pizarra que Brooke había diseñado para que su abuela pudiera comunicarse con ella.
Luego de su muerte, Brooke ya no era la misma de antes.