Tú, mi destrucción ©

Capítulo 7

Aliana dormitaba a mi lado, su cuerpo seguía cubierto de sangre, la cual ya se había secado; sus manos descansaban plácidamente sobre su abdomen plano y desnudo, su semblante no se veía tranquilo, por el contrario, lucía preocupada, angustiada y todo ello se debía a mí.

Afuera la noche cayó sobre nosotros, no le permití que saliera de la habitación, la acorralé entre estas paredes sin darle ninguna escapatoria; la hice mía una y otra vez hasta que ella no pudo más y simplemente se desplomó, desvaneciéndose agotada entre mis brazos, quedando lánguida entre ellos.

Hematomas surcaban sus muslos, se veían como manchas oscuras que atravesaban también su cadera, ellos tenían la forma de mis dedos; su cuello seguía herido, pero poco a poco sanaba, así como también las cicatrices que ese idiota le hizo; mi idea funcionó muy bien, tal como lo supuse, al morderla toda cicatriz se borraría de su cuerpo, y valió la pena, ella debía de agradecerme aunque el costo haya sido alto.

Alaina tenía mi marca, al fin se encontraba marcada por mí.

Suspiré satisfecho y acerqué mi mano a su mejilla, hice a un lado el cabello que cubría levemente parte de su rostro admirando lo bonita que era y lo listo que yo fui al aceptar aquel trato que ella me sugirió.
Habría sido un desperdicio el asesinarla, el ver ese bonito rostro marchitarse, esa piel volverse ceniza y morir; así mismo, aquel corazón bondadoso y valiente que ella poseía, porque era una chica única y fuerte, también buena pero con cierta malicia en su interior, parte ángel, parte demonio, una combinación que me volvió loco. 

Me levanté de la cama con el incesante aroma de su sangre; nunca quedaba satisfecho de la sangre humana, existía en mi interior una necesidad que me exigía más y más. En ocasiones quería buscar a mi abuelo, pedirle ayuda, preguntarle el porqué de mi actitud, por qué yo era así, más sabía de sobra que Gregor no se dejaría ver a menos que quisiera ser encontrado.
Y después de todo, no quería ser "curado" sólo había en mí muchas preguntas y me encontraba ávido por obtener respuestas.

Cerré la puerta del baño y entré a la regadera, abrí el grifo y recibí gustoso el agua fría sobre mi piel caliente, la misma que mantenía el aroma de Alaina, su perfume suave con olor a bosque y llovizna mezclado con las flores silvestres del campo; era sumamente encantador, seductor, ese olor era tan único. Conocí cientos de olores, pero el de ella era distinto y seguía sin entender la razón.
Y ciertamente las razones no me importaban, sólo disfrutaba de tenerla, de saber que esa hermosa mujer era mía y la podría tener las veces que quisiera. 

Levanté el rostro tallando mi cuerpo con aquel gel varonil que Alaina dejó para mí. Limpié cada centímetro de él y también mi cabello, terminando minutos después. 

Salí del baño desnudo con una toalla en la mano, acabando así con las gotas de agua que descendían por mi torso, advirtiendo que Alaina comenzaba a despertar. Se removía sobre la cama suavemente mientras pequeños sonidos lastimeros escapaban de entre sus labios rojos levemente entreabiertos. 

Aparté la vista y me vestí en silencio. Era de mañana y en mí resurgía el deseo de salir a recorrer las calles de la ciudad y así lo haría. 
Alaina necesitaría un momento a solas y le permitiría descansar de mí unas cuantas horas, porque cuando volviera tendría el deseo de saciarme de ella nuevamente; era mi precioso juguete, uno que no soltaría por mucho tiempo... Si es que no me aburría... Aunque lo dudaba. 

Salí de la habitación y fui directamente a la puerta de entrada con el aroma de Alaina bailando aun en el ambiente de la sala y cocina, y me pregunté si aquel aroma estaba impregnado en esta casa o si ahora yo lo llevaba conmigo y por eso incluso al estar fuera del edificio aún podía percibirlo a la perfección, como si se hubiese anclado a mi piel y a cada uno de mis sentidos. 

Más no me quejaba, así que seguí caminando por la acera disfrutándolo, porque era como tenerla conmigo, como si al dar cada paso ella lo hiciera a mi par.

Fijé la vista al frente observando a la gente que pasaba a mi lado, la mayoría eran adultos así que no despertaban en mí mucha curiosidad; sin embargo, a mitad de la acera detuve mis pasos abruptamente mientras un olor conocido se deslizaba por mi nariz. 

Volví el rostro hacia la dirección del viento que traía consigo aquel aroma y entonces lo vislumbré a una escasa distancia de donde yo me encontraba. 

Él sonreía de lado, retándome; su cabello ahora estaba más largo y se encontraba correctamente peinado hacia atrás, y una espesa barba creció por el contorno de sus mejillas dándole un aspecto más maduro. Entornó los ojos e incluso a la distancia vi aquel brillo ámbar relucir en ellos, que pareció hacerse más nítido a causa de los primeros rayos del sol que caían sobre su rostro. 

Hizo un ademán con su mano a forma de saludo y desapareció de mi vista en seguida. 




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